Se acerca el Día de Muertos 2025, y con él, ese aire solemne y festivo que solo México sabe conjugar. En patios, plazas y corazones ya se levantan los altares: mesas llenas de vida para quienes cruzan del más allá a visitarnos. Entre el aroma del cempasúchil y el murmullo de las veladoras, millones de familias preparan el reencuentro con sus difuntos, cuidando cada detalle como si el amor pudiera tocarse en papel picado.
Porque en México la muerte no asusta: se honra, se canta y se espera. Los pueblos se llenan de color, los mercados rebosan de pan, calaveras y copal; y mientras los niños ríen pintándose el rostro, los adultos recuerdan con ternura a quienes partieron. Es tiempo de abrir las puertas del alma, de recibir a los que ya no están, pero siguen vivos en la memoria y en el altar.
Cada ofrenda es una historia, cada vela, una promesa. Y en estos días, el país entero se viste de tradición para celebrar lo que somos: un pueblo que conmemora los muertos para celebrar la vida.
En México, la vida y la muerte caminan de la mano, y conforme se acerca noviembre, las puertas del más allá comienzan a abrirse. Aunque el 1 y 2 de noviembre son los días más conocidos del Día de Muertos, la tradición indica que desde el 27 de octubre las almas emprenden su regreso a casa, guiadas por la luz de las velas y el aroma del cempasúchil que marca su camino hasta las ofrendas.
El viaje lo inician primero las mascotas el 27 de octubre. Perros, gatos y animales de compañía vuelven a visitar a quienes los amaron en vida. En su honor, las familias colocan croquetas, juguetes y sus platillos favoritos, recordando que ellos también fueron parte del hogar.
El 28 de octubre llegan las almas de quienes murieron de forma trágica, víctimas de accidentes o suicidios. Se les conoce como el “Día de los matados”, una fecha para ofrecerles consuelo y descanso.
Un día después, el 29 de octubre, las ofrendas se levantan para los ahogados, mientras que el 30 está dedicado a las almas del purgatorio, especialmente a los niños sin bautizar o a los bebés que no llegaron a nacer.
El cierre de octubre da paso a los días más dulces de la tradición: el 31 de octubre y el 1 de noviembre, cuando llegan los “angelitos”, las almas de los niños fallecidos. Los altares se llenan de dulces, juguetes, panecillos y papel de colores, porque en México incluso la inocencia tiene su altar. Finalmente, el 2 de noviembre, el país entero honra a los adultos, los “muertos grandes”, con flores, comida, bebida y música que celebra su paso por la tierra.
Aunque no existe una hora exacta para su partida, la tradición cuenta que a las tres de la tarde del 3 de noviembre, los difuntos regresan al más allá, dejando tras de sí el eco del copal y el recuerdo vivo en cada corazón. Hasta entonces, las ofrendas permanecen encendidas, como faros que alumbran el vínculo eterno entre los vivos y los que ya cruzaron el umbral.

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