Shocker al borde del abismo. El 1000% Guapo confiesa: soy adicto y no quiero ayuda

Por:  René Tovar y Ricardo Sevilla

Shocker, en una charla íntima y desgarradora con ReporterosMx, confiesa que sigue involucrado con el alcohol y las drogas. El gladiador tapatío, que alguna vez ganara las codiciadas tapas Kahoz y Rey Bucanero, con la voz quebrada por la tristeza sostiene que no quiere ayuda.

La pregunta directa, ¿Cuándo va a parar esto?, choca contra el ceño fruncido de Shoker. Y al punto responde, apretando las cejas: “Es lo que yo también me pregunto”.

Narrar la crónica de su propio derrumbe le cuesta trabajo y, a momentos, le corta la respiración. Se soba, una y otra vez, la barbilla.

FOTO: OSCAR MARTÍNEZ / REPORTEROS MX

José Jairzinho Soria Reyna, quien en alguna vez derrotó al durísimo Texano Jr., para coronarse campeón de peso pesado de la NWA, revela su mecanismo de supervivencia: la insensibilidad.

Shocker, que alguna vez estuvo enrolado al Cuerpo de Marines de Estados Unidos, lleva años luchando contra el alcoholismo y adicción a diferentes drogas.

Eso lo ha llevado –lo ha arrastrado– por caminos espinosos. No solo son los “raquetazos”, la llaves que le han aplicado, las múltiples lesiones, la fractura en la mandíbula. También son los escándalos mediáticos, los conflictos sentimentales, la incomprensión. Pero, sobre todo, es la soledad y la melancolía, que le escalan por la espalda y le encajan sus uñas afiladas.

Los centros de rehabilitación no han logrado su efectos salutíferos con él. Incluso, los rechaza. Dice que llega un momento en que, en esos lugares, te vuelves “endeble”.

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Y agrega, con los ojos anegados de llanto: “Yo sí lloro, y no me gusta. Prefiero no sentir, ahogar mis penas, ver películas de adultos, estar solo, sin lastimar a nadie”.

Shoker no habla de corrido, hace un esfuerzo monumental por reunir las palabras. Y como quien mastica unas frases que le saben a vidrio triturado, dice: “Desde ayer no tomo”. Y agrega que, con respecto a las drogas, que todavía consume, las irá dejando poco a poco, de manera gradual. Señala que nunca ha sido “amante del cristal”, como algunos de sus críticos sostienen.

“Traigo un poquito de depresión, de tristeza”, nos dice con las palabras atoradas en la garganta. Y, ladeando la cabeza como un péndulo cansado, el luchador agrega: “Hay gente que no ha sabido ayudarme. Quieren que deje de beber, de consumir alcohol. ¡Mueven los hilos! ¡Te titititean para que hagas lo que ellos quieren!”

“¡No quiero que nadie me ayude!”, dice el ídolo que sigue luchando, a brazo partido, con las adicciones.

Su rechazo a la ayuda no acepta concesiones. Incluso, se ha vuelto un acto legal: demandar a la madre, al hermano y a la esposa por presunta privación de la libertad. Este gesto, aunque negado por su esposa, es el reflejo extremo de su paranoia y su innegociable necesidad de autonomía, una declaración de guerra contra todo aquel que intente salvarlo de sí mismo.

Infelizmente, la carrera de Shocker (y de muchos otros) es un catálogo de dolor crónico que exige, a menudo, el uso de analgésicos de alta potencia (opioides) y relajantes musculares para poder subir al ring.

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Cabe destacar que la insensibilidad que Shocker menciona como su mecanismo de supervivencia, en realidad, no es solo emocional, sino una necesidad física forzada por años de someter el cuerpo a castigos brutales.

La Celda de la Fama

“Es difícil ser Shocker”, nos confiesa Jair, como le llaman cariñosamente. Nos cuenta que el personaje, el 1000% Guapo, se ha tragado al hombre. En ese sentido, la fama no es un traje, sino una celda de cristal donde la gente espía cada error. Su vida privada ha sido exiliada por el ojo público, y hasta ir a un concierto se vuelve un riesgo de golpes.

Un dato al calce: los luchadores, en particular en México, dependen de la explotación constante de su personaje para generar ingresos. Y eso propicia que Shocker no pueda “retirarse” tan fácilmente. Y es que su valor económico reside precisamente en su presencia en los shows. El hombre (Jair) está atrapado por la necesidad financiera de mantener vivo al personaje (Shocker).

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La soledad, la depresión, y la melancolía son el costo de vivir bajo el escrutinio público. El público ama al “1000% Guapo”, pero ignora y condena a Jair Soria, el hombre vulnerable. El personaje se convierte en un refugio, pero también en la cárcel de la que no puede escapar.

Jair Soria se despide con el último destello del personaje: “Sigo siendo el 1000 por ciento guapo y si esto fuera fácil, cualquiera lo sería.” Una risa corta, un guiño final.

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Infelizmente, la lucha libre mexicana carece de programas robustos de apoyo para la transición o el retiro. Y eso propicia que el luchador tenga solo un par de opciones: continuar activo o caer en el olvido y la precariedad económica.

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