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    Positivismo y derecha: cómo la ciencia justificó el poder autoritario en México

    Por Nathael Pérez

    El positivismo llegó a México como un proyecto de modernización, pero terminó como un instrumento de legitimación del poder autoritario. Gabino Barreda, Justo Sierra y Porfirio Díaz lo adaptaron a las necesidades del Estado y de la derecha, convirtiendo así la educación y la ciencia en vehículos de control social para justificar un régimen autoritario.

    El positivismo es una corriente filosófica que promete la salvación de la sociedad a través de la ciencia y la razón, pero que en la práctica reduce al ser humano a un engranaje del Estado. Propone que todo conocimiento debe basarse en la observación empírica y que la historia y la política pueden regirse como leyes naturales, ignorando la complejidad moral y social del ser humano. Bajo el lema “el amor como principio, el orden como base, el progreso como fin”, la libertad individual queda subordinada a un supuesto bien común impuesto desde arriba, al convertir la educación y la ciencia en instrumentos de control, legitimando así jerarquías, desigualdades, y concentrando el poder en las manos de unos pocos.

    Auguste Comte (1798-1857), padre del positivismo.

    Gabino Barreda: ciencia y educación al servicio del Estado

    Gabino Barreda (1818-1881) fue el primer gran arquitecto del positivismo en México. Formado en París bajo influencia de la corriente de Auguste Comte, regresó a un país fragmentado por guerras y crisis políticas, creyendo que México necesitaba más que leyes: un proyecto racional y ordenado que transformara la sociedad desde la educación.

    Al frente de la Escuela Nacional Preparatoria, Barreda convirtió la educación en un vehículo de emancipación intelectual, pero también en disciplina cívica. Su famosa “Oración cívica” proclamaba “libertad como medio, orden como base y progreso como fin”. La libertad, en su visión, no era un derecho absoluto: debía subordinarse al orden racional, y el progreso legitimaba la autoridad del Estado.

    Sin embargo, lo que Barreda concebía como instrumento pedagógico fue reinterpretado por sus discípulos —los “científicos” del Porfiriato— como una herramienta ideológica de control. La educación dejó de ser emancipadora para convertirse en el medio de consolidación del poder autoritario: la jerarquía social y una modernización económica guiada por la élite. Con Barreda, el positivismo dejó de ser filosofía, se convirtió en política y traicionó su espíritu de cuestionamiento: la ciencia, la educación y el poder se alinearon para moldear un México obediente y racional.

    Justo Sierra: el arquitecto moral de la obediencia

    Justo Sierra Méndez (1848-1912) es recordado como el “Maestro de América”, pero su influencia va más allá de la enseñanza: fue el ideólogo que transformó el positivismo en justificación moral e intelectual del régimen de Porfirio Díaz. Heredero de Gabino Barreda, bastardeó la ciencia y la educación al convertirlas en herramientas del Estado, lo que permitió cimentar una derecha jerárquica y disciplinada que veía en el orden la condición para el progreso.

    Sierra entendió que la razón debía imponerse a través del poder estatal. Su visión de una “dictadura ilustrada” no negaba la modernidad: la subordinaba al control del saber y de la autoridad. Como Ministro de Instrucción Pública, fundó la Universidad Nacional de México (hoy UNAM), reorganizó la educación y promovió la enseñanza laica y científica. Pero su cruzada educativa tenía un límite: la libertad debía someterse al orden, y la justicia social se alcanzaba desde arriba, a través de una élite ilustrada que formaba al pueblo para obedecer.

    El pragmatismo político de Sierra lo acercó a Díaz, consolidando la idea de que un liderazgo fuerte era indispensable para garantizar la estabilidad. Su legado es doble: por un lado, la institucionalización del conocimiento como motor del progreso; por otro, la construcción de una derecha que convirtió la educación en un instrumento de control social.

    Porfirio Díaz: la legitimación de una dictadura con la ciencia

    Porfirio Díaz hizo del positivismo el soporte ideológico de su régimen, al transformar la filosofía científica en un instrumento de legitimación del poder. Su lema “Orden y Progreso” no fue solo un eslogan: justificaba la centralización política, la subordinación de los ciudadanos y la concentración de la autoridad en manos de una élite. Bajo su mirada, las ideas de Gabino Barreda y Justo Sierra dejaron de ser herramientas de emancipación intelectual para convertirse en medios prácticos de control social y político, donde la educación y la ciencia estaban al servicio del Estado y de sus objetivos autoritarios.

    De esta manera, el positivismo se convirtió en discurso de la derecha mexicana: la modernización económica y la inversión extranjera estuvieron acompañadas de represión política, desigualdad social y una limitación de libertades. La visión de Sierra sobre una “dictadura ilustrada” y la educación como herramienta de cohesión social se tradujo en ciudadanos instruidos para obedecer, mientras que las elites ilustradas consolidaron su poder y monopolizaron el progreso

    En consecuencia, el Porfiriato muestra cómo el positivismo fue castrado y retorcido para justificar la concentración del poder y la subordinación de la sociedad. La ciencia y la educación, que Barreda y Sierra habían pensado como motores del progreso, fueron convertidas en armas de control por la derecha, consolidando un Estado jerárquico y autoritario. El legado de modernización de Díaz es, sobre todo, el legado de un sistema donde el progreso fue medido por la obediencia y la perpetuación del poder de unos pocos.

    El positivismo mexicano dejó una huella ambivalente: bajo su máscara de ciencia y progreso, la derecha encontró justificación para concentrar poder, imponer obediencia y consolidar jerarquías. Lo que prometía emancipación se transformó en justificación del control social, recordándonos que incluso las ideas más brillantes pueden ser moldeadas para servir a los intereses de la élite y del Estado.