Categoría: Daniel Cervantes

  • Frente Cívico Nacional

    Frente Cívico Nacional

    Los ciudadanos cívicos, civiles y apartidistas de la honorable ciudadanía han decidido, en un acto de profunda convicción democrática, formar un partido apartidista. Este movimiento innovador será liderado, por supuesto, por los políticos más destacados de los partidos de oposición; sí, aquellos mismos que, según los ciudadanos cívicos, civiles y apartidistas, no los representaron durante las últimas elecciones.

    Cabe aclarar que esta noble iniciativa no tiene nada que ver con la pérdida de legitimidad que arrastran esos partidos debido a sus históricos desatinos en contra del pueblo de México. ¡No! Esto surge únicamente de la imperiosa necesidad de los ciudadanos cívicos civiles y apartidistas de ser representados

    El nuevo partido promete ser tan innovador y disruptivo que su formación estará compuesta por los más ilustres ciudadanos, cívicos, civiles y apartidistas de nuestra honorable ciudadanía. Entre ellos destacan figuras de impecable trayectoria y compromiso incuestionable con México, como Acosta Naranjo, Xóchitl Gálvez, Álvarez Icaza, Beatriz Pagés y Fernando Belaunzaran.

    Estos eminentes personajes, totalmente apartidistas, han demostrado en cada página de sus biografías un amor inquebrantable por la patria y una entrega absoluta al pueblo de México. Su único interés: el bienestar común y, por supuesto, la defensa de los valores democráticos que ellos mismos elevaron a nuevas alturas en sus respectivas trayectorias políticas… siempre por el bien del país, jamás por intereses particulares. 

    El nuevo partido no podía estar completo sin la participación de figuras tan comprometidas con la objetividad y la imparcialidad como Denise Dresser y Adina Chelminsky. Estas ilustres defensoras de la educación de calidad, ambas firmantes de la reciente condena contra la ruptura de relaciones entre El Colegio de México y la Universidad Hebrea de Jerusalén, nos recuerdan la importancia de mantener una neutralidad académica impecable, incluso ante instituciones que juegan un rol activo en la formación de soldados involucrados en un genocidio. 

    Porque, claro, en estos tiempos de polarización, nada es más urgente que defender la neutralidad, especialmente cuando ésta implica ignorar contextos de violencia extrema y violaciones sistemáticas de derechos humanos. En este sentido, Denise y Adina son ejemplo de cómo la ética puede adaptarse a las prioridades políticas y cómo la educación debe mantenerse al margen de lo que ocurre en el mundo real.

    Este partido que formarán los ciudadanos cívicos, civiles y apartidistas de la honorable ciudadanía, también tiene como propósito defender la democracia y nuestras libertades que la dictadura castro chavista comunista.exe de morena nos ha querido arrebatar. De hecho, lucharon todos los grandes héroes de este movimiento cuando la dictadura quería desaparecer el INE y con ello quitarle fuerza a los ciudadanos cívicos, civiles y apartidistas de la honorable ciudadanía. Sin embargo, tuvieron que dejar de hacerlo cuando este órgano se volvió malo al avalar la dictadura de las mayorías al terminar la elección. 

    Este partido apartidista, compuesto por los más destacados ciudadanos cívicos, civiles y apartidistas de nuestra honorable ciudadanía, promete ser el faro de esperanza que México necesita. Con su indiscutible compromiso con la objetividad, la neutralidad y la defensa de la democracia, se erige como el baluarte contra la dictadura de las mayorías y las amenazas a nuestras libertades. Porque si algo nos han enseñado los ciudadanos cívicos, civiles y apartidistas, es que la verdadera democracia consiste en representar los intereses de quienes nunca estuvieron equivocados, incluso cuando lo parezca.

  • Breve pensamiento de nuestros 20´s

    Breve pensamiento de nuestros 20´s

    ¿Por qué todo se complica?

    Añoro mientras veo a la distancia un pasado repleto de calma, a la vez que vislumbro un futuro con tantas complicaciones como interrogantes. El presente se difumina con mayor rapidez de lo que lo hacía cuando era más joven; los días, meses y años ya no parecieran serlo. Las estaciones del año se acercan más entre sí.

    La vida misma se ha vuelto un candil en nuestro mundo que se opaca con la guerra; la miseria se torna la normalidad de nosotros los contemporáneos. Me es cada vez más difícil creer en una humanidad en la cual los que sufrieron provocan el mismo martirio a los otros bajo un “nuevo” proyecto imperialista. “La historia no se repite, pero a menudo rima”, diría Twain, y sencillamente no encuentro una frase que explique mejor nuestros años veinte.

    Pareciera un mal chiste del siglo pasado lo suscitado en los últimos cinco años. Una pandemia, una crisis, el aparecimiento de una extrema derecha populista… Solo le pido a Dios un poco más de originalidad en los guiones, no podemos estar siempre en un ciclo como si de un engrane se tratase. 

    La indiferencia y el egoísmo emergen como el gran trofeo de la modernidad; el antropocentrismo renacentista, la ciudadanía franco-anglosajona y la ilustración llegan a nuestros días convertidas en libertad, no obstante, una “libertad” amañada. Como diría Marx “La libertad no se basa en la unión del hombre con el hombre, sino, por el contrario, en la separación del hombre con respecto al hombre”.

    La mayor muestra de libertad en nuestra época es la desigualdad. Mientras tenemos a personas con mayor riqueza concentrada que naciones enteras, conservamos miles de millones de humanos en una pobreza que nos debería indignar. La riqueza y recursos han crecido con las décadas, pero se concentra en muy pocas manos. 

    En los años de la pandemia y próximos, la mayor parte de nosotros sufrimos pérdidas de vidas cercanas y, también, económicas; miles de humanos perdieron todo lo que tenían debido a la crisis generada; al mismo tiempo, las principales fortunas de nuestro planeta se incrementaron como nunca lo habían hecho ¡Viva la libertad carajo!

    Se nos vende cual consumidores la elección de nuestros representantes, la presuposición de libertad (incluso la amañada) y representatividad implícita en los procesos electorales se hacen burlescas con la más mínima observación de los apellidos que encontramos en las boletas electorales. 

    El matrimonio obligado hecho entre liberalismo y democracia (únicamente hecho así para legitimar el primero) pareciera que se acerca a un divorcio. El gran engaño de la representatividad estatal se diluye conforme se ven los grandes beneficiados de los gobiernos alrededor del mundo.

    En contraste a lo dicho anteriormente, también tenemos hoy a una sociedad con mayor conciencia, más informada sobre todo lo que ocurre en nuestro mundo. Hoy, es más difícil cometer injusticias contra las mayorías sin que esto tenga repercusiones reales para las élites. “Quizá sigan existiendo dos superpotencias en el planeta: Estados Unidos y la opinión pública mundial”, es lo que decía Noam Chomsky tras las protestas por la guerra en Irak; hoy no se podría hacer la misma afirmación, sin embargo, la segunda de las superpotencias mencionadas cada vez tiene mayor fuerza. 

    La critica popular al neoliberalismo se ha vuelto en nuestros días una desilusión en contra de los grandes mercados y los intereses particulares, el colectivismo y el interés común se empiezan a hacer visibles de un lado mientras que en el otro encontramos a los grandes monstruos de nuestra década. Y son, como siempre lo han sido, las clases populares nuestra única esperanza de resistencia para no caer en los grandes errores del siglo pasado. 

    La esperanza de la humanidad radica en la memoria y conciencia colectiva de los reprimidos históricamente. El presente y futuro lucen inciertos, reitero que pareciera que la historia se repite dos veces (…), sin embargo, está en las mayorías el por medio del libre arbitrio cambiar los hechos y construir un siglo XXI lleno de candiles y no de sombras. 

    Es crucial que las masas, históricamente invisibilizadas, no solo recuerden las lecciones del pasado, sino que también actúen como agentes conscientes de transformación. El siglo XXI tiene el potencial de ser un espacio donde el protagonismo deje de pertenecer a las élites y se traslade a las manos de quienes han sostenido el mundo desde las bases. La humanidad debe recordar que no existen los individuos sino los sujetos, que el humano es un animal político y no es nada sin la colaboración. 

  • En búsqueda de la Dignidad

    En búsqueda de la Dignidad

    “Debemos ser realistas, México depende de Norteamérica”, la anterior afirmación es usada por los antisoberanistas (liberales) mexicanos para justificar sus posturas sobre lo que nuestro país debería hacer con el fin de no hacer “enojar” a los Estados Unidos. Ellos sostienen que la economía mexicana (y su posición en el mundo) es derivada de su relación con los Estados Unidos, como si nuestro país fuera un ser pasivo en el concierto de las naciones.

    Nos hacen creer que somos únicamente el resultado de procesos externos, que nosotros representamos lo que ellos (la potencia hegemónica y los países que siguen su retórica) quieren que hagamos. Lo peor de todo ello es que nuestra nación ha sido victima durante más de 30 años de gobiernos que no les importa hacer valer nuestra soberanía, políticos que repiten con palabras rimbombantes el discurso del occidente global.

    Los gobiernos de pensamiento liberal sometieron nuestra industria y economía a una “integración” (en realidad subordinación) con Estados Unidos. Aquellos apátridas hicieron que la gente que tenían sus negocio propios los quebraran por ser imposible la competencia con las grandes empresas de nuestro vecino del norte; haciendo así, que los mexicanos nos volviéramos una parte integrada dentro de la gran maquila del capital internacional.

    En esa situación social y económica estamos en México; somos el claro ejemplo a nivel mundial para desmentir que el libre comercio y “la mano invisible del mercado” no funcionan. Nos encontramos ahora en un punto de no retorno (a mediano plazo), sería prácticamente imposible pensar en salirnos del acuerdo comercial más importante del mundo (T-MEC).

    Sin embargo, ya con las condiciones materiales presentes es posible buscar un acuerdo que sea justo también para los mexicanos. Debemos buscar un tratado que no tenga afectaciones negativas en los sectores social, económico y moral de nuestra república.

    Socialmente se debe encontrar un acuerdo en el que la población no se vea afectada por el decadente estado de la aún principal potencia del mundo, debemos hallar un lugar en Norteamérica en el cual los mexicanos no sean solo mano de obra barata, es menester también tener por prioridad el que el ciudadano de nuestra nación no sea solo visto como un productor y consumidor de mercancías de marcas estadounidenses mientras todo el capital va para el norte del Bravo.

    Económicamente, se debe buscar menor dependencia de las fluctuaciones de su economía, crear empresas locales que puedan ser competitivas en los mercados de los tres países del subcontinente y fortalecer nuestro mercado interno (no depender de exportaciones).

    En el fortalecimiento de la moral también encontramos el cuidar la dignidad de la nación. Con ello me refiero a no mostrar indiferencia a los dichos de los políticos de las otras dos naciones que engloba el T-MEC. No podemos permitir que se nos amenace o ridiculice. La búsqueda de la dignidad es necesaria para la identidad nacional.

    El gobierno anterior comenzó a mostrar el valor que México tiene en Norteamérica y en el mundo. López Obrador convivió con uno de los presidentes más racistas que ha tenido Estados Unidos en la época contemporánea; nuestro expresidente supo tratar con Donald Trump de forma digna, sin seguir el legado de sumisión de su antecesor y todos los presidentes que tuvimos en la época neoliberal.

    Ejemplifico esto con la ocasión que Enrique Peña Nieto invitó a al aún candidato Donald Trump a Los Pinos, donde nos insulto y despreció; en contraposición de Obrador, quien recibió un trato de “amigo” en los Estados Unidos y terminó una de sus intervenciones en La Casa Blanca gritando “¡Viva México!” en tres ocasiones (siendo de vital importancia retorica).

    No obstante, la lucha por la dignidad perdida durante los gobiernos neoliberales aun no termina, tenemos la oportunidad de negociar un tratado más justo, donde se busque lo dicho más arriba en esta columna, en el año 2026, con la revisión del T-MEC. También, es de vital importancia no dejar que políticos canadienses y de Estados Unidos sigan amenazando con aranceles e incluso con quitar a nuestro país de dicho tratado.

    Nuestra presidenta debe mostrar una postura digna y donde establezca nuestros intereses (del pueblo) al momento de la renegociación de ese tratado; tiene que recordar en todo momento que ellos también dependen de nosotros. Dependen (sobre todo E.U.) de México no solo en lo económico, sino también en lo social.

  • Donald Trump, el Trumpismo y su futuro impacto en México

    Donald Trump, el Trumpismo y su futuro impacto en México

    Durante las recientes elecciones en Estados Unidos, un evento que capturó la atención de buena parte de la población mexicana quedó claro que no se trataba de una votación cualquiera. El interés y la expectativa alrededor de este proceso no fueron casualidad; representaba un momento decisivo en la historia contemporánea de nuestro vecino del norte.

    La elección bipartidista en Estados Unidos entre los conservadores republicanos y los liberales de derecha demócratas ha tomado un nuevo giro, dando paso a una facción aún más conservadora dentro del Partido Republicano: el trumpismo. Aunque Donald Trump ya había gobernado anteriormente, esta vez lo hace bajo circunstancias diferentes y con una base política completamente suya. En su primera administración, Trump tuvo que apoyarse en figuras tradicionales del Partido Republicano, lo que lo limitó a operar dentro del marco del “establishment” del partido. Sin embargo, ahora, respaldado por su propio movimiento y acompañado de políticos leales a su agenda, el trumpismo ha alcanzado una nueva dimensión.

    En su primera presidencia, Donald Trump enfrentó tantas limitaciones impuestas por su propio gabinete y colaboradores que, en la práctica, no logró gobernar con total libertad. Las tensiones dentro de su administración surgieron desde el principio, evidenciando la falta de cohesión entre su visión radical y los intereses del establishment republicano. Ejemplos notables de estos choques incluyen las declaraciones de Mark Esper, exsecretario de Defensa, quien reveló haber convencido a Trump de no lanzar misiles contra laboratorios de drogas en México, una acción que habría desatado un conflicto diplomático de graves proporciones con su vecino del sur.

    Otro ejemplo significativo se dio durante la invasión al Capitolio el 6 de enero de 2021, cuando el entonces vicepresidente Mike Pence se desmarcó de Trump al expresar su rechazo a lo que estaba ocurriendo. En ese momento crítico, Pence optó por una postura institucional y de respeto al proceso democrático, en contraste con Trump, quien fue acusado de incitar la insurrección y de no intervenir con rapidez.

    Sin embargo, en esta nueva presidencia, Donald Trump ha consolidado un círculo de poder que gira en torno a su propio movimiento, rodeándose de personajes emanados del trumpismo que comparten su visión y lo seguirán sin cuestionamientos. A diferencia de su primera administración, donde tuvo que lidiar con figuras del establishment republicano que actuaron como contrapesos, ahora cuenta con un gabinete de aliados que están dispuestos a ejecutar su agenda sin restricciones. Estos nuevos secretarios y asesores han sido seleccionados precisamente por su lealtad y por sus posturas afines al trumpismo, lo que garantiza una línea de mando uniforme y alineada con los principios de su movimiento.

    La elección de su nuevo vicepresidente es quizás el ejemplo más claro de esta dinámica de lealtad absoluta. A diferencia de Mike Pence, quien en momentos decisivos como la invasión al Capitolio se distanció de Trump, su actual compañero de fórmula representa una alianza sólida y sin reservas con el trumpismo. J. D. Vance, nacido en Ohio y conocido defensor de las preocupaciones de la clase media blanca del cinturón del óxido, es la figura ideal para consolidar el discurso de Trump en esta región, donde la pérdida de empleos industriales y el desencanto hacia las élites políticas han calado profundamente.

    Cinturón del oxido: El “cinturón del óxido” se refiere a una región de Estados Unidos que abarca partes del Medio Oeste y el Noreste, especialmente en estados como Ohio, Michigan, Pensilvania e Indiana, que en su auge fueron centros industriales y manufactureros de gran importancia, con un alto número de empleos en la producción de acero, automóviles y maquinaria pesada. Sin embargo, desde finales del siglo XX, estas áreas han sufrido un profundo declive económico debido a la desindustrialización, la globalización y la relocalización de fábricas al extranjero.

    J. D. Vance, como férreo defensor del proteccionismo y el nacionalismo, encarna una postura que prioriza los intereses estadounidenses frente a la globalización, buscando reactivar la economía local y proteger los empleos nacionales. Nacido en Ohio, Vance presenció de cerca el impacto devastador de la emigración de fábricas a otros países, lo cual ha nutrido su visión de una política económica centrada en devolver a Estados Unidos su capacidad productiva y reducir la dependencia de naciones extranjeras. Este enfoque no solo da indicios sobre cómo será la política de Donald Trump en esta nueva administración, sino que también es revelador de la relación que se anticipa con México.

    Otro personaje clave para México en esta nueva administración de Trump es el senador Marco Rubio, quien será el nuevo secretario de Estado, cuya postura y trayectoria política han tenido un impacto significativo en la relación bilateral, particularmente en temas como la política migratoria, el comercio y la seguridad regional. Rubio, de origen cubano y con una base de apoyo en Florida, ha sido una figura influyente dentro del Partido Republicano en cuestiones de política exterior y es conocido por sus posiciones firmes contra gobiernos en América Latina que considera adversarios, así como por su respaldo a medidas restrictivas en inmigración.

    Por último, tenemos a uno de los personajes más despreciables “Tom Homan”, mejor conocido como “Zar de la Frontera”. Este personaje, exdirector de ICE (Servicio de Inmigración y Control de Aduanas), es famoso por su postura radical en materia de inmigración y sus métodos de aplicación de la ley que han sido duramente criticados por organizaciones de derechos humanos. Su enfoque intransigente y su retórica, a menudo implacable contra los inmigrantes, han convertido a Homan en una figura central y, a la vez, profundamente despreciada en los debates sobre la frontera. Para México, la presencia de Homan en esta administración representa un endurecimiento de la política migratoria, ya que su visión se centra en una frontera “cero tolerancia” donde las deportaciones y las detenciones masivas son prácticas habituales.

    Es crucial mantenernos atentos a lo que sucede en Estados Unidos, ya que la relación entre nuestras naciones es de profunda interdependencia. Las economías y poblaciones de ambos lados de la frontera están vinculadas, con intercambios comerciales, culturales y laborales que impactan el bienestar y desarrollo de cada país. Esta interconexión implica que cualquier cambio en la política estadounidense, especialmente en áreas de migración, comercio y seguridad, afecta directamente a México.

    Es fundamental recordar esto para evitar caer en una postura de subordinación o de dependencia pasiva, independientemente del gobierno en turno en Estados Unidos. México debe mantener una posición de dignidad y defensa de sus propios intereses, participando activamente en la relación bilateral con una visión estratégica que priorice el beneficio mutuo.

  • Nuestra pobre derecha subordinada

    Nuestra pobre derecha subordinada

    ¿Cómo olvidar cuando los presidentes del PRI, PAN y PRD se reunieron en Washington con el secretario general de la OEA, Luis Almagro, para acusar al Estado mexicano de llevar a cabo una “narcoelección”? ¿Es acaso posible no recordar también cuando representantes del PAN se encontraron con el presidente del partido hispanista Vox para firmar la Carta de Madrid? ¿Algún mexicano ya no tiene en la memoria la reciente visita de Xóchitl Gálvez a Estados Unidos durante su campaña presidencial, donde también abordó temas internos del país?

    Cada nación define sus posiciones dentro de la brújula política en función de la historia nacional y las condiciones materiales que preceden a su contemporaneidad; un ejemplo claro sería que, mientras en países como Estados Unidos, España o Francia el “nacionalismo” tiende a ubicarse en la derecha, en repúblicas como México, Guatemala o Perú se posiciona del lado izquierdo. Sin embargo, existen ideas cuya diferencia entre izquierda y derecha es comprensible a nivel global; ejemplificando esto podríamos ver la postura frente a la igualdad, mientras la derecha se inclina hacia una visión individualista, la izquierda persiste en la búsqueda de la paridad. 

    En el caso específico de la derecha mexicana, esta siempre ha mostrado una posición de escaso patriotismo y nulo nacionalismo. A lo largo de la historia, nuestros conservadores han intentado imponer intereses extranjeros en el país, demostrando una ausencia de compromiso en la lucha por una soberanía efectiva y por la independencia en diversos ámbitos. Al hacer un breve recorrido por la historia nacional y el papel de las derechas en ella, encontramos lo siguiente.

    Desde la época de la Independencia, los conservadores criollos, representados por Agustín de Iturbide, al percatarse de que era imposible mantener el dominio colonial, decidieron unirse a la causa independentista, aunque bajo una condición esencial: al finalizar la lucha, se ofrecería el trono a Fernando VII (entonces rey de España) o, en su defecto, a un miembro de la familia Borbón. Esta postura reflejaba el interés de los conservadores por mantener un vínculo con la monarquía española, limitando así la independencia total y asegurando su influencia dentro del nuevo orden político. No obstante, no logran traer a un monarca europeo y deciden hacer el primer imperio mexicano. 

    Mas adelante, durante la Guerra de Reforma, la derecha mexicana volvió a mostrar su inclinación hacia poderes extranjeros. Los conservadores se opusieron a las reformas liberales que buscaban limitar los privilegios eclesiásticos y fortalecer el poder civil. En su lugar, buscaron apoyo en Francia, promoviendo la intervención europea que culminaría en la instauración del Segundo Imperio Mexicano bajo el emperador Maximiliano de Habsburgo.

    En el Porfiriato, la derecha continuó fortaleciendo sus lazos con intereses extranjeros. Porfirio Díaz, aunque en sus inicios se posicionó como liberal, rápidamente adoptó una política favorable a las inversiones extranjeras, especialmente estadounidenses y europeas, permitiendo que empresas extranjeras controlaran gran parte de los recursos y servicios nacionales. Esta subordinación de la economía mexicana al capital extranjero trajo consigo un crecimiento económico desigual, beneficiando a unos pocos y despojando a las clases trabajadoras y campesinas de sus tierras y derechos.

    Ya en el siglo XX, la derecha mexicana se alineó inicialmente con posturas pronazis e hispanistas en vísperas de la Segunda Guerra Mundial; además, se opuso a las políticas populares impulsadas por el presidente Lázaro Cárdenas, quien promovió la expropiación petrolera y defendió la soberanía económica (en esta época y con estas mismas causas nació el Partido Acción Nacional). 

    A partir de estas posturas, la derecha mexicana mantuvo su oposición a los proyectos de desarrollo nacionalista que buscaban fortalecer la economía interna. Durante la época del Milagro Mexicano, mientras el Estado fomentaba la industrialización a través de políticas de sustitución de importaciones, la derecha seguía promoviendo un modelo económico orientado hacia el exterior, que favorecía la inversión extranjera directa y mantenía fuertes lazos con empresas transnacionales.

    A partir de 1982, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) abandonó su ideología de nacionalismo revolucionario, la misma que lo identificaba como el “partido emanado de la Revolución”, y dio un giro hacia la derecha. Con el inicio del periodo neoliberal, se implementaron políticas que beneficiaban a una minoría privilegiada y a empresas transnacionales, mientras que las clases populares y sectores nacionales enfrentaron un perjuicio considerable. Este cambio ideológico se tradujo en reformas que priorizaban la inversión extranjera, la privatización de empresas estatales y la apertura económica, consolidando una estructura económica que favorecía a los grandes capitales sobre los intereses de la mayoría del pueblo mexicano.

    A lo largo de nuestra historia, hemos tenido una derecha subordinada a intereses extranjeros, carente de una conciencia y práctica nacionalista. Esta postura, lejos de contribuir a la construcción de una nación soberana, ha perpetuado una dependencia que favorece a élites y capitales foráneos, relegando el bienestar de la mayoría del pueblo mexicano. Mientras que en otros países las derechas, llevadas al extremo, caen en un nacionalismo exacerbado, en México, si lleváramos a sus últimas consecuencias las posturas de nuestros conservadores, nos convertiríamos en apátridas.

  • “Abrazos, no Balazos (…)”

    “Abrazos, no Balazos (…)”

    El enfoque de López Obrador en materia de seguridad partió de una premisa fundamental: los narcotraficantes son parte de la sociedad civil y, por tanto, forman parte del pueblo mexicano. A diferencia de la estrategia de Calderón, que polarizó la situación bajo una narrativa de “nosotros contra ellos”, la política de seguridad del expresidente más reciente se centró en un enfoque más humano, reconociendo que el desafío no era enfrentar a un ejército extranjero, sino pacificar a una sociedad afectada por la violencia.

    El expresidente panista Felipe Calderón, inició con una estrategia de combate armado de cara a la producción de estupefacientes en nuestro país, su narrativa del problema era muy simplista, únicamente postulaba una contraposición entre dos partes; de un lado podíamos encontrar al Estado mexicano y al pueblo, mientras tanto en el otro sitio se encontraban los narcotraficantes y criminales (como si fueran externos).

    Con la perspectiva dicotómica calderonista, se vuelven comprensibles las razones por las cuales declaró la guerra al narcotráfico. En su retórica, el conflicto se reducía a una lucha de “buenos contra malos”. Esta visión simplista fue lo que desencadenó una masacre nacional, marcando su sexenio un antes y un después en la vida de la mayoría de los mexicanos. Para ese gobierno, que dividía a la población en dos bandos opuestos, incluso la muerte de aquellos considerados “buenos” se justificaba como una “baja colateral más”.

    Sin embargo, en la práctica, la guerra contra el narcotráfico emprendida por Calderón implicó una alianza tácita con un cártel para combatir a otros, lo que llevó a una creciente desdiferenciación entre el gobierno y el crimen organizado. Además, su estrategia estuvo marcada por una subordinación a las políticas de Estados Unidos en materia de lucha contra el crimen, como lo evidenció la operación “Rápido y Furioso”, que dejó en evidencia la cooperación y las contradicciones en la lucha contra el narcotráfico. Sin olvidar por supuesto el aumento del 192% en homicidios dolosos y que su secretario de seguridad ahora está en una cárcel en nuestro vecino del norte. 

    Ahora bien, del otro lado tenemos la estrategia conocida popularmente como “Abrazos, no balazos” de López Obrador. El expresidente morenista dividió su estrategia de seguridad en dos; la que tuvo que implementar al llegar al poder, y la otra que va a dar resultados a largo plazo. 

    En respuesta inmediata, López Obrador optó por extinguir la corrupta Policía Federal y crear la ahora institucional Guardia Nacional. Es importante destacar que, aunque no retiró al ejército de las calles, tampoco hubo órdenes del Ejecutivo federal para llevar a cabo masacres contra la población. Los militares permanecieron en las calles, pero con directrices más humanas bajo el mando civil. Sin embargo, durante su sexenio, sí se cometieron crímenes contra la población, aunque estos fueron responsabilidad de la corrupción propia de nuestras fuerzas armadas y no resultado de una indicación directa del presidente de la República.

    En cuanto a su estrategia a largo plazo, el expresidente se concentró en luchar contra las causas del problema; quiso reparar el tejido social, dar mas oportunidades a los jóvenes de municipios no favorecidos en el pasado, luchó contra la desigualdad y por ende contra la pobreza reinante en este país, dignificó los trabajos regulares mediante la subida del salario mínimo y el control del outsourcing, etc. 

    El expresidente López Obrador rompió con la estrategia de seguridad simplista de los gobiernos anteriores, orientando su política hacia la erradicación de las causas profundas del narcotráfico. Durante su sexenio, se abandonó la lógica del “nosotros contra ellos” para abordar la pacificación de una sociedad sin enemigos externos, como los regímenes del PRI y PAN habían caracterizado a los grupos delincuenciales. En cambio, se buscó entender el problema como una cuestión interna, donde los actores del conflicto eran parte de la misma comunidad que se pretendía proteger y pacificar.

    La icónica frase “abrazos, no balazos”, con la que muchos describieron la estrategia de seguridad de López Obrador, refleja precisamente ese enfoque. Este enunciado simboliza el compromiso de no combatir al pueblo, sino de establecer un gobierno dispuesto a abordar las causas profundas de la crisis de narcotráfico y violencia. Los “abrazos” representan los apoyos y políticas sociales implementadas durante su sexenio, con el propósito de atacar las raíces del problema y construir un entorno de paz a través de oportunidades y justicia social.

    Con el nuevo gobierno, también se reinterpretó esa frase, dándonos con ello un vistazo de cómo será la estrategia de Claudia Sheinbaum en la realidad. Nuestra “nueva” presidenta repite el enunciado, pero le agrega palabras y con ello también lo resignifica.

    “Abrazos no balazos, no es dar abrazos a los delincuentes” – Claudia Sheinbaum

    “Se burlan del presidente, porque dice `abrazos no balazos ´, pues claro que no se trata de dar abrazos a los delincuentes, nadie nunca ha dicho eso”- Claudia Sheinbaum

    Con lo anterior le da un nuevo significado a la frase, ya se está hablando implícitamente de un combate, nuevamente pareciera que se está regresando a un enfoque punitivista. De nuevo existe esta contraposición entre los delincuentes y, del otro lado, el estudiantado, el gobierno, la gente de bien, etc. 

    Y es que esto no solo se queda en el discurso, también hemos visto un cambio en el como se hacen las cosas en materia de seguridad desde el comienzo de este sexenio; sin embargo, aún es muy temprano para hacer un juicio de hechos sobre el actual gobierno.  Por el momento solo queda esperar el seguimiento de una política de pacificación y no de combate. 

  • Hacer crítica a la izquierda para ser de izquierda

    Hacer crítica a la izquierda para ser de izquierda

    Presupongo que la oposición partidista en México ha perdido todo peso. Partidos como el PAN o el PRI se han vuelto irrelevantes para la toma de decisiones prioritarias hacia el futuro de nuestra nación. El que fue nuestro partido de Estado por más de setenta años, ahora está más cerca de desaparecer que de ganar una elección presidencial. Por su parte, Acción Nacional no representa mucho más que su historia; han intentado imitar el estilo de López Obrador en su campaña anterior, pero solo lograron crear una burda caricatura.

    Parece que la izquierda tiene aseguradas, al menos, las próximas dos elecciones presidenciales. Hoy en día, es fácil afirmar que el partido en el gobierno se mantendrá en el poder durante el próximo sexenio. Si la situación en México continúa como en el mandato de López Obrador, tal vez no tengamos motivo de preocupación. Si la pobreza sigue disminuyendo y el gobierno persiste en la búsqueda de la soberanía, ¿por qué deberíamos criticar?

    Sin embargo, debemos ser conscientes de que la historia la hacen los pueblos, no los individuos. López Obrador llegó al poder como respuesta de un pueblo ofendido, una sociedad oprimida y olvidada durante más de 30 años de gobiernos neoliberales. El lopezobradorismo puede entenderse como un movimiento de crítica al establishment, y de ahí surgió el impulso que lo llevó al gobierno. La izquierda, reiterando, llega al poder partiendo de una crítica a lo que ya existía; la crítica es, en esencia, la definición misma de “izquierda”.

    Dado que la izquierda es crítica por naturaleza, debemos entender que esta acción no debe limitarse únicamente a la oposición, sino también volverse hacia adentro. Es prioritario observar las dinámicas dentro del partido en el poder y hacer explícitas aquellas que se desvíen de la lógica de beneficiar a la población, especialmente a los más desfavorecidos. Es nuestro deber señalar las prácticas y políticas que no sean beneficiosas para el conjunto o, en su defecto, representen una regresión en los logros ya alcanzados.

    No podemos callarnos por más que nos llamen a hacerlo, la institucionalidad del movimiento debe estar fundada en la crítica, no en ese típico silencio del político priista del siglo pasado. El abandono de la crÍtica es el abandono de la izquierda. 

    Como dije más arriba, la oposición partidista no tiene en este punto importancia alguna; no obstante, la oposición al proyecto de transformación si tiene un peso relevante ya que está dentro del partido gobernante. Llegó el momento de dar la batalla interna para seguir en dirección de la radicalización del movimiento y por ende del gobierno. 

    El pueblo no puede dejar de ser el protagonista del cambio, el partido no debe dejar de ser un instrumento al servicio del pueblo. El partido en el poder debe mantener su naturaleza crítica y abierta al debate interno para evitar caer en los vicios del pasado. La tentación de abandonar la crítica y aferrarse a una institucionalidad acrítica sería fatal para el movimiento. El silencio no puede ser una opción cuando lo que está en juego es el bienestar y la justicia para millones de mexicanos.

    La institucionalización del movimiento implica riesgos. Por un lado, el peligro de convertirse en lo mismo que se ha criticado durante décadas: un aparato rígido y burocrático, alejado de las demandas populares. Por otro, la posibilidad de adoptar una postura defensiva frente a la crítica, en lugar de verla como una herramienta para mejorar y corregir el rumbo. El movimiento debe ser capaz de evolucionar sin perder su esencia transformadora, y esto solo será posible si la crítica sigue siendo su motor principal.

    El reto que enfrentamos en el próximo sexenio, con la izquierda aparentemente consolidada en el poder, es no caer en la autocomplacencia. La continuidad no debe ser sinónimo de estancamiento, sino de profundización y radicalización en los cambios estructurales necesarios para alcanzar una justicia social plena. Esto implica una renovación constante de las políticas y estrategias, siempre orientadas hacia los sectores más vulnerables y marginados del país.

  • Antónimos sobre la realidad en la Palestina ocupada

    Antónimos sobre la realidad en la Palestina ocupada

    La defensa que los países autodenominados “del mundo libre” hacen de Israel es única en su tipo. Los argumentos que sustentan la existencia del estado sionista suelen contradecir la realidad, la lógica y la razón. Un ejemplo claro es el tan repetido mantra de Estados Unidos: “Israel tiene derecho a defenderse”.

    La manera más sencilla de comprender lo que sucede en la Palestina ocupada es escuchar un discurso de un jefe de Estado de nuestro vecino del norte sobre el tema, pero sustituyendo los verbos por sus antónimos. Por ejemplo:

    • Israel tiene derecho a defenderse = Israel tiene derecho de atacar
    • Israel busca la paz = Israel promueve la guerra
    • Israel respeta los derechos humanos = Israel viola los derechos humanos
    • Israel intenta coexistir con los palestinos = Israel se niega a coexistir con los palestinos

    El llamado derecho a la defensa de Israel se fundamenta en la ocupación y colonización de un territorio habitado por una población originaria. La simple existencia de un estado sionista en Medio Oriente representa una agresión hacia los países árabes y, en particular, contra la patria palestina. Antes del establecimiento de Israel, existía un pueblo palestino cuyo territorio formaba parte de una colonia británica. El cambio de gobierno en 1948 no hizo más que reemplazar a un colonizador por otro, marcando el inicio de un régimen de apartheid.

    Hablar de la defensa del Estado sionista equivale a justificar su derecho a continuar agrediendo al pueblo palestino sin la intervención de otros países árabes u organizaciones que apoyan la libertad de Palestina. Argumentar que Israel tiene derecho a defenderse es, en esencia, respaldar un régimen de apartheid y las políticas genocidas que han caracterizado su actuar, especialmente en el último año, sin que otras naciones puedan hacer algo al respecto.

    El argumento de que “Israel busca la paz” contrasta con sus acciones. Durante el último año, la entidad sionista ha agredido a países vecinos, a diversos estados árabes, a vehículos de ayuda humanitaria e incluso a bases de la ONU; utilizando como justificación los hechos ocurridos el 7 de octubre del año pasado, cuando el grupo de resistencia palestina Hamas llevó a cabo un ataque. Esta respuesta violenta ha servido como pretexto para intensificar sus políticas de agresión en la región.

    Israel no ha aceptado ninguno de los acuerdos de paz propuestos, tampoco ha acatado las resoluciones de la ONU para que detenga sus acciones en medio oriente. La entidad sionista está ahora concentrada en crecer el conflicto y en seguir llevando a cabo el genocidio en el territorio de sus víctimas.

    Israel respeta los derechos humanos”.  Para poder desmentir esto solo hay que ver los bombardeos israelíes, sus ataques son capaces de asesinar a decenas de civiles inocentes solo para alcanzar un objetivo de lo que ellos consideran un “terrorista”. Los sionistas son capaces de masacrar familias enteras solo por eliminar a una persona que consideran su enemigo. Son más de 40,000 palestinos asesinados en lo que va del último año.

    Para Israel vale más la muerte de lo que ellos consideran un “terrorista”, que una familia civil entera.

    El establecimiento del Estado de Israel desde el año 1948, ha marcado un conflicto prolongado, que es una forma moderna de colonialismo. La insistencia en la “defensa” de Israel, mientras se ignora la ocupación y los continuos ataques en Gaza y Cisjordania, equivale a justificar la opresión y la violencia sistemática contra el pueblo palestino. Este argumento sostiene que la defensa de Israel implica la perpetuación de un régimen que ha sido descrito como apartheid por organizaciones internacionales.

    Las cifras recientes de víctimas en Palestina, con decenas de miles de muertos en un año, ponen en duda las afirmaciones sobre el respeto a los derechos humanos por parte de Israel. La negativa del gobierno israelí a aceptar resoluciones de la ONU o propuestas de paz se ve como una prueba más de que la entidad sionista prefiere continuar el conflicto en lugar de buscar una solución pacífica.

    Es por ello, que considero que la mejor fuente para poder entender lo que sucede en Palestina es ver la postura de las potencias occidentales al respecto, pero cambiar todos los verbos utilizados por sus antónimos 

    “La escena es bastante paradójica. Es como si asistiéramos a una especie de juicios de Nuremberg a la inversa, donde no se juzgan los crímenes cometidos por los nazis, sino las atrocidades (indiscutibles) cometidas por los aliados”

    Enzo Traverso

  • Disculpas Reales de España

    Disculpas Reales de España

    España no le debe disculpas a México, al Estado mexicano. España y su pueblo son nuestros primos (no hermanos como lo son los ingleses de los angloamericanos). La rica cultura de nuestro país no sería entendible si quitamos a la península ibérica de la ecuación. Sin embargo, los pueblos de ambos países tenemos dos enemigos históricos comunes: la monarquía y la oligarquía española.

    La pausa en las relaciones entre España y México, debido a la carta del expresidente mexicano López Obrador, y la nula invitación al Rey Felipe VI como consecuencia de la inexistente respuesta de la monarquía europea a esa misiva, ha generado muchas conversaciones sobre nuestro pasado en común. Las reacciones en ambos lados del Atlántico han sido numerosas, y cada persona tiene su propia posición respecto a este tema que concierne a los habitantes de la región iberoamericana.

    Considero que España no le debe ningún tipo de disculpas a México; la existencia de la nación mexicana es consecuencia principalmente de la colonización y posterior establecimiento del virreinato de la Nueva España. No obstante, la anterior aclaración corresponde a la discusión común que tienen los conservadores españoles, no a la carta que envió el Lic. López Obrador al actual Rey de España. En la misiva al monarca ibérico, el expresidente mexicano plantea una disculpa conjunta, binacional, por los agravios cometidos por ambas naciones a las comunidades indígenas del actual territorio mexicano. 

    “La incursión encabezada por Cortés a nuestro actual territorio fue sin duda un acontecimiento fundacional de la actual nación mexicana, sí, pero tremendamente violento, doloroso y transgresor” 
    -Carta del Lic. López Obrador al Rey de España Felipe VI

    “…el Estado mexicano pedirá perdón a los pueblos originarios por haber porfiado, una vez consumada la Independencia, en la agresión, la discriminación y el expolio a las comunidades indígenas que caracterizaron el periodo colonial; el desagravio hará énfasis en las guerras atroces y genocidas emprendidas por el gobierno mexicano en contra de los pueblos yaqui y maya (la “Guerra del Yaqui”, en Sonora y Sinaloa, y la “Guerra de Castas”, en la Península de Yucatán), así como en la persecución racista que sufrieron los chinos en el territorio de México durante las primeras décadas del Siglo XX y en otros agravios y atrocidades que diversas autoridades cometieron contra la población”
    -Carta del Lic. López Obrador al Rey de España Felipe VI

    “…invitar al Estado español a que sea partícipe de esta reconciliación histórica, tanto por su función principalísima en la formación de la nacionalidad mexicana como por la gran relevancia e intensidad de los vínculos políticos, culturales, sociales y económicos que hoy entrelazan a nuestros dos países”
    -Carta del Lic. López Obrador al Rey de España Felipe VI

    Y es que, en ningún momento se trató de ese argumento simplista que sostiene la derecha española, de que “la nación mexicana exige que el reino de España pida disculpas”. En realidad, lo que se exhortó en la misiva fue que la monarquía y el Estado ibérico, junto con la República mexicana, pidieran disculpas a los pueblos que han habitado este continente desde mucho antes de la llegada de los europeos. 

    Concuerdo con la petición de nuestro expresidente más cercano; considero que la monarquía española (el Estado mexicano ya ha hecho este ejercicio) debería pedir disculpas a los pueblos americanos. Por otra parte, también creo que esa monarquía, revivida por Francisco Franco (y la oligarquía española a la que representa), le debe pedir perdón al actual pueblo mexicano, a los demás habitantes de América, y la disculpa principal que deben ofrecer es al propio pueblo español.

    A los pueblos milenarios de América les deben una disculpa por el genocidio cometido durante la conquista. Según el libro Nueva Historia General de México de El Colegio de México (institución fundada, por cierto, por republicanos españoles), en el año 1519, el futuro territorio novohispano contaba con 15 millones de habitantes nativos, mientras que para 1550, ese número había caído a 3 millones. ¿En verdad no merecen una disculpa?

    Al pueblo mexicano le deben una disculpa por los abusos y saqueos del periodo neoliberal, cuando empresas españolas como Iberdrola, Repsol y OHL obtuvieron contratos favorecidos por gobiernos corruptos. Un ejemplo es el expresidente Felipe Calderón, quien tras su mandato fue contratado por Avangrid, filial de Iberdrola, luego de implementar políticas que beneficiaron a estas empresas. Por los mismos motivos les deben una disculpa a los demás habitantes de América

    Y al pueblo español le deben una disculpa por muchísimos motivos, tantos que sería imposible mencionarlos incluso si le dedicara una columna completa. Sin embargo, señalaré las razones que considero principales: La abundancia de España durante su periodo imperial, que únicamente favoreció a los de arriba, no al pueblo. Durante el imperio español, como diría Eduardo Galeano, “España tenía la vaca, pero otros tomaban la leche”. Esta frase simboliza cómo España, al ser la potencia imperial, poseía los recursos y la riqueza, pero estos beneficios eran disfrutados por una élite, mientras que la mayoría de la población sufría la pobreza y la marginación; así como la nula capacidad de la monarquía española por industrializarse y solo intercambiar el oro por mercancías inglesas.

    Otras de las razones por las cuales la corona española, como representante de su oligarquía, debería pedir disculpas al maravilloso pueblo español son: El golpe de estado del 17 y 18 de julio de 1936, sus empresas monopólicas que suben sus precios en electricidad de forma unilateral, el peso económico que representan para uno de los países con mayores problemas de Europa, la carga que significan para el progreso y un sinfín de otras razones.

    Hay que tener bien claro quiénes son nuestros adversarios y no pelear entre pueblos primos que comparten adversarios en común. España y México tienen más en común por sus pueblos que por sus gobiernos. No podemos esperar que una monarquía moribunda, que tanto ha afectado a su propio pueblo, les pida disculpas a otras sociedades; sin embargo, también es fundamental considerar que solo hay una forma en la cual esa disculpa sería válida: la desaparición de esa institución anacrónica. Sin una transformación profunda que reemplace estructuras obsoletas, cualquier disculpa carecería de sinceridad y no lograría sanar las heridas históricas.

  • Sexenio de López Obrador

    Sexenio de López Obrador

    Para entender las acciones del presidente saliente, es esencial considerar el contexto en el que asumió el poder. El país estaba atravesando un periodo de profunda decadencia, una crisis aparentemente interminable. El neoliberalismo había traído consigo el abandono de las mayorías, favoreciendo a una oligarquía que se había enquistado en los proyectos gubernamentales.

    La llegada de López Obrador a la presidencia representó el ascenso de un pueblo oprimido desde las altas esferas del poder. Su presidencia no fue casualidad, sino el resultado de décadas de lucha de diversas corrientes de izquierda. El inicio de su gobierno marcó un hito en la historia nacional: por primera vez en mucho tiempo, una persona genuinamente del pueblo alcanzaba el puesto publico más importante del país.

    La presidencia de López Obrador fue, como consecuencia de lo mencionado, un gobierno que mantuvo una conexión constante con las demandas y necesidades del pueblo. Sus políticas, en su mayoría, reflejaron esa sintonía, y sus acciones estuvieron respaldadas por amplios sectores populares. Si hubiera que resumir su gobierno en una sola palabra, esa sería “legitimidad”. En ningún momento traicionó la confianza depositada en él por las mayorías, una confianza que se forjó desde los tiempos del desafuero y que se consolidó a lo largo de su mandato.

    En términos cuantitativos, el gobierno de López Obrador se distinguió por una serie de logros relevantes: la pobreza disminuyó, la economía creció de manera sostenida, la deuda pública fue manejada con responsabilidad y el tipo de cambio del dólar se mantuvo estable e incluso a la baja. México ascendió hasta convertirse en la 12ª economía más grande del mundo, el salario mínimo experimentó un incremento significativo, la delincuencia mostró una tendencia a la baja, el desempleo disminuyó y se realizaron importantes inversiones en infraestructura. Estos logros económicos y sociales fueron cruciales para estabilizar el país tras años de crisis.

    Si hablamos de los logros cualitativos, podemos destacar que durante este sexenio México ejerció una mayor soberanía en el ámbito internacional, algo que había estado rezagado durante años. El gobierno priorizó, por primera vez en mucho tiempo, a los sectores más vulnerables, fortaleciendo la legitimidad del Estado. Además, México se consolidó como un líder regional indiscutible, y hubo esfuerzos concretos por restaurar el tejido social que el neoliberalismo había debilitado.

    Uno de los puntos críticos que merece mención es el papel preponderante que asumió la SEDENA, un aspecto que ya abordé en otra columna. Sin embargo, fuera de esto, considero que no temo al afirmar que el gobierno de López Obrador fue el tercer mejor sexenio en la historia de México, solo comparable con los periodos de Benito Juárez y Lázaro Cárdenas. No sé si lo que presenciamos fue una revolución, pero sería ignorar la realidad no reconocer que se gobernó en favor del pueblo y que se desafiaron las estructuras del poder establecidas en periodos anteriores.