Categoría: Miguel Martín

  • El México de Loret

    El México de Loret

    El pasado viernes 1 de agosto de 2025, la jueza de distrito Mariana Vieyra Valdés ordenó la liberación de Israel Vallarta, preso desde 2005 acusado de secuestro junto con la francesa Florence Cassez, quien también era inocente y se le había liberado desde 2013 tras una campaña intensa y con intermediación del gobierno francés.

    En 2005, las audiencias televisivas presenciaron todo el montaje presentado por Carlos Loret de Mola y orquestado por el gobierno de Felipe Calderón, en el que se detenía a una “peligrosa banda de secuestradores”, “Los Zodiaco”. Cuando la periodista, antes corresponsal de CNI Canal 40 y para ese momento colaboradora de Aristegui, Yuli García, entre otras voces, denunciaron que se trataba de una puesta en escena, Loret salió ante las pantallas de Televisa paras disculparse y deslindarse. Eso, en cualquier otro lugar del planeta, hubiera sido suficiente para que su carrera se acabara, pero no en ese México aletargado en el que nos tocó crecer.

    A pesar de que Andrés Manuel López Obrador, e incluso Cuauhtémoc Cárdenas antes que él, habían despertado incipientemente la consciencia popular, la realidad era que, fuera de periodos electorales, las mentes del grueso de la población mexicana eran dominadas por los contenidos televisivos de Televisa y TV Azteca. Los temas de conversación a nivel colectivo seguían siendo las distintas temporadas del reality show Big Brother, y más en su versión VIP, donde el atractivo era ver interactuando de distintas formas entre sí a los mismos idiotas vacíos que usualmente se desempeñaban actuando, cantando o conduciendo programas basura. Los jóvenes en las calles repetían ya las frases de Cristian Martinoli, habitual relator de los partidos del Cruz Azul y de la selección mexicana. El «¡Ah, no, bueno!» ya estaba muy arraigado para entonces, pero fue justo en 2005 cuando nació el «¿De qué te vas a disfrazar?».

    Periódicamente aparecían los célebres videoescándalos, que consistían en convenientes filmaciones de actos de corrupción entre políticos y empresarios, grabados con cámaras de seguridad que casualmente tenían un emplazamiento inmejorable. Como hubiera sido demasiado descaro el microfonear a los involucrados, se sacrificaba el audio, de manera que era presentado con baja calidad en los espacios noticiosos con apoyo de subtítulos. A día de hoy solo podemos reírnos, pero también lamentarnos. Se trataba igualmente de burdos montajes que cumplían la función de interesar esporádicamente a las audiencias en los temas políticos, solo para afianzar el mantra de “todos son iguales”.

    Aunque se habla de los años 80 y 90 como las décadas de mayor dominio de la televisión sobre la psique colectiva mexicana, la realidad es que la primera década de los 2000 fue el punto más alto. No debemos olvidar que Vicente Fox la inauguró colocándose en el poder después de una campaña televisiva sumamente intensa en la que el PRI fue el gran sacrificado, ya que se le pintó como el villano y el problema a resolver, mientras que Fox, ignorante, pero taimado y convenientemente arropado por la élite empresarial, fue promovido por todos lados como el salvador de México. Sus spots, que vistos en retrospectiva resultan vacíos, se basaban en un México nuevo y lleno de esperanza. Tan intensa y efectiva fue la campaña, que el grueso del electorado no recordó que siempre había rechazado al PAN por ser un partido mocho, intolerante y de derecha conservadora.

    El gobierno de Fox fue una tremenda decepción, y es bien sabido que en la idea era lavar ese error en las urnas, pero no fue posible debido a la insultante campaña de desprestigio que desataron las televisoras en contra de AMLO por mandato de Fox, así como el truculento manejo de los votos por parte del entonces IFE. Ya nadie duda que se trató de un fraude. Y también es muy sabido que la llamada “guerra contra el narco” la desató Calderón para legitimarse y también para dejarle vía libre al cartel de Sinaloa. Ese sí que era un narcogobierno.

    Sin embargo, hicimos junto con AMLO el milagro: la revolución de las conciencias.  Los medios corporativos ya no definen la intención de voto en el grueso de la población. El clasismo y el racismo, denunciados por AMLO a manera de clamor en el grito de independencia y repudiados por Claudia Sheinbaum en múltiples ocasiones, ya no son algo “divertido”, como se había llegado a normalizar en los contenidos de entretenimiento audiovisual. Los monigotes televisivos lectores de noticias ya no son referentes ni proyectan credibilidad; han perdido el juego porque están enojados y mintiendo. Muchos de ellos han perdido sus espacios de prime time por falta de audiencia o de apoyo de patrocinadores, y aunque acusan censura, nadie les cree.

    Loret es un caso paradigmático del nuevo modelo de comunicación reaccionaria. Sin cabida en los medios corporativos por falta de credibilidad, se crea un medio a su medida con dinero de empresarios y políticos anti obradoristas para difundir mentiras y congregar a los “intelectuales” que con más fuerza odian al régimen actual. Tienen su espacio y hasta cumplen una cuota en el abanico de ofertas audiovisuales en las redes, pero en el fondo saben que lo hacen más por una cuestión ideológica y una apuesta política incierta, que por “compromiso con la verdad”, que durante mucho tiempo fue su bandera.

    Ya no somos el México de Loret. Estamos politizados, somo humanistas, nos informamos en diversas fuentes y sabemos descartar las más truculentas. Se viven los tiempos que solo se vislumbraban en las pesadillas de comunicadores, políticos de derecha y ejecutivos de televisión. Hay mucho por hacer, sin duda, pero al menos nos emancipamos del yugo de Televisa y sus cabezas parlantes. Uno de los últimos damnificados ha recibido justicia y sale a respirar aires nuevos. Eso es de celebrarse.

  • Sin oposición

    Sin oposición

    Me dijo un alumno de 67 años: «Si debe dinero (Salinas Pliego), que le cobren, pero que digan a dónde se va todo ese dinero. Luego todo eso lo ocultan y cuando nos damos cuenta ya desapareció». Yo le pregunté: «¿Ya cobró su pensión del bienestar?» Él respondió: «No. Me toca el jueves.» Sobrevino el silencio.

    El nuevo modus operandi de los medios tradicionales, a los que cada vez menos se les puede calificar menos hegemónicos, consiste básicamente en pintarles a las personas menos informadas, y no precisamente pertenecientes a estratos altos de la sociedad, escenarios apocalípticos como “el fin de la república”. Logran enardecer a las personas y nublarles la vista, de tal manera que no puedan percibir que los tianguis y las plazas comerciales rebosan de compradores o simplemente de familias que viven a gusto y van a pasar un buen rato, no solo a esos lugares, sino a cines, parques y museos.

    Denunciar y poner en alerta a la sociedad ante los atropellos de los gobernantes, como modificar las leyes en favor de los empresarios y en perjuicio de los trabajadores, las matanzas de civiles, la conversión de las deudas de privados a deuda pública, las conspiraciones para eliminar a actores políticos incómodos. Esa debió ser la función de los medios durante las décadas pasadas, pero no fue así. Quien pensara que los medios informaban haciendo una especie de labor social desinteresada, está totalmente equivocado. Actualmente pretenden despertar la indignación y hasta incluso enardecer a la ciudadanía para supuestamente llamarlos a la acción contra un supuesto gobierno tiránico, al cual, por cierto, el grueso de la población puso en el poder a través del voto masivo.

    Detrás de todo ello no solo está el sector empresarial de la oposición, sino también el sector político, que, fiel a su estilo anquilosado, promete maravillas a las cúpulas empresariales, pero en las urnas se descalabran cada vez peor. El problema es que les sacan millones y no cumplen las promesas de volver al poder para legislar y gobernar en su favor. Esa clase empresarial se va dando cuenta cada vez más de que han sido timados. Muchos de ellos han preferido ceñirse a las nuevas reglas, pagar los impuestos que antes se les condonaba y contribuir al funcionamiento del país.

    La reciente y penosa gira de medios que ha hecho Alito Moreno con el fin de revitalizar su imagen e interpelar a los pocos priistas que quedan, ha sido todo un show en el que no solo lo han cuestionado, sino también hasta regañado aquellos que en otro momento le hubieran quemado incienso considerándolo la esperanza de su facción. Sin embargo, el impresentable Carlos Alazraki, publicista del último PRI hegemónico que le entregó el poder al PAN en un convincente ejercicio de gatopardismo dosmilero, reflejó en su entrevista todo el espíritu de la clase empresarial que a él mismo lo ha dejado olvidado y ya no quiere invertir en él. Trató a Alito como cualquier jefe lo haría con un subalterno o socio que no le ha entregado los resultados prometidos y acordes a la inversión que se ha hecho. Igualmente, Adela Micha, quien lo trataba de “brother” en mensajes filtrados, también se resistió a tomarlo en serio.

    La oposición más radical, que no tiene reparos en mostrar su racismo, su homofobia, aporofobia y demás tendencias misantrópicas, está a tope, en permanente y rabiosa campaña. Solo tiene unos pequeños problemas: no hay constancia de que sean personas reales, su cifra no pasa de 5 mil, si concedemos un poco, y sus opiniones, que en algunos casos son de francos snobs ilustrados, no tienen correlato electoral ni representación fuera de la red social X o de TikTok. Sin embargo, en las elecciones suelen acusar fraude porque sobredimensionan su alcance. Y después de eso no les queda más que meterse con el color de piel, forma de hablar, nivel de estudios o bagaje cultural de todos aquellos que no concuerdan con ellos ni tendrán jamás sus mismos alcances económicos o cotas de preparación académica.

    Son el desprecio, el odio, el ardor, el clasismo, el racismo y la añoranza de los privilegios perdidos lo que mueve a la oposición en sus distintos sectores. Aunque hay otro, el de la oposición confesional, cuyo argumento es metafísico. Aún se mantienen personajes como Jaime Duarte, Mario Gallardo Mendiolea, Juan Bosco Abascal o América Rangel. Estos personajes están en permanente lucha contra lo que llaman “el comunismo”, que supuestamente amenaza no solo a los valores católicos, sino también a la prevalencia de la iglesia como institución, muy a pesar de que la libertad de culto no ha sido trastocada en lo más mínimo, casi podría decirse que desde la guerra cristera.

    Desde 2020 ya escribía yo que, en términos de Gramsci, eso de “amor por México” era un significante vacío. Ahora se confirma más que nunca. Hemos sido quienes integramos el movimiento actual los que realmente hemos mostrado amor por México, así, sin comillas. No lo mencionamos porque a estas alturas sonaría ridículo, pues se ha convertido en un clamor que casi exclusivamente pertenece a la derecha. Y aunque no pasamos por alto las pifias vergonzosas de los dirigentes de Morena, seguimos haciendo cada quien su mejor esfuerzo en la medida de sus posibilidades y desde su trinchera. Una realidad incontestable es que somos una sociedad en su mayoría politizada e interesada en el acontecer político. En tiempos de definiciones, nos afianzamos en la izquierda y algunos otros descubrieron que su pensamiento los hacía más de derecha y ahí se integraron.

    Otro reclamo de esa oposición de siempre fue precisamente que AMLO llegó a dividirnos a los mexicanos. Presuponen que antes de su irrupción todos éramos hermanitos y nos llevábamos de lo mejor entre nosotros. La realidad es que se visibilizaron los flagelos sociales, se derrumbó el cerco mediático, y el pueblo, antes alienado y manipulado por la industria cultural neoliberal, se emancipó y comenzó a consumir información política con toda naturalidad. Lo que hizo AMLO fue encender la llama de la politización.

    En tiempos de Claudia Sheinbaum, sus odiadores en redes sociales le dicen las cosas más bajas y mezquinas. Esto contrasta con las manifestaciones de admiración que su imagen y su trabajo motivan a nivel no solo nacional, sino también internacional. Algunos pensamos que, al no cargar con el sambenito del estigma racial y desprestigio mediático, a diferencia de AMLO, Claudia Sheinbaum es apoyada hasta por quienes votaron por Xóchitl Gálvez en 2024. No por nada tiene absurdos niveles de aprobación de entre el 80 y 85%, cotas que ni siquiera los presidentes priistas obtuvieron en el contexto del México más desinformado y reprimido.

    La oposición, que debería ser necesaria para la crítica y para representar al sector de ciudadanos que legítimamente están en su derecho de disentir con el régimen, ha ido fraguando su propia desaparición, principalmente a base de mentir. Cuando la gente va descubriendo que son incongruentes y faltos de seriedad, prefiere hacer cualquier cosa excepto otorgarles el voto, y así es como su presencia se ha reducido en todo el país, a nivel estatal y municipal. Ni modo que clamen tener seriedad y compromiso, cuando la dirigencia del PAN se la dieron a Jorge Romero, señalado como líder del cártel inmobiliario; mientras que en el PRI permanece Alito Moreno, corrupto, cínico y falto de credibilidad. Los celebrados ciudadanos “apartidistas”, como suelen autonombrarse cuando muestran su desdén por la 4T, están a poco de realmente darles la espalda a aquellos que dicen representarlos y no pueden ni con sus propios partidos, que están en franca vía de extinción.

    Sin embargo, este escenario en el que el movimiento obradorista, junto con los propios errores de la oposición ha propiciado la misma esté por desaparecer, no es benéfico, porque, como ya lo hemos analizado, permite que se hagan movimientos raros o incluso indignantes como el acercamiento de Sandra Cuevas, los fichajes de Ale del Moral, Ana Villagrán, Rommel Pacheco, Adrián Ruvalcaba y demás impresentables. En ausencia de una oposición real, no queda más que endurecernos como ciudadanos y depurar el movimiento. Tenemos margen de acción y tiempo, dado que nada nos amenaza.

    Ojalá algún día se geste una oposición ecuánime, intelectual y que rechace la mentira, “por el bien de México”, dirían ellos.

  • Ecos de la batalla

    Ecos de la batalla

    El domingo 1 de junio de 2025 se suscitó una jornada electoral inédita. Se votó para elegir ministros, magistrados y jueces. Esto con base en la reforma al poder judicial que entró en vigor a partir del 16 de septiembre de 2024, después de un proceso bastante tortuoso para que se aprobara en ambas cámaras, y no sin que la propia Suprema Corte, sin estar facultada para ello, intentara boicotearla.

    La acumulación de atropellos, tales como liberación de criminales peligrosos, narcotraficantes, violadores y asesinos, así como recurrentes concesiones de amparos a delincuentes de cuello blanco y evasores de impuestos como Ricardo Salinas Pliego o recientemente el ex cardenal Norberto Ribera. El que estas y otras flagrantes fallas del sistema de justicia mexicano salieran a la luz propició un hartazgo social que fue escuchado por AMLO sobre el final de su sexenio, para que Claudia Sheinbaum continuara con lo que se denominó “Plan C”. Desde la concepción hubo varios obstáculos, como el presupuesto del INE, la muy tímida campaña para promover el ejercicio, así como un proceso en el que los candidatos tenían muy poco margen para hacer campaña.

    Por su parte, y conforme se acercaba la elección, una caterva de medios tradicionales encabezada por TV Azteca, y con Ricardo Salinas Pliego como cabeza visible, inició su propia campaña para disuadir a la población de votar en la jornada electoral que se llevaría a cabo el 1 de junio. Monigotes televisivos de traje y corbata se dedicaban a menospreciar a los ciudadanos y potenciales votantes por medio de un discurso que a todas luces era antidemocrático. Incluso, Pedro Ferriz Hijar, desde la comodidad de su cuenta de X, llamaba a sus seguidores a boicotear la elección impidiendo por medio de la violencia que se colocaran las casillas. Otros viejos francamente enfurruñados, como Raymundo Riva Palacio y Leo Zuckerman, igualmente mostraban su apatía y su desdén por el ejercicio democrático.

    Y aunque ciertamente era de cierto modo confusa la manera en que el ciudadano tenía que acercarse a los perfiles (a través de un sitio web) y la propia elección implicaba llenar entre 8 y 12 boletas con los números del candidato o candidata específicos; la invasiva campaña de disuasión, que no debió salirles barata a Salinas Pliego y compañía, llegó a hacer mella en el electorado, puesto que nos volcamos a las urnas solo un 13.32% del padrón total. Sin embargo, y aunque el plan de estos malévolos personajes era que de plano nadie saliera a votar, para luego acusar falta de legitimidad, el resultado de la elección es vinculante sin un mínimo de votantes requerido. Así quedó inscrito en la ley.

    Otro aspecto en que, al menos a nivel ciudadano, la elección fue calificada como poco menos que perfectible, fue en cuanto al resultado. Muchos de los ciudadanos consumidores de contenidos políticos en redes sociales (he ahí el sesgo) hicimos nuestros propios acordeones a manera de guía con miras a la elección. En muchos de ellos figuraban sí o sí tres personajes que son muy habituales en estos espacios: César Gutiérrez Priego, Isaac de Paz (a quien pude sacarle amena entrevista: https://acortar.link/coTQnC) y Federico Anaya. Sobre estos perfiles nos informamos y comenzamos a apoyarlos. Las encuestas que aparecían en diversos espacios los daban como punteros.

    Al día de la elección, con una afluencia menor a la esperada, fue evidente a la postre que la estructura de Morena, entre la cual se distribuyeron acordeones en una versión distinta a la nuestra, tomó ventaja y priorizó la elección de perfiles que no precisamente eran los que se barajaban entre las audiencias de Sin Censura, Manuel Pedrero, Los Reporteros, El Chapucero, etc. Al no volcarnos masivamente a votar como en 2024 y dejarnos disuadir por la supuesta complejidad y las truculentas voces de gente como Alatorre, Villalvazo, Loret y demás subcriaturas, dejamos la elección en manos de todas aquellas personas a quienes se instruyó de manera institucionalizada para elegir a candidatos específicos. Tal fue la sorpresa de muchas personas, que en un principio se acusaba fraude, pero la genuina explicación es esa y no hay vuelta de hoja.

    Y para hacer competencia mediática e incluso tratar de invisibilizar la elección, aquellos malvados seres que se llenan la boca de decir que “aman a México”, “les preocupa México”, “seremos Venezuela” y demás ridiculeces, organizaron una marcha del Ángel de la Independencia al Monumento a la Revolución durante la mañana de ese mismo domingo. Culminaron con un mítin que refleja el estado deplorable de su movimiento, puesto que el principal orador fue el esperpéntico Carlos Alazraki, cuya fotografía del momento lo hizo una vez más blanco de burlas y memes por la descomunal prominencia de su panza mientras clamaba que México es una dictadura. Asimismo, compañeros como Ely TV y Máximo Allende recogieron auténticas joyas de histrionismo y fanatismo por parte de ciudadanos desinformados y no precisamente fifís, que acudieron para “salvar a la patria” motivados por las sentidas arengas de Ferriz de Con, Brozo o del propio Alazraki, cuya voz representa el trabajoso crujir de la maquinaria neoliberal dando sus últimos respingos.

    Por supuesto que muchos aspectos de la elección son mejorables. Es la voz de los ciudadanos la que debe ser escuchada ahora por el INE para que todo esto mejore. En civilidad y con gran madurez, incluso quienes no votaron han aceptado cabalmente los resultados. Por otro lado, se han desatado los ataques racistas contra Hugo Aguilar por haber sido electo presidente de las Suprema Corte de Justicia de las Nación y por su origen mixteco, bajo la estereotípica e infundada creencia de que pertenecer a una minoría étnica es sinónimo de “poca preparación”, que ya de por sí fue uno de los bulos que anteriormente se habían difundido, como un infame spot del PAN en el que se decía que todos los candidatos, sin tomar en cuenta experiencia ni escolaridad, serían designados por tómbola. Contra todo esto seguiremos luchando algunos en el estercolero de la red X; tierra sin ley.

    Perfectible y mejorable la elección en diversos aspectos, pero a la vez ilusionante, porque somos punta de lanza a nivel mundial y porque actualmente tenemos un gobierno que le es fiel al pueblo y que ha logrado una simbiosis ideal que ya no es letra muerta en la Constitución. Otra cosa ya es el inquietante proceso de descomposición que sufre Morena. Sobre eso ya he escrito antes, pero no debemos dejar ese tema en paz. En las urnas, en las redes y en el ámbito que sea necesario, los ciudadanos que seguimos luchando por el cambio debemos seguir siendo escuchados.

  • De movimiento a partido

    De movimiento a partido

    Aunque suene a muy trillado cliché la aseveración de que la gente ya no confía en los partidos, se vio constatada tanto en 2018 como en este pasado 2024. El hartazgo social y la esperanza, que no por ser un factor cuasi metafísico se le debe dejar fuera de la ecuación; se conjuntaron con lo desacreditadas que desde hace un tiempo están las organizaciones cuyos acrónimos integran la P de partido. Cada uno de los dos casos fue particular. En 2018, el régimen hasta entonces imperante pensaba que sería suficiente con el gatopardismo de siempre para que el ínfimo electorado de siempre votara en automático por las opciones anodinas de siempre. En 2024, la oligarquía exhibió tal ingenuidad y menosprecio por el pueblo politizado, que hizo con Xóchitl Gálvez una campaña muy al estilo de la de Vicente Fox, pero bajo circunstancias sociales muy distintas. Evidentemente, esos 20 años de desfase les pasaron factura.

    El Movimiento de Regeneración Nacional, que desde un inicio evitó nombrarse como partido, tuvo a su favor no solo la figura de AMLO como abanderado del cambio, sino también un creciente consumo de contenidos políticos en redes sociales por parte de una población que hasta hacía unos años había sido rehén del entretenimiento más banal, pero que fue descubriendo un subyacente deseo de cambio, que crecía con cada interacción, con cada desmentido, con cada video de comunicadores independientes y cada comentario dentro de los espacios en que éstos se transmiten. Así, sin una campaña de marketing invasiva y más con la fuerza real de un movimiento social, Morena tomó cada vez más fuerza.

    Andrés Manuel López Obrador, en su momento, fue abriendo paulatinamente las puertas del movimiento a distintos personajes públicos, algunos versados en la política y otros no tanto. Todo ello con el fin de sumar lo más posible y afianzar la victoria. Fue así como Morena integró a sus filas a Lilly Téllez, Sergio Mayer, Carlos Bonavides, Cuauhtémoc Blanco, entre otros. La propia Xóchitl Gálvez, eternamente traumatizada con la derrota de 2024, ha llegado a referir que también recibió invitación de AMLO, aunque ni él ni algún otro miembro de Morena ha confirmado esta declaración. Sin embargo, tampoco suena descabellado, dada la inercia de adhesiones que se venía dando rumbo a la elección de 2018.

    Más fichajes bomba se fueron dando conforme avanzaba el sexenio. Algunos con más luces que otros. Manuel Espino, Javier Corral, Rommel Pacheco, Alfredo del Mazo o incluso los Yunes, cuya incorporación fue clave para conseguir los votos necesarios para lograr la reforma en materia judicial que nos tiene con una elección inédita en puerta. Y tal vez este último caso sea el que mejor ejemplifica esa postura pragmática que quienes no somo s políticos nunca vamos a entender.

    Pese al aparato ideológico que los rodea y las causas que puedan defender, el régimen post revolucionario del PRI y su supuesto antagonista el PAN, se encargó de convertir a los partidos políticos en auténticas minas de oro; organizaciones que reciben del erario cifras estratosféricas para subsistir. Muchas veces son tan redituables los puestos dentro de los partidos que ni siquiera es necesario competir por puestos de elección popular. El poder legislativo, en un país con tremenda desigualdad, aprobó durante décadas millones de presupuesto para los partidos políticos. En las campañas se despilfarran cantidades estratosféricas por concepto de logística de eventos y publicidad.

    Ante este panorama, y sin importar que su ideología sea totalmente reaccionaria y contraria al pensamiento comunitario, muchos prianistas prefieren tragarse el sapo de aparentemente suprimir sus ímpetus derechosos y comenzar a hablar de transformación, de beneficios para los más necesitados y mágicamente comenzar a llenar de loas a Claudia Sheinbaum o a Andrés Manuel López Obrador. Recordemos el caso de la diputada priista Cynthia López Castro, que en 2024 coreó enloquecida “narcopresidente” y “narcocandidata” junto con Laura Zapata en la infame mesa de Carlos Alazraki, y que ahora ha adoptado mágicamente el discurso progresista para sumarse a las filas de Morena. Asimismo, Alejandra del Moral, quien compitió contra Delfina Gómez defendiendo los intereses de Claudio X. González en la elección del Estado de México en 2023, hoy es otra morenista ungida por la cúpula. O qué tal el caso de la ultraconservadora panista Ana Villagrán, que ahora también figura dentro del movimiento.

    Morena conserva la palabra movimiento en su nombre, pero la realidad es que hay más morenismo, más obradorismo en las calles y en las redes que en las filas del partido, y ya no digamos en la administración pública, pues a un priista como Adrián Ruvalcaba se el entregó la dirección del Metro de la Ciudad de México como si no hubiera absolutamente nadie con un perfil de gestión pública y formación técnica entre quienes no provenimos del infame mundo individualista y conservador.

    La diversidad de voces en contra y a favor es muy interesante de analizarse. Pedro Miguel y el Fisgón han tenido siempre salidas que ellos deben considerar elegantes, en las que terminan siempre justificando lo injustificable. No faltan los “intelectuales” de izquierda como Julio Hernández López, pomposamente autonombrado “Astillero” para presumir su vena literaria en alusión a la novela de Juan Carlos Onetti. Julio, como radical que dice ser, y con un dejo de menosprecio por aquellos a quienes evita llamar ‘pueblo’, se regodea con este tipo de pifias y recientemente llegó a comparar el perfil de Claudia Sheinbaum con el de Ernesto Zedillo. Su tesis principal desde que triunfó Andrés Manuel ha sido que nada iba a cambiar y que “todos son iguales”. El incluir a prianistas cínicos no ayuda para contradecirlo, aunque en el fondo sepamos que no es cierto.

    Igualmente, dentro de este sector que utiliza el bagaje cultural como bandera, un personaje recientemente me dijo, en franco menosprecio hacia la voluntad popular, que el obradorismo lo ve como una masa acrítica y con pocas luces. Este personaje no votaría jamás por la derecha, pero percibo en él, como en muchos otros la incomodidad de que la izquierda en México se haya convertido en un movimiento de masas. Sin embargo, pese al menosprecio que muchos personajes desconectados del sentir popular puedan pensar, yo de primera mano me doy cuenta de que la genuina izquierda obradorista está inconforme y en desacuerdo con los desatinos que se vienen dando, muchos de ellos motivados porque los fichajes en cuestión vienen acompañados de estructuras de operación política, es decir; dinero y gente que ayudan para hacer campaña y ganar elecciones. Entre gente que se me comunica en los chats de los programas en que soy panelista o conductor, hasta ahora no me he encontrado con nadie que justifique dichas incorporaciones de impresentables. En los programas de mayor audiencia, ha habido quienes han sentenciado jamás volver a votar por Morena.

    La situación es complicada, pero ahora podemos protestar más que nunca por diversas vías. Así demostraremos no ser la masa acrítica que se nos considera. No más derechistas en la izquierda; es contra natura. Pero, de ser así, siempre estará abierta la posibilidad de formar un nuevo movimiento; no partido, movimiento popular que recupere los valores de la izquierda. Porque, esos sí, la derecha jamás debe regresar. 

  • México y el Papa

    México y el Papa

    «El amor no es una marcha victoriosa; es un frío y roto aleluya…»

    Leonard Cohen, Hallelujah

    Era la noche del 6 de mayo de 1990 y habíamos cruzado la frontera de Neza con Iztapalapa, cuando aún estaban en construcción los puentes vehiculares que ahora cruzan la avenida Ignacio Zaragoza y no existía la línea A del metro. De los 5 hijos que tenían, mis padres me eligieron a mí, el más pequeño, cuya inasistencia al kínder era menos perjudicial que la eventual de los otros a la secundaria o nivel medio. Los tres, en esa noche de domingo que recuerdo a fragmentos, nos dirigimos al Valle de Chalco, ese municipio semi rural que me era sumamente atractivo por la presencia de anfibios en las calles. Ahí vivía mi tía Cuca, hermana de mi papá; adoctrinada irremisiblemente por la tradición familiar del férreo catolicismo (sobre todo de su lado materno) y los medios hegemónicos, pues hasta la fecha sostiene que Carlos Salinas ha sido el mejor presidente de México.

    Bajando del transporte que nos llevó a las orillas del municipio, caminamos a la casa de mi tía entre calles sin pavimentar, mal iluminadas y levemente encharcadas. Tuve la fortuna de encontrar un sapo de unos 8cm que llevé en mis manos hasta llegar a la casa de mi tía, quien nos acogió para la jornada del día siguiente, en que mis padres y ella acudirían a presenciar la misa que daría el Papa Juan Pablo II justamente en esa región olvidada de la mano de Dios, obviamente por mediación de Carlos Salinas de Gortari, que encontró en la religión y las pantallas de Televisa la combinación perfecta no solo para legitimarse, sino para sembrar en el grueso de la población esa idea con la que mi tía probablemente cargará por el resto de sus días.

    A la mañana siguiente, desperté sin mis padres y solo acompañado de mis primos, Salvador y Juana (que en Facebook se autonombra Jana), quienes me llevaron caminando al sitio de donde se había celebrado la misa. Ya no había tanta gente. Despegaba un helicóptero desde el cual, según mis primos, el Papa se retiraba dándonos la última bendición. Durante semanas presumí eso en la escuela. Ahora me parecen visiones infantiles de las que no tengo certeza, pero sí buen recuerdo. En Xico, la zona del Valle de Chalco cercana a un asentamiento prehispánico regularmente ignorado, ahora se alza una catedral en memoria del acontecimiento; en memoria de un México muy distinto y que no volverá.

    Los viajes del polaco Karol Józef Wojtyła,que en su pontificado eligió el nombre de Juan Pablo II, fueron especialmente frecuentes a nuestro país, debido en parte a su buena relación con los presidentes priistas, adoradores a su vez de los verdaderos amigos del pontífice, como Ronald Reagan y Margaret Thatcher. Wojtyła, consecuentemente, tenía una relación muy distante con los líderes de izquierda. En México y el resto de Latinoamérica siempre se negó a entablar conversaciones con los ideólogos de la llamada teología de la liberación, pues los descalificaba a priori como “marxistas”, con la connotación negativa que este término tiene para los sectores más conservadores de la iglesia. Por ello, y en contraste con la devoción de mis padres, a las voces más progresistas de mi familia, no les merecía más que comentarios de sorna y el mote de “un político más”.

    Vaya si Televisa explotó hasta la saciedad a la figura papal en el periodo más álgido del neoliberalismo. A la muerte de juan Pablo II en 2005, el alemán Joseph Aloisius Ratzinger fue ungido como Benedicto XVI, ultraconservador, al grado de ser apodado “el rottweiler de Dios”. Visitó México cuando aún era presidente Felipe Calderón, en marzo de 2012, sin demasiada publicidad y sin acudir a la Ciudad de México. Ratzinger, en un hecho poco usual, se retiró del cargo vitalicio por cuestiones de salud en 2013. De ahí, con un Papa predecesor aún vivo y con el cargo de emérito, el Colegio Cardenalicio inició el respectivo cónclave, del cual resultó elegido Jorge Mario Bergoglio, argentino que eligió el nombre de Francisco en alusión a la pobreza como alto valor. Inició su mandato inclinando la cabeza ante la multitud para que se orara por él y admitiéndose pecador.

    Bergoglio era ya conocido como cercano a las minorías, como la comunidad LGBT, los pobres, los oprimidos y demás grupos que a los miembros más tradicionales de la iglesia les sacaban poco menos que ronchas. Al ser ungido como papa, algunos asuntos del pasado se fueron asentando de manera más clara, como su distanciamiento con el Kirchnerismo y la acusación de no haber alzado la voz contra la junta militar que mantuvo una dictadura en argentina de 1976 a 1983. Sin embargo, la serie de actos, encíclicas y reflexiones de carácter público en que hacía reivindicaciones de corte social, ya dentro del papado, construyeron la imagen con la que Francisco pasaría a la posteridad, al grado de que, en 2024, durante la campaña presidencial, el estrambótico Javier Milei lo llamara «el representante del maligno en la tierra», en furibundo arrebato que justificaba con el apego del Papa al comunismo, según sus propias palabras. Más tarde, Milei asumió la presidencia, se disculpó, lo visitó y a la postre asistiría de nuevo a roma para las honras fúnebres del pontífice.

    Solo en una ocasión, en febrero de 2016, Francisco visitó el territorio mexicano. Sin embargo, el contraste con las visitas de Juan Pablo II fue muy grande. En primera, y ya que nunca contó con la simpatía de las cúpulas de ultraderecha, la convocatoria dentro de la propia iglesia fue bastante discreta. Debido a que ya se notaba un desgaste en la relación del gran público con esos medios que encubrieron a Calderón e impusieron a Peña, no hubo la cobertura invasiva que se dio en las décadas pasadas, por lo que hubo quienes ni siquiera se enteraron de que había venido un Papa. Tampoco se compusieron canciones con videoclips difundidos a toda hora en honor al pontífice ni se convocó a la feligresía/audiencia televisiva a subir a las azoteas con espejitos para lanzar el reflejo al avión de Francisco en piadoso gesto de despedida.

    AMLO coincidió durante todo su sexenio con el pontificado de Francisco. El añorado tabasqueño no es católico, sino evangélico. Sin embargo, en varias ediciones de su célebre conferencia mañanera citó al Papa y lo llenó de loas. Decía respetarlo como un hombre sabio con quien coincidía en muchas ideas, pero, sobre todo, en dos principales: la primera era el repudio a la hipocresía de los conservadores, y la segunda, la fidelidad a la máxima de «por el bien de todos, primero los pobres». Pese a la simpatía que le profería, López Obrador jamás cayó en la tentación de congraciarse con la población mexicana, en pleno proceso de politización, intentando traer a Francisco, en gesto que hubiera sido más propio del populismo del régimen pasado. Me aventuro a pensar que consideró más valioso hacerse eco de las ideas del ahora fallecido pensador argentino que solo explotar su imagen de forma vacía.

    La relación con Francisco para los mexicanos fue a la distancia física, pero de cercanía ideológica como nunca había sucedido. Sin que una televisora nos lo vendiera de forma absurda como “el rostro de la bondad”, solo apelando al fanatismo, como un pueblo que ha dado un enorme salto evolutivo en lo que a politización se refiere; supimos apreciar el mensaje conciliador y revolucionario de una de esas figuras que surgen cada vez más esporádicamente en el escenario mundial, y más aún si tomamos en cuenta que la ultraderecha se vuelve mediática, enseña por fin su rostro y pretende venderse como una postura congruente y bondadosa. En México tenemos mucho que agradecer por la labor de Francisco. Desde esta trinchera de la izquierda, vaya mi respeto a este compañero revolucionario. Que viva por siempre su legado.

  • Más yutuberos

    Más yutuberos

    En el año 2017, cuando mi hermano Pablo se encontraba viviendo transitoriamente en Neza, teníamos oportunidad de juntarnos y compartir nuestro entusiasmo por el cambio político que se estaba gestando. Morena tomaba cada vez más fuerza en todo el país, aunque el grupo del cacique Juan Hugo de la Rosa, remanente del PRD, conservaba su hegemonía en nuestro municipio. Acudíamos a reuniones de Morena, que realmente no eran multitudinarias, sino esfuerzos de picar piedra, en una pequeña carpa de tres paredes en medio del camellón de la avenida Chimalhuacán. Teníamos charlas llenas de entusiasmo que incluso quedaron registradas en un podcast de pocos capítulos titulado La primavera mexicana. Veíamos venir ese cambio importante en la vida pública de México, del cual se convertían en parte cada vez más importante los primeros youtubers como El Chapucero, Campechaneando o Juca. Y es que ¿cómo no se le ocurrió a nadie antes aprovechar el alcance de una red social audiovisual hecha para el entretenimiento y difundir la información política que los medios tradicionales se callaban? Avanzado el movimiento, cuyo primer objetivo se cumplió en 2018, y ya con un mundillo consolidado; el movimiento de los youtubers 4T se convirtió en un fenómeno de comunicación de masas sin precedentes.

    Recuerdo que, ya en 2019, Sin Censura, el programa de mi amigo y colega Vicente Serrano, después de haber tenido un paso fugaz por el canal La Octava, retomó lo que ya se había convertido en su esencia tras nacer como proyecto de radio dirigido a los migrantes: transmitir desde el zócalo de la Ciudad de México. Cerraba el año de manera pletórica rodeado de personas que lo apoyaban y arropaban. Eso me transmitía un sentimiento de cercanía y me inspiró para, más tarde, en 2021, animarme a hacer mi propio canal, impulsado por Carlos Federico, el youtuber coahuilense a quien precisamente tuve la oportunidad de conocer en el zócalo. Él me abrió las puertas de la esfera política en YouTube dándome espacio para entrevistarme. Fue también él, quien usa sus dos nombres a manera de branding, el que me recomendó hacer lo propio para ser más identificable dentro del mundillo. Es por eso que, a día de hoy, se me presenta en diversos espacios simplemente como Miguel Martín.

    Entrando de lleno en este gremio, con el plus de ser periodista de carrera, he podido darme cuenta de su devenir y de la repercusión que puede llegar a tener en la población. Ha habido muchísimos casos de personas que jamás se hubieran politizado de no ser por la irrupción de estos comunicadores. Esto se debe a una realidad que los analistas de décadas pasadas no pudieron nunca dilucidar. Recuerdo que en aquellos tiempos en que la práctica de politización por excelencia era la lectura, los columnistas del periódico La Jornada como Julio Hernández o Enrique Galván Ochoa, consideraban que sacar a la población de la inercia audiovisual era un paso necesario para que abrieran los ojos a la realidad del país. Sin embargo, los hábitos del entretenimiento audiovisual se adaptaron a estos nuevos contenidos y su consumo se volvió incluso una especie de vicio para algunos.

    Al provenir en muchos casos de estratos bajos de la sociedad, pero con la firme convicción de contribuir al cambio que se fraguaba, muchos youtubers pudieron hacerse de fama y en algunos casos de fortuna. Si algo se puede criticar en muchos de ellos, es que, como producto de la falta de oportunidades y la desigualdad, sus argumentos a nivel teórico y académico no eran demasiados. Al empezar a ganar muy buen dinero, muy pocos decidieron invertir en educación o siquiera en libros para ilustrarse y mejorar la calidad de sus contenidos. En muchos casos, el ansia de más dinero y más fama amplificó las carencias humanísticas y se suscitaron pleitos, calumnias, intrigas y demás sucesos que se justificaban solo en “pelear la plaza”. Se formaron grupos y facciones dentro del propio gremio.

    De la misma forma, las audiencias igualmente tomaron partido a favor de sus personajes preferidos. Muchas personas inicialmente seguían a una gama amplia de creadores de contenido, pero el tiempo fue volviéndolos más asiduos de aquellos con los que se identifican y dejando de seguir a aquellos que no cumplen con sus expectativas, no les proyectan credibilidad o simplemente les producen pereza.

    Hay un caso paradigmático que no puedo dejar de señalar: La Rata Política. Se trata de un creador de contenido que acudía inicialmente a cubrir las marchas en contra de AMLO que se suscitaron prácticamente desde el primer día de su mandato, por parte de sectores ultraconservadores arengados por el estrambótico empresario regio Gilberto Lozano. Su sello distintivo era abordar a los integrantes de las marchas y cuestionarlos a través de un títere con forma de rata. Más que entrevistarlos, los provocaba, y éstos quedaban exhibidos como violentos e intolerantes. Él, junto con su esposa, fueron de los primeros en descubrir que el escándalo y la victimización generaban en el espectador de YouTube una compasión que se veía reflejada en cuantiosas donaciones. A día de hoy, la pareja, que se dice “decepcionada por la 4T” mantiene su canal con un alcance muy limitado, con la misma falta de rigor que exhibían cuando se decían obradoristas, ahora intentan ejercer un rabioso pero inocuo golpeteo contra el gobierno de Claudia Sheinbaum.

    Hay audiencias que prefieren visitar los canales en los que la comunicación es estridente y sin ataduras, pues una diferencia muy notable entre YouTube y los medios tradicionales es la posibilidad de decir groserías. Sin Censura fue pionero en este sentido utilizando la grosería como un vehículo para canalizar el hartazgo social y posteriormente la indignación ante el truculento actuar de los personajes de derecha. Después fueron surgiendo otros espacios donde la grosería iba más allá de lo antes mencionado y derivaba hacia lo más procaz o escatológico solo porque sí, pero sin abandonar los temas de política.

    Cuando Andrés Manuel López Obrador comenzó a utilizar el término “benditas redes sociales”, muy probablemente nunca reparó en los particulares aquí mencionados. Cristalizó su proyecto de país y aprovechó muy bien el potencial de esta era de interconexión en tiempo real con predominio de lo audiovisual. Sin embargo, como todo fenómeno de comunicación de masas, hay muchos vicios que se van dando sobre el desarrollo del mismo. No hay que dejar del lado el hecho de que estamos ante audiencias que apenas hace 10 años aún se informaban por los medios tradicionales, y no solo eso, sino que su entretenimiento era igualmente todo lo que dichos medios producían. Estamos ante un movimiento integrado por una población recientemente politizada. Y esto mismo se ve reflejado en varios creadores de contenido, que no tienen a la mano las suficientes referencias, e incluso evidencian serias inconsistencias gramaticales, que, como ya se ha comentado, son producto de la desigualdad.

    Ya que muchos han descubierto que explotar la necesidad de las audiencias de consumir contenidos de política en un tono de cercanía y mayor desparpajo de lo que se hacía en medios tradicionales, el gremio se ve por momentos sobresaturado. Tal vez somos (porque finalmente yo también pertenezco al gremio) más yutuberos de los que serían realmente necesarios. Si ya se captó la atención de la población, estamos obligados a informarnos muchos más, pulir nuestra formación y hacer todo lo necesario para elevar el nivel de la conversación. Asimismo, las audiencias deben reflexionar y no caer en deificar ni idealizar a quienes finalmente somos personas con muchos defectos. Este fenómeno sin precedentes está en proceso de desarrollo y es deber de todos contribuir a que no se pervierta y terminemos replicando las prácticas y vicios de la derecha.

  • Cuidado con los ídolos

    Cuidado con los ídolos

    Desde mi más tierna infancia, antes de aprender a leer, Lucía, la hermana más cercana a mí en edad y que cursaba la secundaria cuando yo tenía entre 4 y 6 años, tenía mucha cercanía conmigo para contarme historias de aparecidos, brujas, monstruos y demás fenómenos paranormales. Ella solía leerme pasajes de un libro que aún se puede conseguir en librerías de viejo, editado por Selecciones, del que mi papá había hecho acopio junto con otros suculentos volúmenes que me maravillaron de niño, tales como Grandes Acontecimientos del Siglo XX, Enciclopedia Selecciones, Enciclopedia del México Antiguo, La Segunda Guerra Mundial, el Atlas Mundial, entre otros. Pero aquel libro que me marcó, de pasta verde pistache, era un delicioso mamotreto llamado El Gran Libro de lo Asombroso e Inaudito.

    Con aquel libro como punto de partida, y maravillado por temas como el monstruo del lago Ness, las caras de Bélmez, los experimentos de criogenia, los avistamientos de críptidos y demás temas fascinantes; fui explorando en los tiempos previos a internet a través de revistas como Duda, Más Allá o Año Cero. Cuando por fin tuve computadora y pude acceder a páginas web, profundicé aún más en esos y otros temas.

    Allá por el año 2005, aquella época en que aún no se diluían las esperanzas de modernidad y renovación que el cambio de milenio traía consigo, por las mañanas trabajaba como auxiliar de oficina del IMSS y por la tarde cursaba el último semestre del nivel medio superior en el IPN, con la carrera de técnico en construcción asistida por computadora. Desde esos primeros años en que ya se ofrecían opciones para escuchar música en mp3 de forma portátil, pude comprarme primero un reproductor Zen Xtra de Creative y luego un iPod. No solo escuchaba música, pues debido a ese pasado de afición por lo heterodoxo, comencé a descargar programas españoles de misterio clásicos y después uno de actualidad que se realizaba cada semana y que yo descargaba puntualmente el domingo para escucharlo por partes a lo largo de la semana. Su nombre era Milenio 3.

    Aquel programa era conducido por un personaje peculiar. Se trataba de Iker Jiménez, un periodista vasco que lograba transmitir la pasión por los temas no solo paranormales, sino también históricos y científicos. Jiménez estaba empeñado en alejarse lo más posible del espectáculo televisivo barato en que se convirtió el misterio en España durante los años 90, pues las pantallas se llenaron de clarividentes, iluminados de túnica y demás personajes estrambóticos que simplemente no podían tomarse en serio.

    Varios colaboradores pasaron por el proyecto, aunque mención especial merecen Santiago Camacho, Santiago Vázquez, Javier Sierra y Juan Jesús Vallejo. Lo acompañaba también su esposa Carmen Porter. Era ella quien ya daba visos de aquello en lo que ella y el titular del espacio devendrían años más tarde, pues evidenciaba un fuerte apego a la religión católica y era más dada a expresar opiniones políticas, tanto echando loas a la derecha, como puyas a la izquierda, debido a la tradición, muy de la realidad española, en que las tendencias progresistas estaban muy ligadas al ateísmo y al escepticismo en general.

    Del trabajo realizado en Milenio 3 y después en Cuarto Milenio, la versión televisiva del proyecto, se desprendieron muchos libros escritos por distintos miembros del equipo. Disfruté muchos de ellos, así como de otros tantos de autores anteriores que en los programas se reseñaban y se les daba trato de clásicos. Cuando terminé de estudiar lingüística, y muy influido por aquel mundillo al que estaba expuesto, me decidí a estudiar periodismo. Por cierto que yo, siempre de izquierda, siempre contestatario, nunca llegué a ver una discordancia entre los temas de misterio y mi ideología política, así que ambos campos de conocimiento coexistieron en mi cabeza durante toda la carrera, a pesar de que otras personas de pensamiento progresista consideraran que hacer escarnio de los temas de misterio daba prestigio social y por sí mismo implicaba ostentar superioridad intelectual.

    A través de radiodifusoras por internet regentadas por exalumnos de la UNADEM, tuve la oportunidad y me di el gusto de hacer durante dos años un programa semanal totalmente inspirado en Milenio 3, aunque con interludios musicales. Ese entrañable proyecto se llamó El Club del Misterio y se puede a día de hoy escuchar a través de la plataforma iVoox (https://acortar.link/PXSRd0). Debo confesar que me ruboriza un poco al escucharme actualmente intentando ser Iker Jiménez y al mismo tratando de innovar en un entorno en que los temas de misterio han quedado rebasados. En octubre de 2019, habiendo ya obtenido el título de periodista, decidí dar por terminado el proyecto y enfilarme hacia el periodismo independiente de temática política y con un enfoque totalmente de izquierda. Sentí que la realidad del país lo demandaba y actualmente sigo en ese camino. No me arrepiento de mi decisión.

    Desde que en junio de 2015 se emitió el último programa de Milenio 3, gradualmente les fui perdiendo la pista a Iker Jiménez y compañía. De vez en cuando descargaba un podcast suelto, pero ya no tuve la misma constancia. Sin embargo, en 2020, durante la pandemia, metido ya en el ajo del periodismo político, era muy fácil identificar a los personajes de derecha y ultraderecha, aquellos que se pronunciaban en contra de la administración de vacunas, que hablaban de malévolas conspiraciones mundiales para control de masas, así como de chips, transhumanismo y demás paparruchas que en el fondo solo escondían el apego a ciertas ideologías reaccionarias. Iker Jiménez fue de los más activos en España en lo que a organizar “mesas de análisis” se refiere.

    Conforme fueron pasando los años, yo iba tomando cada vez más vuelo. Hice un primer libro que daba cuenta del proceso de cambio político y social que vivimos en México, y un segundo que propone reflexiones sobre la lengua desde el humanismo. Me he consolidado como panelista fijo en Sin Censura y genero contenido en mi propio canal. He adquirido cierta relevancia y credibilidad a base de tesón y mesura. Ahora, con sus loas a Trump, Musk y el partido Vox, Iker Jiménez me parece un loquito que en el fondo siempre tuvo pensamiento reaccionario, y que ahora lo expresa sin tapujos, incluso habiendo paulatinamente cambiado los temas de misterio por conspiranoia política rancia. Es un personaje que supo hacer negocio con el misterio mucho más que aquellos pioneros que no gozaron de las mieles de la fama ni el encumbramiento por parte de una gran empresa de medios como Mediaset.

    Lo dije antes con Joaquín Sabina y lo refrendo con Iker Jiménez: no tengamos miedo a desembarazarnos de aquellos falsos ídolos que en el fondo solo son proveedores de entretenimiento aunque su entorno y su repercusión los hagan sentir que tienen autoridad moral para opinar sobre temas políticos, cuando en realidad llevan mucho tiempo moviéndose dentro de círculos privilegiados. Mucho conocimiento, apertura y tacto para tratar y reivindicar diversidad de temas pude adquirir en mis escuchas de Milenio 3, pero ahí queda. Ahora Iker Jiménez y todo aquel que defienda a la derecha, se cuenta dentro de mis adversarios. Bastantes mentes hay por abrir y bastante hay que hacer por el pensamiento comunitario como para seguir cargando ese tipo de lastres ideológicos.

  • Añoranzas calderonistas

    Añoranzas calderonistas

    Felipe Calderón Hinojosa fue presidente de México de 2006 a 2012. Suponiendo sin conceder que no haya habido una manipulación de los resultados electorales en la jornada del 2 de julio de 2006, que le dio el triunfo por un margen de 243,934 votos sobre AMLO; nunca debemos dejar de señalar que se trató de una de las campañas más sucias de la historia, donde descaradamente cerraron filas los poderes fácticos y utilizaron a los medios como instrumento de coacción para cerrarle la puerta a quien entonces calificaron como «un peligro para México».

    Vicente Fox había ascendido al poder en 2000, después de una de las campañas de marketing político más intensas de la historia de México. Pese a ser el PAN una fuerza política ultraconservadora que se creó en 1939 justamente para combatir a la versión más progresista de lo que ahora es el PRI, el espectro radioeléctrico se volvió un monumental coro de sirenas que en su canto nos decía que con Fox llegaría la auténtica democracia, se terminaría la corrupción y los problemas económicos se disolverían por arte de magia. Evidentemente el tiempo se encargó de refutar todas esas quimeras. Pero en 2006, aunque tenía una bajísima popularidad e hizo corajes cuando la cúpula panista y empresarial le impuso a Calderón por encima de su consentido Santiago Creel, Fox reconoce que operó incansablemente para llenar de piedras el camino de AMLO, que venía de desempeñarse exitosamente como jefe de gobierno del entonces Distrito Federal.

    Calderón ascendió al poder con el beneplácito de los medios y los empresarios, pero no de gran parte de la población, que no reconocía su triunfo y lo consideraba espurio y fraudulento, por lo que decidió lanzar su famosa guerra contra el narcotráfico en 2007, sin una planeación previa, impulsivamente y, sobre todo, con el fin de legitimarse, pues si ganaba sería un héroe y garantizaría la continuidad del panismo en el poder. Como en el caso de Fox, a día de hoy sabemos que nada de aquello salió como él pensaba, aparte de que periodistas de renombre como Pepe Reveles, Paco Cruz u Olga Wornat, señalan que la famosa guerra de Calderón consistió básicamente en proteger al cártel de Sinaloa y allanarle el camino a la vez que se simulaba un combate frontal al narcotráfico en general.

    Ese sexenio estuvo marcado por la violencia, por la falta de pluralidad en los medios corporativos e incluso por la censura. Figuras televisivas campaban a sus anchas en multitud de programas basura dirigidos a distintos grupos etarios. Por aquellos días, la gente se entretenía con Adela Micha, Facundo, Paty Chapoy, el Compayito, Omar Chaparro, Eugenio Derbez, Joaquín López-Dóriga, Adal Ramones y demás monigotes televisivos de los cuales muchos se encuentran en decadencia; disfrutan de una vida muy cómoda, pero carecen de credibilidad, su fama se va apagando poco a poco y en muchos casos reciben el repudio popular a través de las redes sociales, a donde de vez en cuando se asoman a dar sus opiniones, en el caso de algunos, desinformadas, y en otros casos, perfectamente pensadas para seguir desinformando. El cambio social que experimentamos les sentó pésimamente.

    Mientras las pantallas televisivas proyectaban aquella sensación de comodidad y un estatu quo idílico, puesto que había pasado el peligro de López Obrador; las sierras y los entornos suburbanos eran zonas de guerra, donde los jóvenes se integraban con toda normalidad a las filas del crimen organizado. A la postre, esa franja de la sociedad, la de los jóvenes pobres y sin opciones que soñaban con ser primero sicarios y luego jefes de plaza, terminaron siendo simplemente carne de cañón dentro de la cifra de 70,000 muertos, a quienes, cual general desalmado de película gringa, Calderón llamaba “daños colaterales”. Al ser un grupo etario y de un estrato social muy concreto, podemos tranquilamente hablar de una limpieza étnica velada.

    El desfalco de la estela de luz por 220 mdp, los niños muertos de la guardería ABC, la sospechosa muerte de dos secretarios de gobernación en sendos accidentes aéreos, la extinción intempestiva de Luz y Fuerza del Centro con un saldo de más de 46,000 trabajadores corridos sin compensaciones (aprovechando la euforia por un partido de la selección nacional de fútbol), el anuncio de una nueva refinería que solo quedó en una barda, montajes televisivos que pretendían mostrar un combate frontal a la delincuencia, de los cuales el caso paradigmático fue el que aún tiene en la cárcel a Israel Vallarta, la comprobada y ahora juzgada colusión de Genaro García Luna, su secretario de seguridad pública, con el narcotráfico, y un interminable etcétera. Este solo párrafo sirve para recordar que el sexenio de Calderón, al contrario de lo que sus eternos aplaudidores nos quieran venir a contar, fue en muchos sentidos el peor de la época moderna, al grado de que el PAN no pudo retener siquiera el poder, pues en 2012 le pasó por encima Enrique Peña Nieto como personaje creado convenientemente en un refrendo del amasiato PRI-Televisa.

    Pero aunque son amplios la bibliografía y el acervo audiovisual que retratan lo apocalíptico que fue el sexenio calderonista, muchos de los fardos mediáticos anteriormente mencionados, así como una significativa franja de clasemedieros blancos cuarentones que campan a sus anchas en la red social X, han aprovechado una reciente entrevista realizada por Yordi Rosado a Calderón, difundida a través de YouTube, para, en una sola oleada, mostrar su apoyo a quien consideran un “verdadero presidente” y también refrendar su repudio al gobierno de la llamada Cuarta Transformación y todo su respaldo popular.

    Yordi Rosado, otrora productor/patiño de Adal Ramones en Otro Rollo, aquel programa dedicado a deteriorar las mentes de mi generación hace unos 20 años, es un niño fresa que cumplía con la cuota racial en las segregacionistas pantallas de Televisa. Cuando el programa Otro Rollo terminó y las audiencias comenzaron a migrar hacia los medios digitales, se fue abriendo paso, primero en la televisión por cable, y en años recientes en redes sociales realizando entrevistas a distintos personajes de la farándula, la política y el deporte. Al realizar la entrevista a Calderón, con una producción y una semiótica muy pulcras para transmitir sencillez, nacionalismo y buenos hábitos, contribuye a la campaña permanente de Calderón para mantenerse vigente, y que ha tenido múltiples tropiezos, como la derrota de su esposa Margarita Zavala, quien, siempre incapaz de hilar dos frases sin trabarse, abandonó la campaña presidencial de 2018 incluso antes del término de la misma, o el no lograr el registro de su partido México Libre, que pretendía hacer patente su temporal ruptura con el panismo.

    #calderónfuemejor. Es el hashtag (etiqueta que facilita la circulación sistemática de un tema particular en redes sociales) que aspiracionistas de mediana edad, empresarios y actores mediáticos se empeñaron en promover y celebraron que fuera la tendencia número uno en X, no tiene correlato en los hechos y difícilmente podría permear en todas las capas de la sociedad, condición necesaria para que algo ya tenga tintes de verdadero movimiento político.

    Evidentemente, y a diferencia de la politización progresiva que experimenta la sociedad mexicana, esta efímera tendencia es simplemente un gesto de bullying que no busca más que hacer enojar y en menor medida desviar la atención de la ciudadanía. Lo que representa es el culto a la blanquitud, al autoritarismo, a la censura, al desprecio por la otredad, al clasismo, al racismo, al culto a la profesión, a la idealización de las personas “bien vestidas”; a los “licenciados”, a las “buenas costumbres” y a la “valentía”. En el gran marcador de los sexenios en que pretende competir el panismo, vamos 2 a 2 y pronto los superaremos.

    La tendencia de promover nuevamente a Calderón pasará sin pena ni gloria como muchos otros intentos de desestabilización en los que políticos y empresarios inescrupulosos tiran su dinero a la basura en busca de recuperar el poder. Que sigan disfrutando de la libertad de expresión imperante en la actualidad, no como la del sexenio calderonista. Pero si quieren pasar al terreno de recuperar el poder a través de mentiras, bueno, pues aquí los esperamos, pero les aseguro que hoy la tienen más difícil que nunca. Ese despertar del pueblo que ellos en el fondo lamentan tanto, siempre será su mayor obstáculo.

  • Un cínico público

    Un cínico público

    «El mundo está cambiando… lo siento en la tierra… lo veo en el agua… lo huelo en el aire…»

    Galadriel, El señor de los anillos

    En la década de los 90 y en la de los 2000 comenzaron a abundar documentales acerca de la segunda guerra mundial. Muchos ponían en perspectiva el caldo de cultivo del cual nació aquel suceso histórico que marcó el rumbo de la historia reciente. La idea era hacer efectivo aquel famoso adagio acerca de que un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla. Prácticamente dos terceras partes del mundo fagocitaron la verdad histórica que Estados Unidos, el imperio, fue fabricando acerca de los sucesos de principios y mediados de siglo. Había quedado muy claro que Hitler, Mussolini, Franco y otros tiranos europeos, junto con sus ideologías, representaban un punto al que estaba prohibido retornar. Sin embargo, con el paso de más décadas, esas nociones comenzaron a cambiar.

    Llegaron las primeras redes sociales y las salas de chat sobre el final del siglo XX. Cabe mencionar que en esos tiempos, en esa incipiente etapa de la comunicación interpersonal global en tiempo real, no existían restricciones de contenido, lo que propició el esparcimiento de todas aquellas “opiniones alternativas” que para ese tiempo estaban totalmente prohibidas en los medios tradicionales. Ya desde entonces circulaban opiniones como: «Hitler no estaba tan equivocado», «Con Franco sí había orden», «Es injusto que nos pinten a Porfirio Díaz como villano».

    Una realidad que siempre se desestimó a lo largo de la historia reciente fue que, inmediatamente derrocado el régimen nazi, comenzaron tímidamente las reivindicaciones neonazis en las décadas posteriores, primero dentro de la propia Alemania y luego en los países otrora aliados en contra de Hitler, como Estados Unidos e Inglaterra; vaya paradoja. Lo mismo pasó en los otros casos, pues si bien el neonazismo fue el ejemplo paradigmático, en España, a la muerte de Francisco Franco en 1975, quien ejerció una dictadura militar desde 1939 al ganar la guerra civil, los simpatizantes del conservadurismo católico, impuesto durante tantas décadas, siguieron organizándose y manteniendo vivo su ideario. Y en México, pues tenemos a Gabriel Quadri emitiendo estrambóticos posts de X en los que le quema incienso a Porfirio Díaz cada que le viene en gana.

    El avance en las tecnologías de almacenamiento y transmisión de datos permitió el florecimiento de las redes sociales como el medio de comunicación masiva e interpersonal (condiciones que nunca antes se habían conjuntado) y el desplazamiento de la tele y la radio como fuentes de información por excelencia. Esto se ha venido suscitando sobre todo en la tercera década del siglo XXI, en que el video corto y el meme se han afianzado como signo de los tiempos que corren. Si bien los grandes conglomerados que proporcionan las redes sociales se han tratado de hacer cargo de cualquier muestra de pensamiento retrógrada (entiéndase racismo, clasismo, homofobia, etc.) que se pueda expresar en sus medios, los esfuerzos son insuficientes cuando emergen figuras que con total desfachatez reivindican todo aquello que tanto trabajo costó, si no erradicar, al menos mantener lejos del alcance de la conversación pública.

    Sin embargo, se necesita un cínico público para alentar a todos los cínicos anónimos. Donald Trump ya venía haciendo campaña en Estados Unidos al menos desde 2014. Se le conocía como un personaje más del panteón de la cultura pop norteamericana, con su fama de magnate, sus cameos en producciones hollywoodenses y hasta su propio reality show. La tendencia muy estadounidense al enaltecimiento e idealización del empresario como modelo a seguir le permitió, junto con su ideología conservadora radical, convertirse en el candidato perfecto de los republicanos. Contendió y ganó en las elecciones de 2016 y ascendió al poder en enero de 2017.

    Las recurrentes y descaradas declaraciones racistas, homofóbicas, transfóbicas que Trump profería bajo la premisa de «todos lo piensan, pero solo yo me atrevo a decirlo», fue poco a poco desatando oleadas de personas que en las redes sociales, ya sin tapujo alguno, se expresaban igual o peor de las minorías. Así vino también la repercusión en Europa. En España se fundó desde 2014 el partido ultraconservador VOX, que recupera el ideario de Franco, con añadidos como una hispanofilia chovinista y excluyente, así como la pugna por el cierre de las fronteras a la migración africana. En 2022 asciende al poder en Italia Georgia Meloni, una política que abiertamente reivindica el fascismo de Mussolini, aquella ideología ultraconservadora basada en la represión violenta que precisamente pugnaba por algo que, visto desde esa óptica, ya no parece tan novedoso: “hacer a Italia grande nuevamente”. Si bien Meloni no suele recurrir a la violencia, sí se ha dado a la tarea de convencer a los jóvenes de que, según sus palabras, «el fascismo no es tan malo».

    Y por supuesto que Latinoamérica no está exenta de las imitaciones de Trump. Está Nayib Bukele, quien tomó el poder en El Salvador desde 2019. Igualmente conservador, abierto seguidor de Trump y laureado por su política de encarcelar a todos los pandilleros del país en su famosa ‘mega cárcel’. En 2023, producto de una campaña que en Argentina iniciaron Agustín Laje y Nicolás Márquez, con la negación de las cifras de desaparecidos en la dictadura militar de los 70 y 80, asciende al poder Javier Milei, otro adorador de Trump que junto con Márquez, Laje y Gloria Álvarez ya despuntaba desde años atrás como difusor de las ideas “libertarias”. Esa pléyade es financiada por la organización de ultraderecha Fundación Libre, con nexos con la USAID.

    Con menor capacidad de convocatoria, menos alcances intelectuales y un fanatismo católico exacerbado, se posiciona en México el televiso venido a menos Eduardo Verástegui. En redes sociales, aparece un día acusando de nexos con el narco al gobierno de Morena, otro día rezando el santo rosario y otro disparando armas de alto poder. Descarado en sus loas a Trump, su pasado en la industria televisiva más chafa impide que sea tomado en serio.

    El conservadurismo encabezado por todos los personajes anteriormente mencionados, va acompañado de toda una bóveda celeste integrada por millares de creadores de contenido pro conservadores. Los más viejos, excretados por los medios corporativos debido a su extremismo y falta de credibilidad, se enfocan en los temas puramente políticos con un calado conspiranoico. Los más jóvenes, nacidos en el seno de las redes sociales desde un inicio, se enfocan en lo que dentro del mundillo se denomina como ‘la batalla cultural’, que no es otra cosa sino el escrutinio de los productos de la cultura de masas para repudiar a la famosa cultura woke, con la que el imperio cubre su cuota de progresismo, y con la cual desatinadamente mezclan al pensamiento de izquierda anti imperialista que tradicionalmente ha florecido en Latinoamérica, y que tiene en Petro, Maduro, Díaz-Canel, Lula, pero sobre todo en Sheinbaum, a sus principales representantes, a quienes desde esa trinchera les llaman “comunistas”.

    Pese a todo lo antes expuesto, el grueso de la población de Latinoamérica, y mucho más en México, sigue despertando hacia la politización, la perspectiva histórica y la conciencia de clase. Si estos extremismos por fin han mostrado sus colmillos es porque ya sentían la guerra de narrativas casi perdida. Los poderes fácticos encontraron maneras de hacer atractivo el discurso ultraconservador y medianamente van logrando su cometido con un sector de la población bastante acotado. Si existe tal batalla cultural, los esperamos sin miedo, que aquí tenemos con qué quererlos.

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  • Derecha y cultura pop | El cerebro del gringófilo promedio

    Derecha y cultura pop | El cerebro del gringófilo promedio

    Una parte importante del discurso obradorista que permeó en amplios sectores para propiciar el despertar de la sociedad mexicana fue la cuestión de las televisoras, pero sobre todo de Televisa, como puede constatarse en la obra de Jenaro Villamil y Fabrizio Mejía, quienes se dieron a la tarea de documentar de manera pormenorizada hasta qué grado había estado involucrada la televisora de los Azcárraga en afianzar la hegemonía de la peor versión del PRI, ocultando y manipulando información de interés nacional, “informando” con una línea editorial dictada dese Los Pinos, pero, sobre todo, suministrando un mensaje disuasorio y despolitizante por medio de programas basura y explotación de un falso nacionalismo a través de la religión y el fútbol.

    Así pues, mientras que las televisoras perdían fuerza, credibilidad y autoridad moral, al tiempo que muchas de sus figuras del entretenimiento o de la información (que para el caso venían siendo lo mismo) se fueron diluyendo y muchos de ellos no encontraron cabida más que en esfuerzos propios a través de las redes sociales. Tal vez por ello, y por la franca decadencia en la que todo ese aparato mediático se encuentra, en su momento no reparamos en otra cuestión que ahora viene a cuento en tiempos de libertarios, apartidistas, analistas críticos, y demás denominaciones que se utilizan en ciertos medios reaccionarios que aducen mayor “mundo”, genialidad y sofisticación que el resto de analistas que comparten su ideario.

    Y ya que teníamos al mayor enemigo mediático en casa, muy poco volteamos a ver los mensajes producidos por la industria cultural estadounidense, cuyos contenidos también eran suministrados en menor medida por las televisoras nacionales, pero que fueron siendo cada vez más accesibles al grueso de la población a través de los medios digitales. El grueso de los contenidos de la industria cultural en general, sobre todo del sector de mayor difusión, llamado mainstream, pudieron preservarse gracias a las redes sociales. Esto propició que se generaran comunidades alrededor de ellos, nuevos nichos de consumo, material audiovisual de análisis e incluso eventos presenciales como convenciones, foros y conciertos.

    Para las generaciones anteriores a los nacidos en los años 80, aparte de las pocas opciones de entretenimiento audiovisual infantil y juvenil que había hasta el momento, el propio mercado imponía un ritmo de maduración a conveniencia. Al terminar la adolescencia se acababan los juguetes, las historietas y las caricaturas. Los cánones de la publicidad dictaban que había que vestir con ropa juvenil de cierta marca, conseguir un trabajo, y en algunos años adoptar los hábitos de leer el periódico, ver noticiarios, partidos de fútbol o telenovelas, así como las películas mexicanas de los domingos. Muchos jóvenes eran cada vez más seducidos por el rock pese a los estigmas con que cargaba, aunque Televisa y sus radiodifusoras hicieron sucumbir a muchos ante la música comercial y anodina que siempre ofrecían.

    En tiempos recientes, y ante el auge de las nuevas comunidades formadas en torno a los productos de la cultura pop de cine, televisión música y cómics de la última parte del siglo XX, el mercado modificó sus cánones y ya no impone el ritmo de maduración con base en los mismos estereotipos. En tiempos actuales, un adulto perfectamente puede escuchar cualquier género de música, consumir caricaturas, ciencia ficción en cine, series y cómics, o incluso hasta disfrazarse de uno de sus personajes favoritos. Todo esto sin el estigma vergonzante de la infantilidad, puesto que el discurso del imperio se modificó en aras de seguir creando productos de consumo recuperando material de origen generado en épocas pasadas.

    Lo anteriormente expuesto suscitaría un extenso debate sobre si se ha infantilizado a la sociedad, o bien, si se ha vencido a esa forma de pensar de muchos integrantes de las generaciones anteriores, donde ver caricaturas en vez de leer novelas policiacas a los 40 años resultaría algo inconfesable y motivo de escarnio social. Yo mismo he padecido un poco ese choque generacional, pues aunque pueda leer a Kundera, Borges, Rulfo, Soriano y demás autores que he reseñado en el canal, llegué a ser vituperado dentro de mi propia familia por ser aficionado a los libros de Harry Potter. Sin embargo, ciertamente hay muchos integrantes de mi generación y algunas posteriores que directamente obvian los contenidos considerados más maduros y transitan toda su vida consumiendo, compartiendo y discutiendo contenido de DC, Marvel, Los Simpson, Volver al futuro, Gremlins, Goonies, Terminator, Alien, Dragon Ball, series en general y cuanto producto de alcance masivo se les ponga enfrente. Y no soy para nada ajeno a estos productos, si he de expresar un mea culpa, que tampoco creo que haga falta, helo aquí, porque también, aunque con reservas, consumo cultura pop. Sin embargo, observo una marcada relación entre muchos de los opinadores de derecha y el apego a todos estos contenidos.

    Y tampoco nos debe extrañar. Muchos de los productos audiovisuales de los años 80 que ahora son objeto de culto, tenían insertos marcados mensajes imperialistas influidos por la guerra fría. Los EEUU eran los buenos que combatían a los soviéticos malvados o al arquetipo del “dictador latinoamericano” que muchos superhéroes de Marvel y DC llegaron a derrotar en nombre de la libertad. O qué tal el enaltecimiento de los valores estadounidenses en producciones como Top Gun o Forrest Gump. Tampoco debemos olvidar la normalización de los parámetros de izquierda y derecha que se retrataban en las primeras temporadas de Los Simpson.

    Muchos odiadores del movimiento de la 4T, que muy seguido evidencian racismo, clasismo, malinchismo y un aire innecesario de supuesta sofisticación, se declaran asiduos consumidores de cultura pop. Álex Baqueiro, Franco Escamilla, Chumel Torres (y su staff de secundarios), El Tío Rober, Vampipe, Sofía Niño de Rivera, y muchísimos personajes que nacieron en redes sociales, a la hora de verter opiniones políticas, son auténticos trolls, algunos de ellos, los más dedicados a la comedia, despolitizados, y muchos otros, francamente cargados de ideas de derecha. La mayoría de ellos, al menos dos veces, ha publicado su participación en espacios donde se discuten productos de la cultura pop, tema en el que evidencian estar mucho más informados que en cuanto a política.

    Para el caso de Álex Baqueiro, Gloria Lara y Chumel Torres, quienes se abocan concretamente al supuesto análisis político en tono de un humor muy lacerante y que rara vez mancilla a los personajes de derecha, sus referentes, fuentes y símiles, son enteramente productos de la cultura pop. Esto cala bastante en su público, que está integrado por esa franja de jóvenes y ‘chavorrucos’ gringófilos cuyos parámetros para entender la realidad nacional están basados en exactamente lo mismo. Se consideran informados y sofisticados, y no pocas veces lo tratan de evidenciar, tanto con groserías, para que se note que son francos y abiertos, como con anglicismos para que se note que tienen mundo. Sin embargo, son capaces de creerse y reproducir bulos como “los ninis del bienestar”, “Morena narcopartido”, “todos los políticos son iguales”, “quienes votan por Morena son ignorantes e incivilizados”, y demás tropos que gente con menores ínfulas cree a pies juntillas.

    Si bien, como ya se dijo, la campaña anti Televisa fue parte integral del discurso emancipador, muchos de estos personajes directamente pasaron de aquella cultura de masas, puesto que tuvieron acceso a televisión por cable y por lo tanto a contenidos más exclusivos, cuyo consumo afianzó esa particular cosmogonía que por momentos raya en el malinchismo, de manera que, dentro de la ola desatada en redes contra la influencia de Televisa, ellos mismos generaban tráfico al respecto, pues su colonización no venía de la industria cultural nacional, sino de la extranjera. Ese es uno de los grandes triunfos del aleccionamiento imperialista: producir individuos alienados que, pese a ello, se consideran más libres y por encima del resto de la población.

    Gran parte de los trolls y odiadores que actualmente se manifiestan cínicamente a favor de lo que sea que a Donald Trump se le ocurra hacer en contra de la soberanía mexicana, puesto que su sentimiento aspiracional siempre los ha hecho sentirse por encima de sus connacionales, no solo en lo intelectual, sino también en lo económico. Por ello saben que las deportaciones masivas o las poco probables incursiones militares en territorio mexicano (que les hacen mucha ilusión en el fondo por haber crecido con G.I. Joe) impactarían primero en las capas más bajas de la sociedad. 

    Pero aunque estos personajes antes descritos tengan gran alcance, no sirven para más que analizarlos como muestra representativa de un sector realmente minoritario de la población mexicana, cuya mayoría se encuentra en un proceso que va justamente a la inversa: tomando conciencia sobre el sentido de pertenencia, la soberanía, el capital cultural de México y lo necesario que es para seguir afianzando una identidad a prueba de nuevos intentos de colonización. Este ejercicio igualmente permite exhibirlos en su miseria humana, inmadurez y hasta ingenuidad. Corren muy buenos tiempos para afianzarnos como una nación soberana y muy malos para que ellos vean sus fantasías gringófilas cumplidas, que solo serían posibles en la ficción. Que sigan consumiendo entretenimiento barato mientras nosotros nos cultivamos e informamos.