Categoría: Miguel Martín

  • Tren del mame: ¿El nuevo oscurantismo mediático?

    Tren del mame: ¿El nuevo oscurantismo mediático?

    Nuestro país vive un proceso político y social tan particular que algunos lo postulan como caso de estudio en universidades extranjeras. Hubo en 2000 una falsa esperanza de democracia y alternancia en el poder construida en las cúpulas político empresariales e inoculada de manera muy efectiva en el sentir popular a través de una invasiva campaña a través de medios corporativos que cumplirían la orden para que Fox se alzara con el triunfo. Para 2005 ya nadie aguantaba a Fox ni al PAN, así que se operó el fraude de 2006, porque AMLO era “un peligro para México”. Calderón tuvo un gobierno desastroso, así que Televisa tuvo su canto de cisne como gran manipuladora de masas y puso a Peña Nieto en el poder. Pero como Peña Nieto fue el colmo de la corrupción y las redes sociales se convirtieron en herramienta de politización, por fin AMLO se alzó con el triunfo electoral.

    Las primeras dos décadas del siglo fueron sumamente oscuras, pues la industria cultural televisiva había manufacturado un statu quo en que los ciudadanos lo eran cada vez menos, es decir; estaban menos conscientes de sus derechos, no había esfuerzos por parte de los partidos (salvo por el PRD de AMLO, no el actual) para incentivar la participación en la toma de decisiones fuera de periodos electorales; y al tiempo, la televisión alcanzaba una época dorada con niveles de rating inusitados para los reality shows. Inserto en esos contenidos y otros como el infalible fútbol, noticiarios y telenovelas, estaba presente el mensaje disuasor que alejaba a la gente de la política, ya que ésta era mostrada como un espectáculo decadente cuyo resultado era siempre invariable, por lo que más valía evadirse de esa cruda realidad a través del entretenimiento.

    El programa Otro Rollo es un ejemplo paradigmático de aquella época, pues llegó a obtener 19.3 puntos de rating, que fueron registrados en octubre de 2002 por parte de la empresa IBOPE, dedicada a ese tipo de mediciones. El rating se calcula de la siguiente manera: existe un target, que es el grupo etario y/o socioeconómico a quien va dirigido cierto programa, de tal suerte que los puntos de rating representan un porcentaje del total, por lo que, si el target de Otro Rollo era de 20 millones de televisores, 19.5 puntos de rating equivalen a 3.9 millones de televisores encendidos sintonizando un programa en que el bullying era algo muy común y se le justificaba llamándolo “humor manchado” (término cortesía de Paco Stanley que tuvo en los ninis mediáticos Jorge Van Rankin y Esteban Arce a dos de sus grande exponentes) y donde no pocas veces se hicieron alusiones ofensivas a Andrés Manuel López Obrador, entonces jefe de gobierno del Distrito Federal, quien obviamente no era que digamos muy popular entre la curia de Chapultepec 18.

    Otro fenómeno de masas televisivo que dominó al inicio de la década fue el programa llamado Big Brother, un concepto de reality show que nació en Holanda como creación de la productora Endemol. El concepto, cuyo nombre remitía al del personaje de la novela 1984 de George Orwell, consistía en encerrar durante 106 días a seis hombres y seis mujeres no famosos y seleccionados mediante un casting, para ser monitoreados en su día a día por cámaras colocadas en toda la casa, las cuales transmitirían las 24 horas del día para canales de Sky, la empresa de televisión satelital filial de Televisa. Las eliminaciones semanales se iban dando a través de votaciones vía telefónica, para que al final quedara una sola persona ganadora de lo que realmente era un concurso televisivo y no un experimento social. A diario había un show nocturno en torno al acontecer dentro de la casa, que era conducido por Adela Micha (no sé si, cuando algunos la consideran un referente del periodismo mexicano, estén dispuestos a incluir esto en su palmarés). El programa logró movilizaciones de personas involucradas con el contenido y dispuestas a apoyar a alguno de los participantes. 37 puntos de rating traducidos en 6.5 millones de espectadores fue lo que logró como punto máximo dicha emisión.

    La intención de Televisa como gran aliado del poder era difundir un mensaje disuasor para que las audiencias se alejaran lo más posible de la política y fueran capaces de lanzarse a las calles respondiendo a la convocatoria de un programa de espectáculos bajo la promesa de conocer a aquellas estrellas con las que soñaban. Como lo escribiera Nietzsche en El origen de la tragedia, los integrantes de la industria cultural cumplen la función de los dioses griegos; con todo y sus vicios y defectos, son objeto de adoración porque viven las vidas que nosotros quisiéramos.

    Afortunadamente, el furor por la televisión y todo lo que ofrecía se fue difuminando y las audiencias han venido desertificando poco a poco el espectro televisivo, puesto que prefirieron migrar a los contenidos digitales y al ocio en redes sociales. Si bien en un primer momento hubo una cierta integración entre los contenidos televisivos y la interacción en redes sociales, como parte de un proyecto que incentivaba la interacción con público dentro de un esquema tradicionalmente unilateral, las audiencias prefirieron consumir contenidos más interactivos y cercanos y a partir de los cuales podían formar comunidades y no clubes de fans.

    Como ya se dijo antes, vino el 2018 con todo lo que ello representa, y en medio de un genuino cambio de paradigma en las comunicaciones de masas. La clara tendencia hacia la politización a través de las redes sociales, la cual nombré como La primavera digital mexicana (título de mi primer libro), ha constituido un fenómeno aislado y novedoso con respecto al resto de Latinoamérica, pues la oleada de comunicadores pro AMLO no estaba prevista por la oligarquía, por lo que hasta hoy siguen sin diseñar una estrategia efectiva para contrarrestar la narrativa y el alcance del presidente, quien se regodea magistralmente en su labor de despertar consciencias en la conferencia mañanera. Cada vez más personas rechazan el mensaje de los medios corporativos y profundiza en el panorama político actual de México, así como en las coordenadas históricas que nos han situado en esta interesante coyuntura. Y de las redes sociales se ha pasado a los hechos, por lo que, después de la pandemia, todos aquellos conversos, otrora colonizados por la cultura de masas televisiva, han probado qué se siente tomar las calles.

    Sin embargo, quedan acontecimientos aislados que llaman la atención, puesto que Televisa recientemente reeditó Big Brother VIP (nombre de la versión en que solían colocar a personajes de la farándula) en forma de un nuevo show llamado La Casa de los Famosos. La ganadora del concurso fue Wendy Guevara, una influencer transexual, lo cual sirvió para que Televisa se diera un lavado de cara ante las nuevas generaciones, quienes probablemente ignoran que dicha empresa de medios siempre se caracterizó por explotar y estigmatizar a la comunidad LGBT a través de personajes caricaturescos que afianzaban el pensamiento conservador y homófobo en las audiencias. No hay mediciones sobre el rating, puesto que La Casa de Los Famosos se transmitió a través de lo que constituye el segundo intento de Televisa por consolidar algo parecido a una plataforma de streaming: VIX. La única medición y que pareciera dar visos de volver al medievo noventero y dosmilero, es la cifra final de votos obtenidos por la ganadora a través de redes sociales. Se habla de 18 millones de votos.

    Pero, aunque ese índice de participación hace que los poderes fácticos y sus voceros se relaman los bigotes, todo responde más a lo que en redes llaman ”subirse al tren del mame”, que se refiere a tendencias masivas que registran una enorme participación e interacción por parte enormes cantidades de usuarios. Más allá de que en diversos espacios se ha aclarado que la cantidad de votos se registró gracias a que no había un mecanismo para que los usuarios no pudieran votar más de una vez, estaríamos ante otro error garrafal por parte de la derecha en la lectura de los hechos. Los fenómenos de masas tenían una vida media mucho más prolongada fuera de las redes sociales en la época dorada de la televisión. Los fenómenos de masas en redes sociales son efímeros; algunos duran horas o hasta minutos y luego se difuminan para dar paso a otros. Los medios corporativos no tienen el alcance para hacer u verdadero usufructo de dichas tendencias.

    Así pues, el oscurantismo que la televisión implantó en la psique colectiva no va a volver, y si la derecha intenta revivirlo artificialmente, no será más que uno de tantos suicidios políticos que cometen al no entender cómo funciona realmente el proceso de politización a través de redes sociales, pero también al subestimar una vez más a las audiencias, que dejan de ser solo eso para plenamente tomar su lugar como ciudadanos politizados con conciencia de clase y panorama histórico; el terror de las empresas de medios y a la vez una sociedad utópica en ciernes. Sigamos en la lucha para concretar la obra.

  • Lo que no te cuenta TV Azteca (por ignorancia)

    Lo que no te cuenta TV Azteca (por ignorancia)

    La batalla ideológica ha estado siempre presente en México desde la conquista. Al igual que en el resto de Latinoamérica, nuestra nación, subyugada en su momento por España, experimentó una pugna entre dos cosmovisiones distintas: la comunitaria de los pueblos originarios y la individualista y eurocéntrica de los conquistadores. Hay que decir, en honor a la verdad, que la independencia de México se fraguó haciendo una importante concesión a la hegemonía católica y europeizante, pese a que muchos de los próceres del movimiento habían abrevado en las ideas de la ilustración, como Morelos o Hidalgo.

    Fue así como se suscitó la Guerra de Reforma (1857-1861), a raíz de que Juárez despojó a la iglesia de bienes y de la facultad de tomar decisiones, cuestión que a día de hoy aún no se le perdona dentro de los oscuros sótanos del conservadurismo más recalcitrante, más concretamente dentro de la iglesia católica.

    La revolución enfrentó en algunos frentes a maderistas y porfiristas, mientras que en otros a agraristas contra defensores del latifundio; en una lucha por el reparto de la tierra con Zapata como auténtico emblema. Cuando el país comenzaba a resarcirse del conflicto armado, sobrevino otro en occidente. La guerra cristera (1926-1929) fue una reacción de la iglesia contra la intención de Plutarco Elías Calles de acotar aún más la práctica religiosa, ante lo cual, ministros de culto locales en estados como Jalisco, Guanajuato, Colima, Aguascalientes, Zacatecas, Michoacán y Querétaro; enardecieron a sus feligreses para que se alzaran en armas y combatieran al “Estado ateo”, que es la forma peyorativa en que algunos herederos de esa lucha, como Juan Bosco Abascal, llaman aún hoy al Estado laico. La nota alta con que la ultraderecha se despidió de aquella década fue el asesinato de Álvaro Obregón, entonces presidente, quien le estorbaba a Calles para consolidar su Maximato. Convenientemente, José de León Toral, fanático perteneciente a las juventudes católicas, asesinó al llamado “último caudillo” en el restaurante La Bombilla el 17 de julio de 1928, después de haberle realizado un retrato a lápiz, el cual le mostró antes de propinarle seis balazos.

    Las dos visiones de país se alejaron todavía más. En 1929 nace el PNR (Partido Nacional Revolucionario) con una muy fuerte inspiración en el modelo del Partido Bolchevique de Vladímir Lenin, que instauró el régimen de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas tras terminar con el Imperio Ruso en octubre de 1917 y borrar a toda la familia real, que para ese momento estaba totalmente desconectada del pueblo, al grado de preferir hablar francés en detrimento de su lengua materna. Era la primera vez que se instauraba un régimen socialista, con la firme intención de aplicar los postulados teóricos de Marx y Engels, que consistían básicamente en propiciar que los medios de producción pasaran de unas cuantas manos hacia el pueblo llano para lograr la igualdad en todos los rubros, comenzando por el económico. El comunismo era el fin último en que dicha estrategia devendría.

    Sin embargo, este constructo teórico nunca se cristalizó, no solo por factores como la segunda guerra mundial y la posterior guerra fría contra el bloque capitalista, sino por una cuestión de fondo que hizo incompatible la teoría con la práctica. El socialismo, como modelo económico y de gobierno, estaba pensado para una sociedad industrializada, es decir; donde realmente hubiera medios de producción. Así pues, siempre fue difícil encontrar la forma de lograr la utopía marxista debido a que la población rusa era mayormente campesina y no se trataba precisamente de un país industrializado. Sin embargo, los centros urbanos, que sí lo estaban, permitieron la proliferación de agrupaciones de trabajadores (soviets) que se convirtieron en la principal fuerza del Partido.

    Y fue entonces éste el modelo que el PNR replicó, con los sindicatos de trabajadores, la mayoría de ellos agrupados en la CTM (Confederación de Trabajadores de México) como fuerza principal, capaz de lograr enormes movilizaciones y garantizar la continuidad del partido en el poder. El PNR se erigía entonces en una fuerza revolucionaria (de izquierda) que tendría por principal objetivo la implantación de un estado de bienestar. De manera que se estaba logrando replicar con mayor éxito el modelo soviético, pues durante el gobierno de Lázaro Cárdenas (1934-1940) se corrigieron los pendientes de la revolución en cuanto al reparto agrario, pues de entrada se reconocía que México era un país rural y no industrializado. Asimismo, la alternancia presidencial, pese a no contar con una verdadera oposición, permitía que no se suscitara en el partido hegemónico el fenómeno del culto al líder.

    Fue precisamente durante el mandato de Cárdenas que se implementó, nombrándolo oficialmente como tal, un modelo de educación socialista. El enfoque de los libros de texto cambió radicalmente durante el sexenio cardenista. Las situaciones que se retrataban eran del medio rural o suburbano, se hablaba de padres obreros e incluso se buscó evitar el blanqueamiento en las ilustraciones; niños morenos, como no se había concebido antes, aunque el país estuviera lleno de ellos. El enfoque igualmente se alejó de todo ensalzamiento de la iglesia católica, incluso en la materia de Historia.

    Las políticas socialistas de Cárdenas levantaron tal ámpula en el sector conservador que, con nuevos bríos, los herederos de la lucha realista, anti reformista, latifundista y cristera, se organizaron para crear un nuevo partido que defendiera los valores católicos, y que ya desde entonces se emparentaría con múltiples organizaciones anti comunistas radicales, tanto a nivel nacional como internacional. Fue así como en 1939 Efraín Gómez Luna, Manuel Gómez Morín y Luis Calderón Vega, entre otros, fundan el Partido Acción Nacional para atraer el voto de un sector minoritario pero poderoso: los católicos ricos, y a ser posible, fundamentalistas.

    Con el fin del sexenio de Cárdenas, quedó enterrado el modelo de la educación socialista mexicana. Al entrar Manuel Ávila Camacho, los contenidos se reajustaron para nuevamente invisibilizar la realidad rural y suburbana del grueso del país, en aras de proyectar una visión de modernidad y pujanza, dejando a un lado todo lo que oliera a marxismo. Al mismo tiempo iban tomando fuerza, sobre todo en los estados de tradición cristera, grupos como TECOS, MURO o el Yunque, todos ellos financiados por una combinación entre empresarios y miembros de la jerarquía católica, así como catedráticos de ciertas universidades, quienes utilizaban su influencia para adoctrinar a grupos juveniles en el combate activo de los también nacientes grupos pro comunismo igualmente presentes en universidades públicas del interior y en la UNAM.

    Durante la guerra fría, los gobiernos del ahora PRI (Partido Revolucionario Institucional), antes PNR, se alinearon sin miramientos con la línea impuesta por Washington en su pugna contra el bloque socialista. Lo paradójico del asunto es que el PRI era un partido adecuado a una realidad muy distinta a la de un país industrializado y capitalista como EEUU, por lo que la geografía nos condenó tomar parte en una pugna que no nos correspondía como pueblo. Cuando Lázaro Cárdenas externó su apoyo al régimen de Fidel Castro durante el incidente de Bahía de Cochinos, en abril de 1961, fue hecho callar por la cúpula priista. Ahí se selló el destino del socialismo, que fue satanizado en medios y mal nombrado como “comunismo”.

    Con la caída del muro de Berlín en noviembre de 1989 y la disolución de la URSS en diciembre de 1991, el llamado comunismo dejó de ser un peligro y el capitalismo se abrió paso con toda soltura en la narrativa global, así como en la industria cultural estadounidense, consumida en todo el mundo para afianzar su ideología. En México hubo un florecimiento de la izquierda inusitado que se estrelló contra el suelo cuando Cuauhtémoc Cárdenas, hijo del último presidente socialista hasta entonces, fue vedado de la oportunidad de cambiar el rumbo del país con el fraude de 1988. A la postre podemos ver que no había manera de que el proyecto del PRD (Partido de la Revolución Democrática) triunfara, puesto que la implementación del neoliberalismo no podía postergarse de ninguna forma.

    Desde que AMLO fue electo como jefe de gobierno del entonces Distrito Federal en 2000, diversos grupos de ultraderecha, que siempre se mantuvieron vigentes, pudieron hacer escuchar su voz alertando sobre el “peligro de tener a un comunista en el poder”; esto fue propiciado por el gobierno de Vicente Fox, que puso en la palestra de la agenda pública a reaccionarios como Jorge Serrano Limón, Luis Felipe Bravo Mena, Norberto Rivera y Carlos Abascal, entre otros.

    El mandato de Calderón fue tan caótico que hasta la propia ultraderecha le dio la espalda al estar en desacuerdo con su famosa “guerra” que tuvo que inventarse para ganar algo de la legitimidad ausente a raíz del fraude de 2006. En el sexenio de Peña Nieto, tal vez el último en que la televisión definió el voto popular, todo era un panorama brumoso de corrupción, escándalos y pifias; al grado de que no había espacio ni para discutir ideologías. La sociedad mexicana llegó a un hartazgo verdadero y las redes sociales derrotaron a los medios corporativos en la batalla por las audiencias.

    Desde que AMLO llegó al poder en 2018, comenzaron a reorganizarse y visibilizarse grupos integrados por antiguos muristas, sinarquistas, yunquistas, tecos, adoradores nocturnos y demás ultraderechistas; igualmente en redes sociales. Se volvió a hablar de “comunismo” al igual que en el Siglo XX. Ahora hablaban de una perversa consigna masónica, judía, comunista y luciferina llamada “socialismo del siglo XXI” o también “castro-chavismo”, fraguada en el (según ellos) maligno Foro de São Paulo, que no es otra cosa sino una organización internacional de partidos de izquierda, totalmente legal y visible al público, a la que, por cierto, aún pertenece el PRD. Lausus, Juan Bosco Abascal, Raúl Tortolero y Gilberto Lozano, entre otros, hacen estridentes campañas de redes sociales con el rosario en la mano para alertarnos sobre un apocalipsis comunista que nunca termina por llegar. Fe cualquier forma, el alcance de dichos activistas es francamente muy reducido.

    El último episodio de esta lucha contra un constructo teórico de ya casi dos siglos de existencia y que jamás se llegó a instaurar en México, ha sido el vergonzoso espectáculo de los esperpénticos lectores de noticias de TV Azteca a instancias de Ricardo Salinas Pliego, quien dice propugnar por que los jóvenes salgan adelante mientras que dirige una empresa televisiva de contenidos basura que insultan la inteligencia de las audiencias, así como servicios bancarios y tiendas que inflan los precios de los productos a través de abonos leoninos que terminan por mermar la economía popular.

    Como periodista, siento mucha pena por las mentes de Javier Alatorre y Alejandro Villalvazo, quienes jamás se distinguieron por mostrar preocupación alguna o alzar la voz en favor de los desvalidos. Pareciera que este nuevo acontecimiento mediático, donde los libros de la SEP son meramente un Macguffin, nos hará atestiguar la decadencia y posteriormente la caída de los monigotes televisivos a quienes les bastaba con salir de traje y engrosar la voz para proyectar veracidad e inteligencia. Quedan desnudos ante un pueblo más politizado, informado, humano e inteligente que ellos.  La realidad los ha rebasado y la credibilidad los abandonó cual bandada de palomas en tarde dominical. Pobres diablos ignorantes, condenados al tormento prometeico de mostrarse a diario en cadena nacional haciendo el ridículo. Alguien, por piedad, páseles al menos este texto para que aprendan algo.

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