Categoría: Roberto Castro

  • Aspirar a la realeza

    Aspirar a la realeza

    Pocas invenciones semánticas han sido tan explícitas y eficientes a la vez como el concepto de rey o de reina. En los regímenes explícitamente monárquicos, esta figura representaba a una persona que, por derecho “divino”, era colocada en la cumbre de la organización jerárquica de una sociedad para gobernar según su “santa” voluntad.

    La convención dictaba que, el pueblo, los súbditos, debían aceptar y respetar estos designios de “Dios” y de la herencia sanguínea; mismos que, por cierto, eran anunciados, confirmados y legitimados por la iglesia, al ser la única voz autorizada para dar tales nuevas. Al ser colocada en esta posición, esta persona, su familia y quienes eran dotados de títulos reales, eran concebidos y reconocidos como seres superiores, en todos los sentidos que fueran necesarios. La estructura social y cultural de tal régimen político establecía las condiciones para que este tipo de figuras sociales existiera.

    El sentido común actual nos orientaría a pensar que tales estructuras no podrían estar vigentes en sociedad actuales, pero, como la muerte de la Reina Isabel II nos ha hecho recordar, ese tipo de estructuras simbólicas, culturales, están tan presentes hoy como hace varios siglos. Lo que más llama la atención es que esas estructuras simbólicas operen incluso más allá de los límites en los que los reinados operan legalmente.

    El que Martha Debayle, el expresidente Calderón, actores, conductores de televisión y de radio, así como muchas otras figuras públicas y demás aspiracionistas en México hayan expresado su conmoción por la figura de una reina británica que estuvo en el poder por casi 70 años, evidencia mucho más que el simple respeto a un jefe de Estado. 

    El clasismo y racismo que operan en México, heredados, en gran medida, de la época colonial y del sistema de jerarquización social existente en el Reino de España, ya no pueden justificarse legitima y explícitamente por un régimen monárquico, pero sus efectos simbólicos, culturales, siguen siendo eficaces. 

    La realeza, el trato diferenciado y privilegiado, el reconocimiento social de una supuesta superioridad, representa el epítome del aspiracionismo mexicano -y, estoy seguro, del aspiracionismo en otros contextos-. He ahí que, el pretexto de la muerte de dicha reina sirva para buscar algún tipo de conexión con ese mundo real. Desde la invención de una conexión familiar o fotos con el personaje, hasta una simple foto junto a las puertas del Palacio de Buckingham o el Big Ben; lo que importa no es tanto mostrar el dolor o pena por la muerte de una reina, si no demostrar al mundo, a los conocidos, al público y la “chusma”, lo cerca que están de ese mundo selecto. 

    No son -ni serán- pocas las ocasiones que tenemos de evidenciar el aspiracionismo mexicano, pero la muerte de la Reina Isabel II ha sido un evento que ha permitido observar la vigencia de una de las máximas figuras clasistas que sirve de aspiración para muchos de los grupos e individuos que se sienten superiores y que quieren ser reconocidos en esa supuesta superioridad social. 

  • Un país de “huevones”, “estira la mano” y “maiceados”

    Un país de “huevones”, “estira la mano” y “maiceados”

    Más de 4 años desde que la mayoría del pueblo de México decidió respaldar rotundamente el proyecto de transformación social, económica y cultural que López Obrador había venido promoviendo. Más de 4 años en los que hemos experimentado, como nunca antes, la denuncia pública y decidida hacia el racismo y clasismo, principios de diferenciación social que, aunados al sexismo, han naturalizado el sistema de injusticia y dominación de ciertas élites económicas, políticas y culturales sobre la mayoría del pueblo

    Más de cuatro años de intentar hacer cada vez más visibles las divisiones sociales que han persistido en México, como herencia del sistema colonial. Más de cuatro años y la oposición no ha logrado reconocer la antigüedad, profundidad y prejudicialidad de su racismo, clasismo, sexismo y, en general, del pensar esencialista a partir del cual construyen su imagen identitaria, a la vez que construyen al otro del que buscan distinguirse, es decir, al pueblo

    Laura Zapata, actriz caracterizada por sus sobreactuaciones melodramáticas en muchas telenovelas de Televisa y, últimamente, por su odio iracundo hacia López Obrador, expresó hace unos días, frente al propagandista de la derecha fascista, Carlos Alazraki, que, si México apoyaba al presidente, era porque “somos un país de huevones, de estira la mano, de ‘no me da’, ‘deme’, ‘deme’ y este les avienta, los maicea con 2 mil pesos […] y ellos se conforman con eso. Como sabemos, el pensamiento clasista de esta actriz no es aislado, y por eso creo que es necesario tratar de deconstruirlo. Intentaré abonar a esa deconstrucción.

    El clasismo es un tipo de pensamiento esencialista, un tipo de idea que clasifica a los grupos de personas a partir de su poder económico, su origen familiar, su grado de “cultura”, su tipo de profesión, etc., asignándole cualidades deterministas, concebidas como cosa innata, natural y, por lo tanto, inescapables. Una persona clasista suele afirmar que otra persona, por ser pobre, es inculta, floja, tonta, que no le gusta trabajar, que no entiende “del mundo”, sólo por mencionar algunas de las características que continuamente se le atribuyen. En contraste, la persona clasista, suele pensar que ella y el “selecto” grupo al que pertenece son los que mantienen al país, los que sí trabajan duro, los que sí entienden el mundo, los que sí saben de política, economía, cultura y prácticamente cualquier tema público.  

    Normalmente, una persona clasista suele pensar que su posición social la debe a una cuestión natural -o divina-, piensa que tiene lo que tiene, que hace lo que hace, que se comporta como se comporta, que sabe lo que sabe, porque así estaba destinado a ser desde antes de su nacimiento. Una persona clasista es incapaz de entender que el poder económico del que se beneficia -o al que aspira- es producto de un sistema social desigual; que la formación o “cultivación” que tiene -o a la que aspira- y que la puede “distinguir”, diferenciar, de la mayoría de las personas, es decir, del pueblo, no la traía de nacimiento, sino que fue adquirida gracias a la lógica del mismo sistema desigual. En suma, los privilegios económicos, sociales y culturales son entendidos por la ideología clasista como un atributo propio a la persona que los ejerce, por el simple hecho de ser ella. Mientras que las desventajas, el hambre, la miseria, la violencia, el despojo, la discriminación y la exclusión son construidos como cosa natural de los grupos “inferiores”, por el simple hecho de ser ellos. 

    El problema, según el pensamiento clasista, no está en el sistema desigual, ese ni siquiera lo consideran realmente problemático; el problema está en quienes no se ajustan a su visión y a ese sistema, a quienes no entienden que la clave “está en ellos”, que “el pobre es pobre porque quiere”. Para este pensamiento, todas esas personas que se levantan desde muy temprano a limpiar casas y oficinas -como mi madre-, a construir, vender, atender, servir, enseñar, etc. y que aún así no logran ganar lo suficiente para vivir dignamente, son unos “huevones”, unos “estira la mano”, unos “maiceados”. 

    Para ellos que, en una salida al Sonora Grill, una noche en un hotel medianamente decente, una botella en un bar VIP o un perfume, se gastan fácilmente 2 mil pesos, es muy difícil entender el cambio que implica, para la mayoría del pueblo, poder contar con un ingreso adicional a la economía familiar. 

  • La 4T hacia el futuro

    La 4T hacia el futuro

    Faltan dos años. Pero ni el tiempo, ni los deseos conservadores esperan. López Obrador, ante la incredulidad de quienes lo han caracterizado con los adjetivos más nefastos e inverosímiles, ha anunciado que, apenas termine su mandato, se alejará de toda actividad política. Ni reelección, ni dirección tras los telones. 

    Nuestro mayor líder se nos va del frente. Y, aunque nos pese, más que preocuparnos, debemos ocuparnos. El presidente no está sino siendo congruente con toda su trayectoria política, nos ha dejado enseñanzas profundas y ha sentado las bases para una transformación social, cultural y política, que apenas ha comenzado. Nos toca continuar con ese proyecto nacional de justicia social y económica.

    El miércoles pasado, Jesus Ramírez Cuevas nos visitó en la UAM Xochimilco para hablar sobre los retos que enfrenta la cuarta transformación. Junto a él, la académica Diana Fuentes  y la periodista Alina Duarte, hicieron un recuento de los alcances y retos que la Cuarta Transformación, el movimiento lopezobradorista, ha enfrentado y seguirá enfrentando en los ámbitos académicos, periodísticos y sociales en general. El balance, aunque no de ensueño, es, por lo menos, mucho más favorable que el panorama al que el régimen neoliberal y corrupto nos estaba conduciendo. 

    Se habló de la lucha por la narrativa, aquella en la que, tanto los intelectuales orgánicos del viejo régimen, como los comunicadores a sueldo, se han esmerado en controlar. Estos han intentado, por los medios y formas más probadas, más conocidas, y, por lo mismo, más caducas, establecer una narrativa de un México sumido en el caos social y económico. Y, bien, no ha funcionado. Como sugerí, cuando se me dio la palabra, lo que anula todo intento conservador-neoliberal por controlar la opinión pública -tal como lo habían hecho en el pasado para preservarse en el poder y en el privilegio- es la distancia tan evidente entre su narrativa artificial y la realidad que están viviendo y analizando -aunque les cueste entenderlo a los ideólogos del viejo régimen- los sectores de la población que históricamente habían sido marginados de toda participación pública.

    El control de precios de los combustibles, de la electricidad y, ahora, de la canasta básica, así como la paridad sostenida del peso con respecto al dólar, no pasan desapercibidos por la población. Tres crisis, la de la pandemia, la de la inflación y la de la guerra en Ucrania, han jugado en contra del gobierno de López Obrador, y, a diferencia de lo que habíamos vivido en las décadas pasadas, México ha salido avante como uno de los países donde las afectaciones socioeconómicas han sido menores. En comparación, incluso, de las potencias económicas más grandes del mundo. Imposible no notar y valorar, como pueblo, que a pesar de las crisis mencionadas, el país no se esté cayendo y, ni siquiera, haya tenido que endeudarse, como esperaban los oportunistas de siempre.

    López Obrador no dejará un país perfecto. El carácter mesiánico que tanto se empeñaban en criticar los opositores sólo existía en sus alucinaciones fóbicas. Lo que sí dejará nuestro presidente, nuestro líder político vigente, es un marco constitucional y legal que será muy difícil modificar, por lo menos en el corto y mediano plazo; un sistema de programas sociales establecido y enraizado entre la población; una cultura de la administración pública sin privilegios ni gastos innecesarios; y, lo que juzgo aún más importante, una cultura de la denuncia de toda forma de corrupción, discriminación, exclusión y despojo; además de una forma de comunicación más directa, crítica y enfocada a la discusión de temas sociales legítimos. 

    El presidente, con su ejemplo diario, nos ha demostrado que “el poder sólo tiene sentido y se convierte en virtud, cuando se pone al servicio de los demás”. Nos tocará a nosotrxs, y a las generaciones que están por incorporarse como ciudadanxs, continuar luchando por un sistema social cada vez más justo y sin discriminación. 

  • Morena: Forma y fondo

    Morena: Forma y fondo

    Empiezo por una confesión:

    Cada vez que alguien que me escucha entrarle a la defensa de la 4T, me dice o pregunta si soy morenista, de corazón les digo: “No. Soy lopezobradorista”. 

    Agrego una anécdota:

    Hace un par de meses, en una discusión académica en la que yo hacía una crítica a la postura que el presidente López Obrador toma sobre asuntos de género, la cual me parece muy diluida, una compañera de doctorado me dijo: “uy, amigo, vas a terminar odiando a López Obrador”.

    Yo le respondí: “No creo, amiga. Yo era lopezobradorista antes de conocer a López Obrador”. 

    Con esto último, lo que quise decir a mi compañera era que, si yo apoyaba tan fervientemente el movimiento que ha encabezado nuestro presidente es porque coincido en la lectura histórica, sociológica, culturalista y política que él hace sobre la realidad en nuestro país. Además, comparto su preocupación y oposición a toda forma de desigualdad, discriminación y exclusión. Estas últimas, que pudieran parecer razones demasiado subjetivas, en realidad no lo son tanto.

    Ya que mi seguridad por dicha preocupación y oposición a la desigualdad por parte del presidente proviene de la atención que he puesto a su pensar y actuar político, el cual ha ido quedando documentado durante toda su trayectoria como dirigente y ejercicio administrativo en los diferentes puestos públicos que ha desempeñado. Afortunadamente, la congruencia entre discurso y práctica de Andrés Manuel López Obrador ha quedado registrada en sus libros, en las grabaciones de sus mítines, en sus discursos ante el congreso, en sus políticas y en sus decisiones como administrador público. 

    Quien observa con justicia e inteligencia, quien no se ciega por sus filias y fobias, por su clasismo y racismo, entiende que el presidente sabe de formas políticas; las reconoce y, en ciertos momentos, las utiliza de manera estratégica frente a las élites políticas, económicas, sociales y culturales del país y del extranjero. Sin embargo, en sus decisiones, en sus políticas, en sus discursos frente al pueblo, el presidente habla directa y honestamente, sin darles demasiada importancia a las “formas” que tanto aman los que se creían dueños de México. Estos, los oligarcas, amantes de los pedestales simbólicos, aman la forma. Porque la forma es lo que les ha puesto y mantenido en el poder, lo que les deba acceso privilegiado a muchos beneficios materiales y simbólicos. 

    Ya he abordado anteriormente la relación entre la forma y el fondo. El fondo, la carnita, el contenido, siempre serán lo que le dé consistencia y resistencia a la forma. En otros momentos, la forma reinó o, mejor dicho, gobernó en nuestro país. Los políticos que querían llegar a un posición de poder por motivaciones más personales que sociales se esmeraban en hacerse de las formas “correctas”, las fórmulas “exitosas”. Seguían un manual que les indicaba qué decir, qué hacer, además de cómo decirlo y cómo hacerlo. Pero haríamos mal en creer que los conservadores son tontos y que no se van adaptando a las nuevas realidades. Durante mucho tiempo, los políticos en campaña acudían a promesas de atención a los asuntos que preocupaban al pueblo; al otorgamiento de despensas, playeras, mochilas. Una vez que eso dejó de funcionar y que, además, era mal visto políticamente, procedieron al otorgamiento “discreto” de dinero, de monederos y a la promesa de beneficios futuros por medio de programas sociales. 

    Después del sorprendente triunfo de López Obrador en 2018, esos políticos amantes de la forma buscan repetir lo que nuestro presidente hizo para llegar al poder. Parecen pensar que hay una manera de hablar, que hay ciertas cosas que se deben hacer, que decir. No entienden que lo que el presidente hizo fue escuchar y comprender honestamente los dolores y necesidades el pueblo. Desafortunadamente, entre los buscadores de la forma no sólo hay personajes de los partidos de oposición, sino que se encuentran muchos supuestos morenistas, supuestamente aliados de la 4T. 

    Fue desde el proceso que llevó a Mario Delgado a la presidencia del partido que yo me alejé de toda asociación con el ámbito partidista del movimiento. Me dio vergüenza la manera tan sucia en que se impusieron candidatxs impresentables en 2021 y la manera en que se atendieron muchas de las quejas que surgieron. Esto me llevó a no poder diferenciar entre el actuar que detesto de los partidos de siempre y el actuar actual del partido Morena. En las elecciones internas del pasado domingo, nuevamente se dejaron ver aquellos que buscan la forma, sin entender o sin preocuparse por el fondo

    En Morena se han quedado muchos de los políticos de antes, de los que no tienen ideales de transformación, de los que no aspiran a la verdadera igualdad y justicia, de los que, en realidad, no son lopezobradoristas, pero que ven en la estructura partidista de Morena una forma actualizada que les puede permitir llegar al poder, desde donde pueden seguir haciendo lo de siempre: Vivir del erario público, obtener beneficios de todo tipo, robar, eludir la justicia, etc. A estos, no hay que parar de denunciarlos. Desde luego, afortunadamente también hay quienes sí comparten los principios e ideas de nuestro presidente. Por eso seguiré votando por el partido. No pierdo la esperanza de que el partido alguna vez llegue a ser lopezobradorista, aun cuando su fundador ya no forme parte del partido. 

  • Odio y ceguera

    Odio y ceguera

    Las diferencias políticas, en una sociedad democrática, son normales. Incluso, pudiera asegurarse que son deseables, pues coadyuan a mantener activa la vigilancia social hacia los asuntos públicos. Pero, para que las diferencias políticas logren convertirse en alimento para la democracia, deben conllevar posicionamientos abiertos y propuestas que contrasten entre sí. Es decir, deben manifestarse y asumirse diferentes formas de entender la vida en sociedad y la manera en la que el Estado debe legislar, administrar y vigilar todo lo concerniente a la vida pública. Cuando una forma de entender el mundo social se posiciona en el poder, es de esperarse que exista una oposición que plantee una manera distinta de atender los asuntos públicos. Esto, desde luego, es en términos teóricos, porque en realidades como la mexicana hoy en día, la oposición dista mucho de esta descripción. 

    Hasta hoy, lo que hemos visto de la oposición, es decir, de aquel sector de la población que se opone al gobierno de Andrés Manuel López Obrador, es que ha asumido un rol de descalificación y desvaloración automatizada hacia aspectos más bien banales, personales, superficiales. De propuestas novedosas y atractivas no han dado luces. Han invertido toda una semana, la pasada, para tratar invalidar el encuentro entre los presidentes de México y de Estados Unidos, atendiendo a la forma de vestir de AMLO y su esposa. En otros momentos, han invertido tiempo y energía en descalificar la imagen del hijo menor del presidente, el iPhone, los zapatos, la corbata, los botones, el peinado, la manera de hablar y toda una serie de elementos que gozan de una total intrascendencia para evaluar una forma de gobierno. 

    Cuando Peña Nieto gobernaba, muchos de los que actualmente se encuentran en la oposición coincidían con las críticas que hacíamos quienes desde mucho antes nos habíamos sumado a las filas obradoristas. Era normal, pues teníamos un contrincante en común. Pero, a diferencia de lo que sucede ahora con AMLO, con Peña bastaba la develación y la descripción de la verdad para generar una inconformidad genuina en la mayoría de la población. 

    Los actos de corrupción, la Casa Blanca de la esposa, la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa, así como otros abusos por parte de las fuerzas militares y la policía federal, el aumento de la gasolina, de la luz, el gas, el dólar y un largo etcétera. Todo eso hablaba por sí mismo, aún cuando los medios de comunicación predominantes se empeñaban en ocultarlo. 

    Hoy, en el gobierno de López Obrador, con los medios de comunicación predominantes y los demás poderes fácticos en contra, sería muy fácil generar una oposición popular, si existieran elementos legítimos que la alimentaran. Pero, a pesar de las mil y una narrativas que la oposición ha tratado de establecer para debilitar el apoyo mayoritario con el que cuenta nuestro presidente, ésta no ha logrado sumar suficientes seguidores como para recuperar el poder. Acuden a los “expertos” de siempre para asegurar que vamos muy mal en términos económicos y para hacer los pronósticos más funestos de los que son capaces con tal de generar miedo en la población. Acuden a otros “expertos” para dejarnos ver que estamos ante un gobierno autoritario y antidemocrático y que, por lo tanto, hay que tomar “medidas”. Pero, lejos de quienes ya están predispuestos a escuchar esas aseveraciones, pues coinciden con sus prejuicios, filias y fobias clasistas y racistas, muy pocos les creen. 

    La distancia entre la verdad y ese panorama tan negativo que describen los ideólogos y comunicadores de la oposición es simplemente abismal. Insisten en seguir construyendo sobre la mentira, sobre lo intangible, por eso todo proyecto de difamación se derrumba fácilmente. La economía mexicana, a pesar de la pandemia y la guerra en Ucrania, goza de un nivel de estabilidad que muchos países de “primer mundo” envidian. Ni la gasolina, ni la luz, ni el dólar, han sufrido de aumentos por encima de la inflación, como sucedía constantemente en los gobiernos pasados. Los programas sociales se aplican de manera universal y la gente lo valora, porque, aunque a la oposición privilegiada le pueda padecer una “dádiva”, un monto que ellos en una salida a un restaurant se gastan, para la gente más necesitada, ese monto representa un cambio significativo en sus condiciones de vida. 

    La verdad no coincide con lo que asevera la oposición. Entre el odio clasista y racista no reconocido, y la ceguera que su posición privilegiada les provoca, no atinan más que a tratar de invalidad y descalificar aspectos banales y superficiales de López Obrador, su familia, su equipo de trabajo y, desde luego, de todo aquel que lo respalde con su apoyo y simpatía. Ese odio y esa ceguera les impide ver que la justicia e igualdad por la que luchamos en la izquierda se opone a los privilegios y banalidades que caracterizan al conservadurismo. No hay propuesta, pero sí mucho odio. Ese odio, por cierto, existe desde la colonia en nuestro país, pero apenas estamos aprendiendo a exponerlo y combatirlo. La cuarta transformación, la revolución de las consciencias, va de eso. De hacer visible lo que se ocultaba, disimulaba, pero que a todos nos afectaba. 

  • De aspiraciones y aspiracionismo 

    De aspiraciones y aspiracionismo 

    Recurrentemente, el presidente López Obrador debe precisar que, aunque muchos aspiracionistas se pongan el saco, cuando él habla de “fifís” no se refiere ellos. “Fifí” es un término de origen francés, que en el México decimonónico, revolucionario y posrevolucionario era utilizado para referir a las élites porfiristas y, desde luego, conservadoras. 

    Estas élites, como ha sido señalado muchísimas veces por el presidente, eran acaudaladas. Poseían las fortunas más grandes y esto les permitía el acceso a los privilegios culturales y sociales de la época. El “fifí”, tal como ahora lo hacen los aspiracioncitas, portaba el título con orgullo, porque lo asociaba con la vida refinada francesa que pretendía emular. Pero, más allá de centrarme en la figura del “fifí”, me interesa reflexionar sobre el aspiracionismo como un fenómeno social que ha estado presente en nuestra cultura y sociedad desde hace tiempo y que apenas hemos empezado a evidenciar. 

    Aún no existe una definición oficial de los términos aspiracionismo o aspiracionista, o no he logrado encontrarla. Se trata, según mi entender, de un concepto sociopolítico, es decir, de un concepto que denuncia políticamente un fenómeno social existente. En las redes he encontrado algún que otro intento de definición de estos términos, pero considero que ninguno de ellos ha logrado abarcar suficientemente sus diferentes dimensiones sociales y políticas. Con este pequeño texto pretendo aportar algunas ideas que puedan abonar a la construcción de una definición más completa. 

    Una de las confusiones que más frecuentemente se leen o escuchan, normalmente desde intentos simplistas por entender lo que se intenta aludir con el término, es asociar el aspiracionismo únicamente con tener aspiraciones y tratar de alcanzarlas. Cualquiera que se quede con esta definición puede, justificadamente, sentirse ofendido, dada la carga de denuncia social que se le ha dado al concepto en los últimos años. Desde luego, tener aspiraciones es normal. Quizá, todo mundo, de una u otra manera, intente mejorar como persona o mejorar sus condiciones socioeconómicas cada día. Sin embargo, aunque aspiracionismo efectivamente refiere a tener aspiraciones, este concepto denuncia el hecho de que se trata de un tipo específico de aspiraciones y al uso de medios muchas veces cuestionables para la consecución de las mismas.

    Creo que el elemento más importante para entender el concepto de aspiracionismo es que refiere a la aspiración a un tipo de vida específico. Aquella vida del que en un tiempo fue colonizador y que, aunque ahora no colonice explícitamente, aún detenta el rol hegemónico en la sociedad global, es decir, el hombre blanco rico europeo heterosexual. Cada una de estas características tiene sus implicaciones y no alcanzaré a abordarlas aquí, pero me interesa remarcar que, la idea de vida “exitosa” asociada con este individuo sirve como faro al aspiracionismo. El aspiracionismo, entonces, refiere a una aspiración, sí. Pero se trata de una aspiración a este tipo de vida específicamente. Es decir, a una vida de lujo, refinamiento, privilegio, donde se pueda estar “primero”, donde se puede estar por encima de otros, donde se pueda tener la seguridad de ser más que el otro. Y como, “el fin justifica los medios”, el aspiracionista no tiene tantos conflictos éticos con utilizar los medios que sean necesarios para alcanzar su aspiración. Aunque estos impliquen corrupción o cualquier otro tipo de artimaña que facilite el acceso a tales aspiraciones. 

    En un contexto donde los discursos por la igualdad social y la igualdad de oportunidades se colocan como prioridad para resolver los grandes problemas de nuestra sociedad, parece normal que el aspiracionista que vivía oculto tras la simulación, haya debido soltar su máscara y mostrarse como es. El aspiracionista no puede pretender la igualdad, porque el orden desigual conservador es el único que le puede dar lo que necesita: ese peldaño desde que puede posicionarse por encima de los demás, donde puede ser más que los demás. El aspiracionista es, por definición, conservador. Su aspiración no se orienta a cambiar el orden desigual de la sociedad, sino que pretende, conservando el orden ya establecido, sumarse a la fila de los que históricamente han sido beneficiados. El aspiracionista desea la vida del colonizador, del dominante, del capitalista, del “gringo”, del europeo; en suma, el aspiracionista desea la vida del blanco hegemónico, del que, según el cine, música, televisión y otros productos culturales que consume, es exitoso. 

  • Diversidad sexo-genérica y visibilización (parte final)

    Diversidad sexo-genérica y visibilización (parte final)

    Hoy, 28 de junio, se celebra el Día Internacional del Orgullo LGBT+; y el sábado pasado tuvo lugar la Marcha del Orgullo LGBT+ número 44 en la Ciudad de México. Según las cifras oficiales, la asistencia rebasó las 250 mil personas. Desde luego, asistí a este evento tan emblemático. Confieso que fue reconfortante constatar que la visibilización de nuestras comunidades de la diversidad sexo-genérica ha ayudado a generar respeto en una parte de la población. Sin embargo, estamos aún muy lejos de superar este problema. Problema que, por cierto, también deja ver el conservadurismo, sexismo, machismo y misoginia que persiste incluso en sectores políticos que se auto adscriben a las luchas de la izquierda.

    La mayoría de lxs que, como yo, simpatizamos con la cuarta transformación, solemos estar de acuerdo y defender lo que se hace en los ámbitos político-partidistas y socioeconómicos. Sobre todo, porque estos ámbitos no nos obligan tan contundentemente a cuestionarnos asuntos muy profundos de nuestro actuar individual, de nuestros principios éticos y morales más profundos. Estamos tan acostumbradxs a adherirnos a un tipo de defensa de la igualdad económica, social y política que fetichiza la forma sin preocuparse realmente por el fondo. Nos decimos de izquierda, pero olvidamos algo que nuestro presidente, por ejemplo, siempre tiene en cuenta. Que la forma no es fondo y que el fondo importa más que la forma. El fondo, si tiene coherencia, eventualmente tomará forma. En cambio, la forma no necesita indispensablemente del fondo para existir. Las medidas políticas del gobierno y las acciones individuales para una supuesta inclusión de las mujeres y la diversidad sexo-genérica de poco ayudan si no se genera una verdadera reflexión y transformación de las consciencias con respecto a estos y otros asuntos.

    Ser inclusivx no significa que usted nos conceda el derecho de existir desde nuestra identidad sexo-genérica y nuestra orientación sexual. En un sistema de derechos, ¿Quién se cree usted para conceder y tolerar este u otro derechos que poseemos por el simple hecho de ser seres humanos? La verdadera inclusión, en este y todos los ámbitos sociales y culturales, implica, ante todo, el reconocimiento de la condición de igualdad independientemente de las orientaciones religiosas y principios morales que usted tenga. Usted tiene derecho a decidir sobre SU vida y SU cuerpo, nada más. El cuerpo y consciencia de las otras personas, su pareja, hijos u otros familiares, no le pertenecen. Usted NO TIENE DERECHO a transgredirlos u obligarlos a pensar y actuar de una u otra forma.

    Desde la primera parte de este texto, que he dividido en tres partes, he tratado de dejar en usted, queridx lectorx, algunos elementos que le ayuden a entender de manera un poco más profunda, de fondo, el tema de la diversidad sexo-genérica, pero reconozco que esto no lo hago como una petición, sino como un reclamo que aspira a despertar aquella conciencia libertaria que seguramente usted ha desarrollado en otros asuntos, pero que quizá no se ha permitido desplegar en temas como el de la diversidad sexo-genérica. Aunque, en la segunda parte cometí el error de llamar “preferencia sexual” a lo que en realidad se trata de orientación sexual, dado que no se trata de una elección, sino una condición, espero haber podido ayudarle a aclarar la diferencia entre sexo, género y orientación sexual. Considero que la comprensión de estos tres conceptos es el inicio para la comprensión de la complejidad del asunto.

    Como cierre, me gustaría señalar que, cuando hablamos de diversidad sexo-genérica, no sólo nos referimos a comportamientos y prácticas en esos ámbitos -como las reflexiones simplistas parecen entenderlo-, sino que, eso es apenas la manifestación de una definición identitaria que usted percibe. La identidad tiene dos caras: La que uno mismo construye y reconoce y la que el otro percibe. Idealmente, el otro debería reconocerme de la misma manera en que yo me percibo. Pero, cuando yo me percibo y reconozco de una manera que no es la que la sociedad me quiere imponer, se me suele castigar con la discriminación y exclusión.

    Al negarnos el derecho a vivir desde la manera en que nos identificamos sexo-genéricamente, usted nos está negando el derecho a existir. Y, aunque usted formalmente no debería de tener ninguna autoridad para privarnos de este derecho; lo cierto es que el sistema patriarcal, machista, misógino en el que vivimos, le da posibilidad de facto para discriminarnos y excluirnos. He ahí el por qué luchamos y seguiremos luchando contra este sistema.

    La cuarta transformación ha generado un contexto propicio para avanzar en muchos de los temas que conciernen al reconocimiento de todas aquellas personas a las que se nos ha mermado nuestra calidad de seres humanos, no sólo a las comunidades de la diversidad sexo-genérica, sino a las mujeres, indígenas, pobres, discapacitados, etc.

    Pero, como el presidente reitera continuamente, el verdadero cambio tiene que pasar por un cambio de fondo a nivel de las conciencias, por una reflexión sobre los principios morales y/o religiosos que tratamos de imponer a otros cuerpos y otras conciencias y por un compromiso real con la libertad, igualdad y justicia. Me hubiera gustado haber podido abordar más ampliamente este tema que me concierne identitariamente, pero espero por lo menos haber generado en usted algún tipo de reflexión. Hasta el próximo martes.

  • Diversidad sexo-genérica y visibilización (segunda parte)

    Diversidad sexo-genérica y visibilización (segunda parte)

    El próximo sábado 25 de junio se llevará a cabo la Marcha del Orgullo LGBT+ en la Ciudad de México. Ésta será la edición número 44 de este evento en la capital del país. Y más allá de las lecturas simplistas que continúan haciéndose sobre este evento anual, lo cierto es que se trata de una oportunidad que tenemos ciertos grupos sociales para hacernos visibles ante una sociedad que sigue discriminándonos, excluyéndonos y despojándonos por SUS prejuicios y prescripciones morales con respecto a nuestros cuerpos, sexo, identidad de género y/o preferencias sexuales. Los días pasados nos han dejado ver que, basta un beso entre dos mujeres en una película infantil de Disney -Ligthyear, 2022- para que la homofobia y lesbofobia salgan de su escondrijo, donde permanecen latentes pero ocultas tras discursos de “tolerancia” y falsa aceptación.

    Me permito recordar, a quien sea pertinente, que lo que exigimos los grupos de la diversidad sexo-genérica es su RESPETO, no su “tolerancia” o “aceptación”, que son verticales. El respeto es horizontal, nos pone en un nivel de igualdad y nos recuerda que TODES, TODAS Y TODOS tenemos los mismos DERECHOS y el mismo VALOR como seres humanos ante la sociedad en la que nos desenvolvemos, es decir, la mexicana.

    Como ya habrá notado, estos textos tienen una finalidad pedagógica. Ya que la tarea social y política que concierne al respeto de la diversidad social es cada vez menos legal y cada vez más política, cultural y social. Parafraseando y reformulando algunas ideas expresadas la semana pasada por el presidente López Obrador: si se tratara de problemas que se solucionaran con modificaciones a las leyes, la discriminación y exclusión por motivos de sexo, género y preferencias sociales ya hubieran sido erradicadas, ya que la Constitución y leyes mexicanas señalan que no debe discriminarse ni excluirse a ninguna persona por estos u otros motivos. Lo que debe de cambiarse, como en otros aspectos sociopolíticos de nuestro país, son las mentalidades, las ideas e ideologías conservadoras que en otros momentos operaban sin ser cuestionadas, pero que ahora tenemos la oportunidad de superar.

    La semana pasada abordé algunos elementos que nos permiten comenzar a entender lo que significa sexo, género y preferencias sexuales. La comprensión de estos tres conceptos como construcciones sociales y no como determinaciones naturales o divinas es sumamente importante para entender por qué las prescripciones sociales que tratan de definir nuestra identidad y sexualidad no pueden seguir funcionando desde las configuraciones hombre-masculino-heterosexual o mujer-femenina-heterosexual. Desde luego, esto implica un trabajo reflexivo intenso, pues desde nuestras infancias hemos interiorizado dichas configuraciones como únicas y naturales.

    Sin embargo, con respecto a lo supuestamente “natural”, la ciencia ha demostrado muchas cosas. Por ejemplo, gracias a la biología, hoy sabemos que la homosexualidad existe, por distintos motivos, en muchas especies animales. Gracias a la historia, la etnología y la arqueología, sabemos que, en la especie humana, la homosexualidad ha estado presente desde hace miles de años. Gracias a la genética, hoy sabemos que la organización cromosómica no se da sólo en las dos formas tradicionalmente estudiadas (XX y XY), sino que existen muchas otras configuraciones, las cuales, desde luego, tienen implicaciones en el desarrollo corporal y hormonal y explican cuestionas concernientes a las personas transexuales y transgénero, por ejemplo. Estos son sólo algunos de los conocimientos que ha posibilitado la ciencia, pero por lo pronto sirven para hacerle entender, señor, señora, que, si su mejor argumento para justificar su discriminación hacia la diversidad sexo-genérica es de orden “natural”, éste no tiene fundamento científico.

    Usted, yo y toda persona existimos desde un cuerpo que siente y se relaciona con el mundo natural y social. Al nacer y crecer, este cuerpo no necesariamente va a ajustarse a las prescripciones morales y religiosas que quieran determinar su sexo, género y preferencias sexuales, por más que la mente en ese cuerpo trate de resistirse. Si alguna vez usted ha escuchado y no ha entendido frases del tipo: “soy un hombre en el cuerpo de una mujer” o “soy una mujer en el cuerpo de un hombre”; si usted no entiende cómo una persona que ha optado por cambiar de sexo -de mujer a hombre, por ejemplo- se casa con otro hombre y, además, se embaraza; si usted no entendió por qué una persona exigía a su grupo de clases que le llamaran “elle” y no “ella”, seguramente es porque usted, en primer lugar, sigue queriendo imponer prescripciones sexo-genéricas a otros cuerpos que no son el suyo y/o, en segundo lugar, no ha entendido la diferencia entre sexo, género y preferencias sexuales. Si es el caso, lo invito a leer mi texto anterior y el de la próxima semana, donde cerraré esta reflexión que tenido que dividir en tres entregas.

  • Diversidad sexo-genérica y visibilización (primera parte)

    Diversidad sexo-genérica y visibilización (primera parte)

    El 28 de junio de 1969 tuvo lugar la “Revuelta de Stonewell” en Nueva York. Este evento consistió en un conjunto de protestas enérgicas, por parte de la comunidad LGBT, que respondían a la redada que tuvo lugar la madrugada del mismo día. Este evento es considerado el inicio del reclamo internacional por los derechos y dignidad de las diversidades sexuales y de género, las cuales hemos sido históricamente discriminadas, rezagas y excluidas en los ámbitos públicos y sociales. Actualmente, en México, el mes de junio es considerado el Mes del Orgullo LGBT y poco a poco se ha ido ganando visibilización social y política, sin que pueda hablarse aún de este país como una sociedad que haya ganado la lucha en ese terreno. Aprovecho este espacio para compartir algunas reflexiones que considero importantes en el contexto de transformación que nos está tocando vivir en nuestro país. Este es el primero de una serie de 3 textos que me permitirán desarrollar de una manera un poco más amplia este tema.

    Aunque ya son muy conocidas en ciertos ámbitos de la academia y del activismo, aún parece haber mucha confusión conceptual general con respecto a las categorías de sexo, género y preferencias sexuales, de ahí que opte por comenzar ofreciendo algunos elementos que ayuden a la aclaración de las mismas. En ese sentido, y acudiendo a la línea teórica que he ido desarrollando en los textos anteriores, habría que entender todas estas categorías como construcciones sexuales -es necesario insistir en el carácter no natural de toda categoría y concepto que hemos creado como sociedad- históricamente operantes en las sociedades occidentales y occidentalizadas.

    En lo que respecta al sexo, se trata de una categoría que alude a la distinción biológica entre macho y hembra en las especies animales; u hombre y mujer, para el caso específico de la especie humana. Esta distinción ha servido para apoyar ideas religiosas que abogan por la reproducción humana dejada a “la mano de Dios”. Actualmente, se ha comprobado científicamente que esta distinción dicotómica no alcanza a explicar las diferentes configuraciones cromosómicas existentes y que, por lo tanto, la prescripción de encasillar a cada persona en los dos sexos tradicionalmente concebidos no puede seguirse sosteniendo. Un ejemplo de esto son las personas “intersexuales”, las cuales presentan características biológicas que no pueden ser ubicadas en alguna de las dos categorías sexuales hegemónicas, pues, por decirlo de alguna manera, presentan características de ambos sexos.

    La categoría de genero refiere a la distinción entre masculino y femenino, es decir a los roles sociales, comportamientos, formas de ser y prescripciones en general que se asocian con uno u otro sexo. Es decir, desde la perspectiva conservadora tradicional, al sexo hombre, le corresponde el género masculino; al sexo mujer le corresponde el género femenino. Esto implica que, de una mujer, por haber sido identificada con dicho sexo, se espera que cumpla con el rol social femenino, lo cual, en una sociedad machista, como la occidental, implica asumir el rol pasivo de la reproducción, siempre con un hombre; la sumisión y subordinación con respecto al hombre; restringirse al ámbito doméstico del cuidado familiar; la práctica de ciertas actividades; la expresión de ciertos comportamientos considerados “femeninos”; etc. Del hombre, por haber sido identificado con este sexo, se espera que se cumpla con el rol activo de la reproducción, siempre con una mujer; asumir el rol dominante, con respecto a la mujer; que participe en el ámbito público; la práctica de actividades “masculinas”; la reproducción de comportamientos reconocidos como “masculinos”; etc.

    Los estudios feministas han ayudado a entender que la categoría de género ha servido históricamente a la dominación masculina sobre la mujer, pero también a entender que esto se trata de construcciones sociales y no de cuestiones naturales, como tradicionalmente se ha creído. Por otro lado, con respecto al tema específico que abordo aquí, la categoría de género ha permitido entender de dónde proviene la discriminación de las personas que, aún cuando han sido identificados con cierto sexo, no cumplen con el rol de género que se espera del mismo. El hombre que se comporta de manera “femenina” o la mujer que se comporta de manera “masculina” son personas que no se ajustan al sistema sexo-género y eso ha sido motivo histórico de discriminación y exclusión.

    Lo que respecta a la categoría de orientación sexual tiene que ver específicamente con la práctica sexoafectiva que cada persona tiene. La prescripción conservadora tradicional dice que, al sexo hombre, le corresponde el género masculino y una orientación heterosexual, es decir sentir amor y tener sexo con el sexo opuesto, la mujer. Evidentemente, al sexo mujer, le corresponde el género femenino y una orientación heterosexual, es decir, sentir amor y tener sexo con un hombre. Sin embargo, es bien sabido que, en la historia humana, ha habido mujeres que sienten atracción sexual y emocional por otras mujeres o por mujeres y hombres; del mismo modo, ha habido hombres que han sentido atracción sexual y emocional por otros hombres o por hombres y mujeres.

    Lo que he avanzado con este texto, apenas alcanza a dar luces a la comprensión de la homosexualidad y la bisexualidad. Pero, también sirve para abrir camino al entendimiento de cuestiones trans o no genéricas. Estos serán los temas que abordaré en el siguiente texto.

  • De fórmulas y teatro político

    De fórmulas y teatro político

    Uno pensaría que, después de las aplastantes derrotas que ha ido sumando la oposición desde el 2018, ésta replantearía sus formas de hacer política y, sobre todo, sus maneras de acercarse y escuchar al electorado, es decir, al pueblo. Uno pensaría, también, que, más allá de las fórmulas rancias a las que la derecha internacional ha acudido desde inicios del siglo XX, la oposición mexicana intentaría posicionar algún tipo de agenda lo suficientemente legítima como para que les resultara rentable políticamente.

    Desde luego, esto no ha pasado. Sin embargo, lo que sí ha pasado es que los partidos y personajes políticos tradicionalistas han hecho cada vez más evidente que ellos apuestan por la aplicación de aquellas recetas “paso a paso” que, en el pasado, aseguraban la obtención de los votos necesarios o, por lo menos, permitían la aplicación de otros medios -normalmente corruptos- para llegar y mantener el poder. Pero todo esto ¿para servir al pueblo? ¿Para poner en marcha ideas que favorezcan a la mayoría? ¿Para ayudar en la construcción de una mejor sociedad, de un mejor país? La respuesta la sabemos usted, ellos y yo. Es NO.

    Con la reciente revelación de los audios del finísimo dirigente del PRI, “Alito” Moreno, al lado de los intentos de campañas -léase patadas de ahogado- del PAN, dirigido y representado por el brillantísimo y simpatiquísimo Marko Cortés, se ha dejado ver que los partidos de siempre, quieren lo de siempre, siguen haciendo lo de siempre, con los métodos de siempre, aun cuando los resultados, desde hace tiempo, ya no son los de siempre. Y es que, al final, como bien ha dicho nuestro presidente, entre tanta corrupción y apego a los privilegios, la oposición ya ha perdido hasta la imaginación.

    Tal parece que, para los políticos tradicionales, incluidos algunos personajes que se han colado en las filas de Morena, como Monreal, hacer política significa aprender a hablar de cierta manera, verse de cierta manera, decir ciertas cosas, ofrecer ciertos “obsequios” -despensas, gorras, mochilas, sombrillas, etc.-, asegurar el respaldo de ciertas personas “importantes”, obtener la difusión en ciertos medios y, desde luego, construir cierta imagen de sus opositores.

    Y es que, tras muchas décadas en que fueron construyendo esta fórmula política, este guión que han representado frente al público en cada campaña política, el compromiso con las agendas sociales se fue reduciendo a otro de los ámbitos imprescindibles y automáticos de esta fórmula: el discurso demagógico. La primacía de la forma sobre el fondo nunca ha sido más clara.

    De ahí que, mencionar la pobreza, la desigualdad, la injusticia, los problemas de inseguridad y de salud, etc., es indispensable en todo discurso público que siga esta fórmula. Pero la fórmula dicta la mención, no la acción. Lo que importa es interpretar bien el papel, como en el teatro, por eso no es necesario que el “actor” sea congruente con el papel, mientras éste no “pierda el personaje” frente al público.

    En efecto, para los que ahora se encuentran en la oposición, lo normal es poner en escena una representación que tantas veces han ensayado, pero que, aunque se siguen negando a reconocerlo, les ha ido generando cada vez menos aplausos. No han querido prestar atención a los murmullos entre el público, ni a aquellos que se han parado y salido del teatro, porque no les gustaba lo que veían. Tampoco han prestado atención a los directores, como Alito Moreno, Marko Cortés o Dante Delgado, que, lejos de ofrecer novedosas propuestas escénicas para atraer nuevos públicos y conquistar nuevos escenarios, han perdido seguidores y cada vez tienen menos funciones. En la mayoría de teatros ya resultan aburridos, su obra ya está muy vista, ya todos la conocen de memoria, no hay novedad.

    Para su desdicha, se ha ido abriendo paso un nuevo tipo de arte, uno de tipo realista, que le habla y conecta con la mayoría del público. La novedad de este arte radica en su sencilla pero eficaz formula: decir y hacer. El guión ya no es necesario, lo que importa es hablar y escuchar directamente al público; abordar sus problemas reales y atenderlos. Si se quiere, se trata de un nuevo tipo de performance, una interacción entre los actores y el público. Crea fácilmente adhesión porque resulta más honesto, más cercano. Sólo hay una premisa que hay que aprender y hacerla cuerpo: “No mentir, no robar, no traicionar al pueblo”.

    Siempre es mejor tener más de una opción en la cartelera, pero, después de este nuevo tipo de arte, las propuestas verdaderamente novedosas que quieran conquistar y mantener a su público deberán entender que, el público mexicano ya no quiere más actores del “método”, de esos que aplican la vieja fórmula de decir sin hacer. El pueblo ya probó el ser escuchado y atendido. Y le gustó.