Categoría: Roberto Castro

  • El clasismo de la oposición

    El clasismo de la oposición

    Continuamente me torturo respondiendo a algunas amistades queridas y uno que otrx desconocidx en las redes que no tienen reparo en utilizar los argumentos más clasistas y racistas para despotricar contra quienes concordamos con la 4T.

    Apenas tuve una discusión con una muy querida amiga a causa de un twitt que compartió, sin reflexionar en todo el contenido clasista que llevaba inscrito. El twitt provenía de un perfil llamado @LaRanaAzulada. Basta revisar las últimas publicaciones de este perfil para darse cuenta de que se trata de alguien que no sólo es clasista y racista, sino que también es abiertamente misógino, homófobo y tránsfobo.

    Pero, al no contar con suficiente espacio para analizar este perfil, regreso al twitt que originó mi reacción de alerta y les comparto mi análisis sobre el mismo. Esto lo hago porque estoy convencido que no se trata de un simple chiste o, como decimos en el norte, “mera carrilla”, sino que se trata de la expresión de un profundo clasismo que existe en nuestra sociedad y que, además, explica gran parte del pensamiento opositor a la transformación que se está llevando a cabo en el país.

    El twitt era el siguiente:

    https://twitter.com/LaRanaAzulada/status/1527121920151506945

    Empezaré por analizar el mecanismo más básico que aquí se expresa: el esencialismo. Como he señalado en las columnas anteriores, tanto el racismo, como el sexismo y, en este caso, el clasismo, se caracterizan por asignar cualidades “esenciales” a ciertos grupos sociales.

    Estas cualidades son percibidas y aplicadas como si se tratara de algo inherentemente natural a esos grupos. El problema con este tipo de esencialismos es que suelen provocar discriminación y exclusión a grupos históricamente marginados -mujeres, indígenas, pobres, por ejemplo-.

    Ya he hablado anteriormente sobre el racismo y seguramente habrá oportunidad de hablar sobre el sexismo, pero, en cuanto al clasismo se refiere, se trata de un mecanismo de diferenciación social que provoca discriminación y exclusión hacia los sectores -o clases- sociales más desfavorecidos económica y culturalmente.

    Aunque normalmente el clasismo se asocia con el poder económico, lo cierto es que este tipo de esencialismo también valora los títulos académicos, el tipo de consumo y prácticas culturales, el tipo de alimentación, el tipo de vestimenta, los comportamientos sociales, entre otras cosas.

    Así, las clases altas, es decir, las élites económicas y culturales, así como las y los aspiracionistas que los admiran, suelen atribuirse, como cosa natural a su grupo, la posesión de títulos universitarios de las “mejores” escuelas, un consumo de arte -particularmente de música- de “buen gusto”, una alimentación “selecta”, “exquisita”, una manera de vestir “vanguardista” y un tipo de comportamiento “refinado”. Por otro lado, las clases bajas -no sólo económica, sino culturalmente-, han sido construidas, en el imaginario dominante, como grupos de personas “incultas”, con poca educación, con gustos culturales, alimentación, vestimenta y comportamientos, “poco refinados”, de “mal gusto”, “ordinarios”, “rudimentarios”, “arrabaleros”, y un gran etcétera.

    Hay un tipo de mujer y un tipo de hombre que ha causado un amplio escozor en el pensamiento clasista. Se trata de personas que no pertenecen a las clases privilegiadas económica ni culturalmente, que no son reconocidas como consumidores de un arte “refinado”, que no hablan como ellos, y, sobre todo, que no piensan como ellos, pero que, aun así, han podido acceder a cierto nivel de estudios y conocimiento y se han incorporado a las discusiones públicas, debatiendo las ideas más rancias y conservadoras del país.

    Se trata de la figura de la “chaira” y el “chairo”. Al hacer uso gallardo de razonamientos bien fundamentados, la “chaira” y el “chairo” suelen ser difíciles de sobajar con argumentos que apelen a una falta de preparación o poca cultura, de ahí que el clasista conservador opte por tratar de descalificarlo por medio de sus filiaciones políticas, su consumo cultural, su apariencia o la manera en que se comporta. Su conflicto con la “chaira” y el “chairo” es apasionado pues encuentra en esta figura un contrincante que le responde, que le contradice. Desde la perspectiva del clasista y del aspiracionista, el “chairo” y la “chaira” representan un tipo de persona que no se queda en “su lugar”, es decir, en su posición de sometimiento y servilismo.

    Dicho esto, y volviendo al twitt que ha motivado este análisis, queda claro que, en la lógica del y la clasista, la “chaira” y el “chairo” sean personas que huelen mal y, al ser “poco limpios”, tengan liendres y, desde luego, piojos. No extraña, pues, que en la mente de la clase privilegiada y de la clase aspiracionista, Silvio Rodríguez atraiga a “chairas” y “chairos” como público, porque, en la lógica simplista y clasista, esta cantante también es un “chairo”. O ¿de qué otra manera se le podría llamar a un cantautor de apariencia y comportamientos sencillos, que compone música y versos vibrantes, por medio de los cuales denuncia y se opone a la desigualdad y a la opresión?

  • Odio racial

    Odio racial

    El pasado sábado 14 de mayo, un joven de 18 años mató a 10 personas afrodescendientes en un supermercado de Búfalo, en Estados Unidos, y dejó, al menos, tres personas heridas. Según las últimas declaraciones del victimario, su motivación fue un profundo odio racial hacia la comunidad afrodescendiente, a la cual pretendía seguir atacando.

    Más allá de dar cuenta sobre este horrible crimen en sí, lo cual ya se ha hecho en los medios de comunicación internacionales, me interesa reflexionar sobre el racismo, un problema social que no es exclusivo de la sociedad estadounidense, sino que está presente en todas las sociedades occidentalizadas, incluida, desde luego, la mexicana.

    Apenas, en las dos columnas anteriores, señalaba que el racismo, al igual que el clasismo, sexismo, edadismo, capacitismo y cualquier tipo de esencialismo que cause discriminación y exclusión hacia un grupo de personas, son problemas sociales que, lejos de erradicarse, han perfeccionado sus mecanismos de reproducción y operación. Uno de esos mecanismos ha sido el ocultamiento, es decir, el pasar de las manifestaciones discriminatorias y excluyentes explícitas a las implícitas, ampliando, con eso, sus detestables efectos. Hasta hace poco, se solía pensar que en México no existía el racismo, que era un problema de la sociedad estadounidense, como lo mostraban sus películas. Pero, investigadoras e investigadores, como Mónica Moreno Figueroa, Yasnaya Aguilar y Federico Navarrete, nos han ayudado a evidenciar el profundo racismo que se ejerce hacia las comunidades de nuestros pueblos originarios y la población afromexicana. Esta última, reconocida como tal, apenas en el 2019.

    Asumir que una persona o grupo de personas, por su origen geográfico o por sus rasgos físicos o culturales, es de una u otra manera, como si fuera cosa esencial, es pensar de manera racista. El problema no radica en la construcción del otro como diferente -lo cual, quizá, sea inherente a la consciencia individual humana-, sino que esa diferenciación comporte discriminación y exclusión. La idea de raza, es decir, de una diferenciación genómica entre grupos y seres humanos, ha sido ampliamente desmentida por la ciencia. Más allá de ciertas características físicas, producto de la adaptación a diferentes condiciones ambientales, no existe ninguna diferencia cognitiva o de otro tipo que permita sostener la idea de que hay grupos sociales superiores a otros. En el origen y la expansión de la idea de raza se encuentra una sobre interpretación que se hizo, durante el proceso de colonización europea, de la teoría darwinista de la evolución, la cual se aplicó directamente a las poblaciones que los países europeos iban descubriendo con el fin de justificar su dominancia y explotación sobre ellas.

    Ahora bien, la idea de raza ha sido desmentida por la ciencia, sin embargo, el racismo sigue existiendo. Como Yasnaya Aguilar ha señalado, y como el presidente López Obrador lo hace ver continuamente, ninguna de las tres primeras grandes transformaciones sociales ha logrado erradicar ni el racismo, ni el clasismo en México. Sólo por poner algunos ejemplos públicos, recordemos cuando Gabriel Quadri, actual diputado federal, señaló que, si México se deshiciera de los estados del sur, en los cuales existe mayor presencia de pueblos originarios, sería un país de primer mundo. Jorge Catañeda, por su lado, se quejó del pueblo “arrabalero” y “horroroso” al que su hija fue enviada para realizar sus prácticas médicas. Se trataba de Putla, un pueblo de Oaxaca en alta marginación y con alta presencia indígena. Lorenzo Córdova también ha tenido oportunidad de exhibir su racismo, en aquella lamentable conversación donde se burlaba de la forma de hablar de representantes de pueblos originarios con los que se había reunido. Es difícil separar analíticamente el clasismo y el racismo que estos actores públicos han manifestado, pero no es difícil develar la superioridad que se auto atribuyen frente a grupos sociales que les parecen tan lejanos y despreciables.

    López Obrador continuamente hace referencia al carácter racista y clasista de muchas expresiones y acciones que los actores políticos de nuestro país realizan, principalmente aquellos que no alcanzan a entender el porqué de muchas de las acciones de este gobierno, sobre todo aquellas que pretenden favorecer a las poblaciones históricamente discriminadas y excluidas por sus características físicas o culturales, por su condición económica, por su edad -los jóvenes y los adultos mayores-, por su sexo, por sus capacidades físicas, por su identidad de género o preferencias sexuales, etc.

    A lo largo de la historia de México, el Estado, al haber estado dirigido, en sus diferentes poderes, por personas provenientes de las élites económicas y culturales, ha sido el principal agente discriminante y excluyente. El hecho de que nuestro actual presidente entienda esto y apueste por la construcción de una sociedad más empática y respetuosa no debe ser desaprovechado. Lo público se hace cada vez más público. La discriminación y la exclusión pública son denunciadas con mayor frecuencia. Pero en lo privado, ese espacio que nos concierne a usted y a mí, todos tenemos la obligación moral y patriótica de cuestionar nuestro propio pensar y actuar, así como de ayudar a ver el de las personas que nos rodean, no con el fin simplista de acusar a alguien de racista, clasista, sexista, etc., sino para hacer cada vez más conscientes esas ideas y, juntos, deconstruirlas.

  • Nombrar para visibilizar

    Nombrar para visibilizar

    Las ideas discriminatorias, segregacionistas y excluyentes, como el racismo, clasismo, sexismo, capacitismo y edadismo, han persistido por medio de distintos mecanismos socioculturales a lo largo de la historia. No enunciarlos, no reconocerlos y negarlos quizá hayan sido los más efectivos. Sin embargo, este ocultamiento sólo ha servido para que estas ideas perfeccionen su efectividad en lo implícito, en lo no nombrado y, por lo tanto, no cuestionado y, mucho menos, denunciado. En el mismo tenor, construir e institucionalizar ideas jerarquizadas sobre los grupos sociales permite y justifica la dominación económica, política y cultural, de las y los de “arriba” hacia las y los de “abajo”.

    En México, particularmente, la invasión española y todo el proceso de colonización fueron imponiendo un orden social donde el hombre blanco europeo era el eje a partir del cual se median todos los demás grupos sociales. Durante esta etapa, la idea de raza fue privilegiada para justificar la dominación del colonizador sobre los pobladores originarios de nuestro territorio, así como sobre los esclavos de origen africano que fueron trayendo durante la colonia. Sin embargo, después de nuestra etapa independentista, en el siglo XIX, las élites mexicanas fueron construyendo, de manera cada vez más nítida, ideas sobre distintas clases sociales. Estas ideas clasistas, sin embargo, no dejaban atrás las ideas racistas, sino que las iban incorporando de manera orgánica. Clase y raza servían para distinguir entre grupos sociales. Así, la población mexicana ya no era clasificada solamente de manera racista, sino que, además, se sumaban clasificaciones más complejas que, de una u otra forma, median el poder económico y el nivel de “cultura”, la cual refería a los conocimientos y prácticas de las elites occidentales.

    Por otro lado, durante todo ese proceso también se establecieron ideas esencialistas sobre el sexo y el género, las cuales prescribían -y aún prescriben- roles y comportamientos diferenciados para hombres y mujeres. Como es más o menos reconocido ahora, el problema con las ideas del sexo y el género es que las mujeres y todo lo asociado a lo femenino fueron construidas socioculturalmente en posiciones desiguales y subordinadas con respecto al hombre y lo masculino, lo cual ha permitido y justificado, hasta nuestros días, el trato desigual, la discriminación, la exclusión y la violencia hacia las mujeres.

    En lo político, hasta la llegada del presidente López Obrador, el no nombrar estos problemas sociales había sido el mecanismo predilecto. Esto, porque nombrar implicaba hacerse cargo, por medio de políticas públicas, de tales problemáticas.

    Además, cómo pretender una voluntad política para la atención de estos problemas si las acciones y discursos de los políticos neoliberales denotaban un alto grado de racismo, clasismo, sexismo, edadismo, capacitismo. Sobre esto, hemos sido testigos de manifestaciones explícitas, como cuando Fox llamó “lavadoras de dos patas” a las mujeres mexicanas; o cuando Peña Nieto dijo que él “no era la señora de la casa” y por eso no sabía cuánto costaba el kilo de tortillas; o cuando Córdova, siendo presidente del INE, se burló de los pueblos indígenas y su experiencia “marciana” al tratar con ellos.

    Pero, no puedo estar más de acuerdo con López Obrador cuando señala que estas formas explícitas, directas, son menos dañinas que las maneras veladas, implícitas, “hipócritas” con las que los políticos conservadores han operado. Sólo por poner un ejemplo paradigmático, no olvidemos que, fue apenas, en el 2019, cuando se reconoció constitucionalmente a los pueblos afrodescendientes como parte de nuestra composición pluricultural. Antes de eso, las comunidades afromexicanas habían sido invisibilizadas y excluidas de políticas públicas que atendieran el rezago y marginación de las que sufren desde la época colonial.

    Como mencioné en el artículo anterior, el presidente López Obrador, ha entendido y atendido estos problemas desde la forma y, sobre todo, desde el fondo. Actualmente, todos los programas sociales atienden de manera preferencial a las comunidades indígenas y afrodescendientes, a las personas pobres, a las mujeres, a las y los adultos mayores y a las personas con discapacidad. A esto, se suma un orden paritario que se ha instalado en las instituciones del Estado Mexicano, dando como resultado histórico, el primer gabinete federal y la primera legislación paritarias, donde mujeres y hombres participan en igual número.

    Más allá de estos avances formales, lo que personalmente considero más valioso del proceso de transformación, es que, el presidente López Obrador, por convicción propia y su consecuente voluntad política, ha aprovechado cada oportunidad, en eventos políticos y en las conferencias mañaneras, para hacer visible las ideas discriminantes y excluyentes que operan en el pensamiento y actuar neoliberal. Nombrar estas ideas, como lo ha hecho el presidente, implica hacerlas visibles, denunciarlas y, entre todos, hacernos cargo de ellas, deconstruirlas, pues. Para que no sigan operando en el futuro.

  • Revolución de las ideas o proyecto de deconstrucción

    Revolución de las ideas o proyecto de deconstrucción

    Lo cultural, a diferencia de lo natural, se construye en la relación entre individuos y grupos a lo largo del tiempo. Normalmente, asociamos la cultura con las producciones artísticas, tradiciones, lengua, es decir, con formas objetivadas, reconocibles. Sin embargo, aunque normalmente no se hacen manifiestas y viven en lo implícito, las ideas, los significados y las valoraciones morales y estéticas expresados en dichas formas objetivadas también forman parte de la cultura y, por lo tanto, también son construidas socialmente. Desde esta perspectiva, las ideas y los prejuicios de tipo racista, clasista, sexista, edadista, capacitista, etc., no son cuestiones directamente vinculadas a la naturaleza humana, sino que se trata de construcciones sociales. En el futuro, y en el marco de esta columna que con mucho entusiasmo inicio, al proceso por medio del cual se busca corregir o deshacer este tipo de ideas y prejuicios le llamaré deconstrucción. De manera resumida, este proceso consiste en: el reconocimiento de las construcciones sociales en tanto tales; el entendimiento de su lógica y sus efectos; y en la intención de deshacer las estructuras que las mantienen. 

    El principal dirigente de la Cuarta Transformación, Andrés Manuel López Obrador, Presidente de México, ha señalado, no en pocas ocasiones, que lo más importante del movimiento que él encabeza es la “revolución de las ideas”. Con esto, el presidente hace manifiesta su comprensión, no sólo de las problemáticas sociales más importantes del país, sino de los entramados culturales que han permitido su origen y persistencia. En otras palabras, deja en claro que entiende no sólo la forma, sino el fondo. La “revolución de las ideas” es un proyecto de deconstrucción. Es decir, es una intención de develar y deshacer aquellas ideas y prejuicios clasistas, racistas, sexistas, etc. que han sostenido la discriminación, la exclusión, la desigualdad, la pobreza, la marginación y la violencia en nuestro país. 

    Nunca, por lo menos hasta donde yo tengo conocimiento, algún presidente de México se había preocupado tanto por evidenciar, denunciar, develar, el clasismo y el racismo que existen en nuestro país, como lo hace López Obrador. Aunque a ciertos sectores de nuestra población esto pueda parecer poca cosa, lo cierto es que muchos apoyamos la visibilización y la redignificación a las mujeres, a los pueblos originarios, a las comunidades de afrodescendientes, a los jóvenes, a los pobres, a las personas con discapacidad, a los estudiantes pobres, a los maestros y a muchos otros grupos sociales que desde la época colonial y hasta le época neoliberal habían sido discriminados, excluidos y estigmatizados por su condición de género, clase, “raza”, etnia, edad o capacidad física. Esta tarea es de fondo y el presidente lo entiende. Con ningún apoyo o programa social se puede afirmar que se intenta resolver un problema social de forma estructural, si no va emparejado de un proyecto de deconstrucción de las ideas que lo han originado. 

    La “revolución de las consciencias” o, como yo lo llamo, el proyecto de deconstrucción, como todo el proyecto de la cuarta transformación, nos corresponde a todos. El presidente, desde la posición que él ocupa, nos orienta y conmina a identificar y denunciar toda forma de discriminación y exclusión. Pero, querida lectora, querido lector, estas ideas no sólo están en el lado opositor, sino que, al haber mamado de la misma cultura, todas y todos podemos ser reproductores de esas ideas. No hay que dejar de poner atención a nuestro propio actuar y al de los que nos son afines. Sin embargo, si me permite la presunción, considero que existe una gran diferencia, con respecto al proyecto de deconstrucción, entre quienes apoyamos la cuarta transformación y quienes se oponen. Quizá, desde las condiciones injustas en las que nos ha tocado vivir, quienes apoyamos la cuarta transformación hemos hecho más conscientes las relaciones de desigualdad que imperan en nuestro país que aquellos quienes han sido beneficiados, privilegiados, en una u otra medida, por dichas condiciones. 

    La misma línea de reflexión de esta primera entrega es la que pretendo seguir para esta columna -por cierto, mi primera columna en la vida- con la intención y firme convicción de abonar, de la manera que me es más factible, al proceso transformación que estamos viviendo y con el cual me siento plenamente identificado. Agradezco enormemente la oportunidad que Los Reporteros me han brindado para compartir mi pensar con ustedes.