Categoría: Miguel Martín

  • Adiós, 2024

    Adiós, 2024

    Iniciamos el 2024 con sentimientos encontrados. Por un lado estaba ese dejo de latente melancolía por la inminente partida de Andrés Manuel López Obrador, iniciador y líder de un movimiento que sin duda va más allá de lo político. Por el otro lado estaban el morbo y la expectación que generaba la elección que se llevaría a cabo el 2 de junio.

    Si bien algunos sectores de la derecha fueron poco a poco quitándose la máscara y asumiéndose como conservadores, la facción con mayor exposición en medios, aquella regentada económicamente por Claudio X. González, prefirió cometer el mismo error de subestimar a la ciudadanía y volver hipócritamente  a utilizar como banderas frases vacías como “por amor a México”, “México está dividido”, “somos ciudadanos inconformes”, “me dueles, México”, y demás eslóganes choteados que hace 20 años hubieran sido profundamente conmovedores, pero que ahora, con un más elevado nivel de politización, no sirvieron para redireccionar el voto de la mayoría.

    A día de hoy sigo insistiendo en que el mayor gesto de menosprecio hacia la ciudadanía no fue solo el tono de la campaña, sino la propia predilección de entre los posibles aspirantes por el perfil menos adecuado. Se pasaron 5 años creyendo que AMLO era un inculto, irrespetuoso de las normas sociales, informal en la vestimenta y sumamente descuidado en su habla, puesto que la oposición, integrada por personas de alto estrato social, asociaban el uso de un registro informal en el habla, así como de un acento distinto al del centro del país, con el perfil de una persona limitada que, sin embargo, supo conectar con las masas. Esto probablemente parta de que al electorado siempre lo vieron como esa masa de consumidores y televidentes susceptibles al marketing, lo que motivó el voto masivo por Vicente Fox en el 2000.

    Basados en ese infalible estudio de mercado, Xóchitl Gálvez, la contendiente más ignorante, incongruente, inconsistente e incluso con rotacismo (trastorno del habla), fue la ungida de entre todos los perfiles, porque se pensó que la bola de ignorantes que votó por “el macuspano” lo había hecho porque se había identificado con el arquetipo de “hombre del pueblo”. El resto de la historia lo sabemos muy bien, pero también lo disfrutamos. Disfrutamos cómo Claudia Sheinbaum se mantuvo serena y congruente administrando su ventaja mientras Xóchitl hacía literalmente circo, maroma y teatro para supuestamente agradar a los jóvenes. A día de hoy, podemos decir con toda tranquilidad que la pena ajena que Gálvez causó entre la juventud (cringe, le llaman ellos) fue lo que hizo a muchos ir despertando, salirse un poco de la vorágine de memes baratos y cultura pop para finalmente poner atención al acontecer político. Y se encontraron esta vez contendiendo a dos mujeres: una de ellas de imagen repelente cometiendo pifia tras pifia; y a otra con perfil académico y antecedentes de lucha social que nunca perdió la compostura.

    En algún momento, Ciro Gómez Leyva, rabioso odiador del gobierno morenista, aseveró que Claudia Sheinbaum igualmente cometía pifias, pero que el aparato del régimen se movilizaba para ocultarlas de redes sociales. Extraña y poco fundamentada declaración, porque en las redes sociales, los odiadores más misántropos campan a sus anchas sin temor a cualquier posible censura. En general, los medios corporativos lanzaron una indisimulada cargada a favor de Xóchitl Gálvez, pero terminaron confirmando con impotencia que sobreviven más por la fuerza de la costumbre que por ostentar verdadera credibilidad. No fueron pocos los desplantes de gente que declaradamente se lanzó contra los integrantes de la 4T. Y así les ha ido; el descrédito total y en algunos casos la pérdida de sus espacios por falta de rating.

    Cuando sobrevino el triunfo de Sheinbaum, y ya que todo transcurrió en gran orden y civilidad, se dio paso a votar la reforma al poder judicial. Varias marchas, mucha desinformación, manifestaciones de clasismo y desiguales debates televisivos acompañaron al proceso en el que, finalmente no hubo lo que algunos acusaban: destrucción de la república, fin de la separación de poderes, colapso de la bolsa mexicana de valores, y huida de la inversión extranjera por “falta de certeza jurídica”. Lo único malo es que quienes gritaron esas y otras mentiras a los cuatro vientos siguieron adelante con sus millones y sus conectes, y a día de hoy prefirieron conformarse con lo que tienen (que no es poco) y acomodarse en negocios distintos a la política, o bien, seguir con el cuento del “amor por México” y formar el Frente Cívico Nacional, donde ya despuntan Patricia Aguayo, Emilio Álvarez Icaza, Fernando Belaunzarán y Guadalupe Acosta Naranjo, quien en sus arengas públicas utiliza un tono de voz tan agudo que revienta las copas de los asistentes.

    Debo confesar que, durante el sexenio de AMLO, a pesar de que el movimiento obradorista siempre se distinguió por estar lleno de alegría y esperanza, me preocupaba un poco que no permeara en los jóvenes, intensamente bombardeados por la industria cultural estadounidense y las tendencias mainstream, donde a Andrés Manuel tal vez se le respetara a la distancia, pero no se le seguía con especial atención. Sin embargo, y como una grata sorpresa, ya desde mayo de 2024 se realizó un simulacro universitario con miras a las elecciones que se sucederían en junio, el cual arrojó una victoria contundente de Claudia Sheinbaum, lo que reflejaba confianza en el proyecto. Más tarde, aproximadamente 10 mil jóvenes salieron a las calles para apoyar la reforma al poder judicial, y así opacar el intento de la derecha de utilizar a estudiantes que en realidad eran familiares de políticos para supuestamente mostrar que la razón los asistía. Algunas voces, audaces en su estupidez, clamaban que esto era “un nuevo movimiento del 68”. A día de hoy, todo eso se diluyó. Lo más valioso es la paulatina politización de los jóvenes.

    Se viene un 2025 en el que, tal vez, la principal amenaza ya no será la derecha mexicana, que al parecer está bajo control y no da para más. Claudia Sheinbaum tiene enfrente a la versión más furiosa y desatada de Donald Trump con todo lo que esto representa. Por fin se descara la derecha a nivel continental, y uno de los puntos neurálgicos es Estados Unidos, nuestro socio comercial y vecino. La cantidad de connacionales que mueven la economía estadounidense es un factor que no parece tomar en cuenta Trump cuando habla de deportaciones masivas; como tampoco toma en cuenta las redes de tráfico y consumo al interior de su país cuando habla de intervencionismo en territorio mexicano para acabar con el problema de las drogas. Una combinación entre cautela y movimientos certeros en materia diplomática es lo que demandará afrontar las embestidas del genuino líder mundial de la derecha.

    Finalmente, quiero agradecerles toda su confianza, su paciencia y su fidelidad en cada uno de los esfuerzos que realizo como divulgador y periodista independiente. Muchas gracias por leer mis artículos, reseñas y crónicas, porque sé que las viven conmigo. Gracias por suscribirse a mi canal y comprar mi libro; iniciando el año se viene el nuevo. Que la salud y el amor les salgan siempre al paso en su camino. La prosperidad la seguimos forjando día con día sin olvidar que debe ser compartida. Los abrazo con intenso cariño y los invito a que tengamos juntos un inolvidable 2025. Que Dios los bendiga.

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  • Ellos y nosotros

    Ellos y nosotros

    Recuerdo el año 2017, cuando se suscitaba un acontecimiento que resultaría clave para lo que a día de hoy es conocido como la Cuarta Transformación. Delfina Gómez se disputaba la gubernatura del Estado de México con Alfredo del Mazo Maza, fiel representante de la estirpe caciquil priista. Si bien el triunfo no favoreció a Morena en esa ocasión, se sentaron las bases para el despertar político e ideológico de la sociedad mexicana, potenciado por las redes sociales. Yo entré a la dinámica de los youtubers antes que a ejercer el periodismo de manera tradicional, pues me animó la posibilidad de producir contenido por mí mismo y poco a poco ir haciéndome de contactos en el naciente mundillo.

    Cuando terminé la carrera de lingüística en la Escuela Nacional de Antropología e Historia en 2010, me dediqué desde entonces a colocarme como maestro de inglés en distintas escuelas y a distintos niveles. Debo decir que se volvió más fácil conforme fui agarrando más práctica y adquiriendo certificaciones. Así seguí, hasta que, a finales de 2013, supe que había en la UNAM la modalidad de estudiar en línea. Esto fue a través de un joven periodista muy talentoso llamado Huitzi Vargas, coterráneo de Neza. Él me habló sobre el SUAyED (Sistema de Universidad Abierta y Educación a Distancia), cuyo programa estaba presente en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, donde se podía estudiar ciencias de la comunicación, con la única opción de periodismo para la modalidad en línea.

    Iniciando 2014, cuando mi hijo tenía un año, inicié el proceso para ingresar a la UNAM como cualquier alumno que proviene del nivel medio, pues fue con mi papel del IPN que me acredité para registrarme (aplicar, dice la chaviza) y así hacer el examen en abril, ser notificado en agosto e iniciar clases en septiembre. Mi mamá me dio los $475 del examen como un gesto que decía «siempre voy a creer en ti». Ya no me era nueva la rutina de estudiar y trabajar, así que me salió con naturalidad. Desde el primer semestre comencé a guardar con entusiasmo todos los archivos de la carrera en la nube, y descubrí que podía reducir tiempo, gasto de datos y costos en general convirtiendo los textos a archivos de audio mediante el programa TextAloud. Así pude sortear la carrera completa.

    Esta segunda carrera la disfruté muchísimo. Ya más maduro, habiendo aprendido de mis errores, con una conciencia social más desarrollada, pero, sobre todo, con reducir el ego a su mínima expresión como propósito perenne. Mi manutención estaba asegurada. Nunca fui bueno para meterme en el mundillo de las becas, en gran parte porque tuve una plaza en el IMSS desde los 18 años, de manera que consideré siempre más congruente dejar que estudiantes en genuina necesidad se sirvieran de esos apoyos. Solo para el proceso de titulación solicité una beca y sí me fue otorgada. Para reforzar mi perfil académico y disfrutar aún más las distintas vertientes de la carrera, ya sea dentro o fuera del mapa curricular de la misma, tomé cursos de locución, fotografía, redacción, creación literaria, escritura de crónica, producción audiovisual y corrección de estilo. En el primer semestre de la carrera conocí y me hice amigo de Jorge Castañón, veterano productor audiovisual, ya con recorrido en medios y en la lucha social. Cuando le enseñé la maravilla del programa TextAloud, que podía convertir los textos en voz y almacenarlos como archivos mp3, comenzó a mandarme a diario las columnas de La Jornada en un solo archivo de audio que reproducía en mi travesía por la ciudad, dirigiéndome a las empresas en que daba inglés.

    Mi creencia era que, al no tener experiencia y tampoco la edad de un becario, podría compensar con más cursos y mucha lectura. Cuando abrí mi canal de YouTube, aunque nunca me he distinguido por arrastrar masas ingentes, descubrí que una comunicación sincera, sin imposturas, con un lenguaje empleado según los cánones, pero, sobre todo, sin mentira alguna; era lo que realmente me iba a distinguir para bien. Cuando conocí a Ramiro Padilla, me metí a una espiral de la que ya no puedo salir y lo celebro. Con el compromiso de reseñar un libro al menos cada dos semanas, adquirí un ritmo muy satisfactorio de leer al menos 30 al año. Y como los consigo de manera digital y gratuita, realmente no me corre prisa por novedades editoriales, pues obviamente los libros más nuevos no han sido convertidos a PDF, de manera que la enorme variedad de títulos que se encuentran en la red hace mis delicias. Muchos ensayos, monografías, novelas y poesía. Como profesional de la comunicación y sin la necesidad de seguir una línea dictada por alguien más, me mantengo en una preparación constante que no me es ningún sacrificio. Como trabajador sindicalizado, pertenezco orgullosamente a la clase obrera, pero tengo voz en los medios alternativos, credibilidad y ya un cierto nombre. Estoy por publicar mi segundo libro a través de la editorial Urbanario, independiente como yo mismo.

    Los monigotes de los medios hegemónicos, por otra parte, llevan una vida cara y encumbrada, aunque en los últimos años, y gracias no solo al despertar político de la sociedad, sino a que ellos mismos, al igual que el resto de quienes andamos en el ajo, contrastan sus opiniones en las redes sociales; han descubierto con horror que ya no son unánimemente vitoreados. La mayoría de ellos sabe que carece de credibilidad, pero también saben que el dejar de hacer de voceros de la oligarquía les haría despedirse de su actual estilo de vida. Les gusta viajar a Madrid, Nueva York o París; pues nada como recordarnos a nosotros los chairos que ellos tienen clase y mundo.

    La mayoría de ellos estaba instalada en una comodidad tal, que nunca tuvieron la necesidad de realmente prepararse más allá de adquirir pericia en cuanto a sus dotes de conducción, dicción, manejo de la escena y lectura del teleprómpter. Realmente pocos se han mostrado aptos para comentar lecturas o sostener un verdadero debate de fondo. Su argumento principal es una supuesta superioridad moral e intelectual, pero basada en no sabemos si en un sustento real o en la pura tradición de los medios mismos de presentarlos como auténticos portentos de la comunicación de masas. Un caso paradigmático es el de Joaquín López Dóriga, pues, a diferencia de su seguro servidor, no es teacher y no es periodista.

    Muchas veces, estando en las redes sociales, abandonan su registro pulcro y sobrio para mostrar su verdadera postura, la del enojo, el odio e incluso la frustración. Es ahí cuando recurren al insulto clasista, racista y visceral; al menosprecio e incluso a desearles lo peor a los actores políticos de izquierda. Sin importar que su educación haya sido probablemente 10 veces más cara que la nuestra, aun así, nos dicen cosas como «comunistas hijos de su puta madre» o incluso últimamente «zurdos de mierda», insulto popularizado por Javier Milei, quien, a falta de líderes verdaderos dentro de México, comienza a ganarse la simpatía de quienes aspiran a una improbable vuelta al poder de la derecha en nuestro país.

    Pero como las cabezas parlantes de medios hegemónicos siguen con su discurso gomoso de que no hay izquierda ni derecha, de que “la oposición es la resistencia y está a favor de México” (lo que sea que eso signifique), la ventaja del momento histórico la tenemos quienes, a pesar de venir de abajo, nos preparamos, nos pusimos a leer, hacemos el esfuerzo de contribuir a la revolución de las conciencias y no tenemos reparo en llamar a las cosas por su nombre. Probablemente nunca vacacionemos en Suiza ni tengamos una habitación de la casa solo dedicada a ser biblioteca, ni tampoco logremos salir en la televisión (antiguo sueño de los niños noventeros), pero la credibilidad, el reconocimiento y cariño del público, así como la satisfacción de haber contribuido al cambio; constituyen nuestro verdadero orgullo. Me emociona saber que aún tenemos mucho por delante. Nosotros nos estamos acomodando y ellos van de salida.

  • La nueva campaña libertaria

    La nueva campaña libertaria

    El pasado domingo 10 de noviembre, el PAN, en un proceso totalmente opaco y arbitrario, que haría soltar la carcajada a cualquiera que siga creyendo a este partido una caterva de demócratas; renovó dirigencia. La facción de derecha, siempre cuidándose de asumirse como tal, aún no termina de contabilizar los daños causados por el impresentable y cínico Marko Cortés, quien culpó a todo mundo menos a él mismo de la tremenda derrota en las urnas el 2 de junio de 2024. Y mandando el claro mensaje de que no les importa ir directo al precipicio, han decidido poner como presidente del partido a Jorge Romero, otro político del mismo corte que Marko, es decir; joven blanco, rico, arrogante, prepotente y gritón; junior neoliberal en toda regla, de moral flexible y facilidad para la arenga que levanta desaforados gritos de júbilo, pero que no tiene correlato en los hechos ni un respaldo mayor a los salones que se llenan de juniors para urdir esos planes maquiavélicos para recuperar el rancho. Y como ya es costumbre entre los panistas, sobre Romero también pesan acusaciones de corrupción por su pertenencia al infame cártel inmobiliario de la alcaldía Benito Juárez.

    Durante la campaña de la primera parte del año en 2024, muchas personas que ya identificaban el desgaste de los partidos políticos como marcas y posibles agentes cohesionantes, prefirieron hacerse de la vista gorda y dar rienda suelta a la esperanza de derrotar al obradorismo y a su multitudinaria legión de seguidores, por quienes siempre mostraron y siguen mostrando un enorme desdén, por decir lo menos. Lo peor de todo, y que no deja de ser irónico y un tanto gracioso, es que resultaron ser víctimas del marketing político, esa arma que durante años utilizaron para dominar a las masas despolitizadas, pero que esta vez los llevó a crearse expectativas irreales con respecto a la fallida Xóchitl Gálvez. Muchos ya no aguantaron y, descartando totalmente la posibilidad de apoyar al PRI con su dirigencia igualmente impresentable, han decidido darle ahora sí la espalda a la opción política que les prometió maravillas y que evidentemente no cumplió.

    Por otro lado, el pasado 5 de noviembre de 2024, Donald Trump se alzó con el triunfo en el proceso electoral estadounidense, que tiene la complejidad de una partida de cricket. Trump, como sabemos, representa todos los valores y posturas de la ultraderecha que dormitaron en la prudencia durante varias décadas, pero que solo necesitaban la llama de la desvergüenza para despertar y tomar fuerza en medio de un panorama neoliberal que había preparado el terreno convenientemente para que surgieran figuras de ultraderecha que ahora se autonombran como “libertarios”.

    La presencia de los libertarios fue creciendo cada vez más en Latinoamérica. Se fueron insertando poco a poco en las redes sociales y medios tradicionales figuras como Gloria Álvarez, Nicolás Márquez y Javier Milei. El gran triunfo de esta caterva es precisamente el ascenso al poder del más estrambótico de los tres, quien supo ganar adeptos con base en su discurso disruptivo, supuestamente antipolítico, y con pinceladas de cultura pop, para embelesar a los jóvenes. En México ha habido intentos de figuras equiparables con los centro y sudamericanos mencionados, pero nadie ha logrado despuntar. Carlos Leal, Raúl Tortolero, América Rangel o Teresa Castell son algunos de los personajes que medianamente han intentado posicionar el mensaje libertario. Algunos de ellos desde dentro del PAN y otros ya fuera de él por considerarlo una “derechita cobarde”; el mote que les adjudicó Agustín Laje y que no se podrán quitar. Estos personajes, así como Eduardo Verástegui, navegan con la bandera del catolicismo, por lo que su enfoque es más sobre lo confesional que sobre lo económico, en cuanto a reducir al Estado.

    Por otro lado, y subidos en la estela que van dejando detrás de sí los verdaderos ideólogos, vienen los influencers como el famoso Dross, Mariano Pérez, Giancarlo Portillo o Chumel Torres, entre muchos otros. Todos ellos iniciaron desde el combate a la llamada ideología woke generada desde la industria cultural estadounidense, por lo que, como consumidores de la misma y empapados en la ideología libertaria, su tránsito hacia los contenidos de política era un paso lógico. Cabe destacar que, si bien Torres siempre reseñó cultura pop, los servicios que ha prestado a la derecha mexicana han sido desde un estilo humorístico que pretende emular a comediantes pro demócratas como Stephen Colbert y Jon Stuart.

    Así pues, este es el caldo de cultivo en medio del cual, con líderes de ultraderecha en ambos polos, y con el PAN que ya no provoca más que una extraña mezcla de risa, lástima y mentadas de madre; algunos personajes francamente menores, pero que viven la fantasía de la relevancia en la red social X, han emprendido una campaña para proponer a Ricardo Salinas Pliego como candidato a la presidencia en 2030.

    Una de las motivaciones es la forzada comparación de Salinas Pliego con Donald Trump, como una especie de empresario transgresor y antipolítico. Donald Trump lleva décadas siendo parte del imaginario colectivo gracias a una fama a la cual ha contribuido la industria cultural. Se recuerda mucho el reality show llamado The Aprentice, que se transmitió durante la primera década de este siglo. Asimismo, ha hecho cameos en diversas películas como Home alone 2 (1992) o Little rascals (1994). Asimismo, en la película Gremlins 2: The new batch, el personaje Daniel Clamp, interpretado por John Glover, es un claro homenaje a Trump, que se evidencia incluso en el nombre. Por otro lado, la única referencia a Salinas Pliego es una mención hecha solo en el doblaje mexicano de Los Simpson, hecha por Humberto Vélez, intérprete de Homero Simpson, cuando en un capítulo se dirige al personaje de Roger Myers Jr., dueño de una cadena televisiva, como “señor Pliego”. Fuera de eso, la comparación no se sostiene.

    Salinas Pliego se ha distinguido, sobre todo durante el sexenio de AMLO, cuando el ser exhibido como evasor fiscal lo motivó a entrar en la moda de libertaria, por “criticar” al gobierno de una manera muy conveniente, para más tarde pasar a una franca confrontación a base de groserías y acusaciones de “comunismo”, así como racismo y clasismo totalmente descarados. Todo ello en la red social X, antes Twitter. Al mismo tiempo, en los truculentos espacios mojigatos de su televisora, instruye a sus lectores de teleprómpter para, en un tono puritano y al mismo tiempo catastrofista, pintarle a su target, la población de menores ingresos y menor nivel de instrucción; escenarios apocalípticos que nunca se cumplen.

    Los trolls de X, cínicos, misántropos y ahora desesperanzados de que la oligarquía prianista recupere el poder, tropicalizan una tendencia gringa, con el aspiracionismo por delante, para enaltecer a un Donald Trump “ de petatiux”, quien responde a las loas auto descartándose entre sonrisas y presunción de su vida ostentosa, diciendo que la política no es lo suyo y que él está mejor “criticando a los comunistas hijos de su puta madre”, que es como llegó a llamarnos a los periodistas que visibilizamos la sucia campaña que emprendió contra los libros de texto en 2023, la cual, en realidad ocultaba un conflicto de interés. El burdo culto al dios dinero siempre de fondo.

    Una cosa es muy cierta. La inercia que en este momento tiene el grueso de la sociedad mexicana es hacia el desarrollo de una mayor conciencia de clase, política y social. Se necesitaría todo lo contrario para que una figura como Salinas Pliego tuviera posibilidades reales de acceder o siquiera competir por la presidencia. En términos cualitativos, los mexicanos estamos mucho mejor informados que los estadounidenses. El show mediático alrededor de los procesos electorales no es lo que define el voto; llegamos a las urnas con convicciones y no como producto de un marketing efectivo. La imagen de Salinas Pliego se relaciona más con la trampa de la evasión fiscal, con ofrecer contenidos basura, con ser un empresario falto de escrúpulos y usurero. Ante la efectividad de los programas sociales y de educación implementados por la 4T, su imagen de benefactor y la de su fundación están por los suelos. Como ideólogo tampoco despunta, a pesar de patrocinar foros libertarios o de incluso fundar su Universidad de la Libertad.

    Doscientos trolls y 500 mil televidentes no son una fuerza significativa para luchar contra este movimiento popular que vive un momento estelar gracias la semilla sembrada por AMLO y ahora bien cuidada como árbol en crecimiento por Claudia Sheinbaum, con un respaldo popular prácticamente unánime. México se erige como el genuino bastión progresista en América y su pueblo politizado es ejemplo mundial. Ahí pobremente, sin presumir.

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  • Nuestros adversarios

    Nuestros adversarios

    Trilladísima está la expresión “no entienden que no entienden” para referirse a la derecha, pero es que, de veras, no entienden que no entienden. Debemos empezar por afirmar que muy pocos se asumen como derecha, y que conservan ese truculento y anodino discurso de que son ciudadanos patriotas, con mayor preparación, honrados, no susceptibles de dádivas y siempre preocupados por el futuro de sus hijos. Ese es el gran problema, que ya lo he tratado aquí en otras ocasiones, el de no llamar a las cosas por su nombre y querer sostener una batalla política con base en mentiras.

    He igualmente escrito profusamente acerca de la primavera que se ha vivido en México, tanto que escribí un libro que se encuentra disponible en Amazon (tiny.cc/xcouzz). Sin embargo, comerciales aparte, es preciso matizar. Solo el segmento de la sociedad que apoya a la llamada Cuarta Transformación experimentó este proceso. Estos ciudadanos ahora politizados y emancipados del poder mediático hegemónico, son quienes constituyen la verdadera primavera. Fueron ellos quienes dieron una de las mayores muestras simbólicas de cómo ha cambiado la mentalidad colectiva, cuando, el 26 noviembre de 2022, el Ángel de la Independencia estaba atiborrado de personas con ánimo festivo, cantando y bailando, justo en un día en que la selección nacional de fútbol había perdido de forma humillante en un mundial. Sin embargo, lo que ahora desataba el espíritu dionisiaco a nivel colectivo, era vivir la noche previa a la llamada “marcha del millón”, que se suscitó el domingo 27 de noviembre, y en la cual se obtuvo la icónica fotografía que se incluyó en la portada del libro Gracias, aquel con que AMLO acompaño la recta final de su mandato.

    El resto de la población, no es que se politizara del todo, o al menos no de una manera cualitativa. Más bien, como víctimas de una permanente campaña catastrofista y de mentiras, sí, fijó una postura política, pero esto mismo implicó que exacerbara temores, odios, rencores, clasismo, racismo, homofobia y creencia en toda una mitología muy bien estructurada por voceros de la derecha y muchos coristas mediáticos que poco a poco se han ido despojando de su prestigio en aras de hacer campaña en favor de la facción que consideran conveniente.

    Este inicio de sexenio, cuya legitimidad está fuera de toda dura, debido al enorme margen con que Morena ganó las elecciones del pasado 2 de junio; Claudia Sheinbaum sigue siendo víctima de vituperio tras vituperio, calumnia tras calumnia, así como intentos de desestabilización, como el incipiente movimiento que un pequeño grupo de privilegiados quiso magnificar con su oposición a la ahora aprobada reforma judicial. Ya sin afán de discusión, debate o contraste de ideas, muchos políticos se han dedicado simplemente a obstaculizar el proceder de los morenistas, como ha sido el lamentable caso de Lilly Téllez, vocera de Ricardo Salinas Pliego, de histriónicos y delirantes episodios en el Senado y, eso sí, al menos con el valor (o cinismo) de admitirse como de derecha.

    En los pocos meses que lleva este sexenio, truculentas e insidiosas tendencias se han ido colocado en redes sociales. Cuando el pasado 5 de noviembre ganó Donald Trump las elecciones estadounidenses, gracias a circunstancias tan particulares como su enrevesado sistema electoral, las redes sociales, que mágicamente amplifican y difunden las opiniones de los fachos con sospechosa prioridad, se llenaron de mensajes que deseaban que “Trump pusiera en su lugar a Claudia” o que se invadiera el territorio nacional supuestamente para acabar con el problema del narcotráfico, convenientemente amplificado por los medios nacionales en días recientes. Al no tener eco popular, todos estos exabruptos se van diluyendo con el paso del tiempo en un asqueroso mar de bits.

    Últimamente he estado visitando la red TikTok, y debo confesar que lo hago buscando mensajes cada vez más agresivos y desinformados. El algoritmo me ha estado poniendo muchos videos sobre los Beatles y Paul McCartney; otros sobre “tazos dorados” que son llevados en volandas a un centro de rehabilitación del que seguramente escaparon Pedro Ferriz y Mario López Vital; otros con tendencias como «órale, cocazo»; la caída del decadente Fehr de Maná y demás banalidades que hacen de la vida algo cada vez más absurdo. Sin embargo, también me encuentro con hombres y mujeres que pretenden presumir su color de piel (no dudan en enfatizarlo o blanquearlo aún más con filtros), así como un entorno que denote su nivel de vida elevado, y que se desatan hablando cuanta barbaridad les permite su perturbado cerebro. Le llaman “presirvienta” a Claudia Sheinbaum, bajo la hipótesis de que no piensa por sí misma y AMLO le dicta qué hacer desde su retiro en Palenque. Se dirigen a la población que los superó en las urnas con cosas como «chairos mugrosos, disfruten lo votado». Hablan de “la destrucción de México”, “seremos como Venezuela”, o incluso insisten en mantener la creencia en criaturas mitológicas como “los ninis del bienestar”, aquellos jóvenes que no estudian, no trabajan ni son aprendices en empresas, pero que mágicamente reciben un dinero del gobierno a cambio de nada, simplemente son compensados porque el gobierno es malvado y quiere perjudicar a las personas productivas y estudiosas.

    Y por todo eso considero que no tenemos verdaderos adversarios. La división siempre ha estado presente, por ejemplo en Europa. Sin embargo, ambas facciones se informan, se enfrentan con datos reales, no desde el menosprecio ni tampoco desde el odio, que es lo que evidentemente profesa la derecha mexicana desinformada, falta de clase y rebosante de odio. Son capaces de creerse cuanta barbaridad les llegue por redes sociales o salga de los labios de gente irresponsable como Kenia López Rabadán o Mariana Gómez del Campo.

    La verdad es que el movimiento de la Cuarta Transformación seguirá adelante. Quisiéramos tener enfrente a verdaderos adversarios informados y sobrios que contrastaran ideas de manera inteligente y respetuosa, pero eso no va a suceder. Sus derrotas seguirán llegando una tras otra y ellos seguirán creyendo que el país está en llamas y que su lucha es para resarcir el daño. Nosotros aquí seguiremos para exhibirlos cuando haga falta, pero también para seguir contribuyendo, cada quien desde su trinchera, a que se afiancen el estado de bienestar y la justicia social. 

  • Ay, Sabina

    Ay, Sabina

    «Estoy tratando de decirte que me desespero de esperarte, que no salgo a buscarte porque sé que tengo miedo de encontrarte.
    Que me sigo mordiendo noche y día las uñas del rencor. Que te sigo debiendo todavía una canción de amor».

    Aún recuerdo con cariño aquellos versos que mi amigo David y yo cantábamos por ahí del año 2006, cuando estudiábamos juntos la carrera de lingüística y acabábamos de descubrir el disco homenaje a Andrés Calamaro que contenía la pieza Todavía una canción de amor, cantada por Joaquín Sabina, autor original de la letra, pero que en versión original fue grabada por Los Rodríguez, el grupo que Calamaro formó en España en los años 90. A Calamaro le reconozco su música, pero también la “honestidad brutal” de admitirse de derechas, pro taurino y pro drogas duras. Jamás congeniaría con él en esos temas, pero le agradezco no jugar a las apariencias por quedar bien con sectores progres que en muchos casos son el sustento de la industria debido a sus alcances económicos.

    Mi camino hacia Joaquín Sabina fue atípico en el aspecto de que no lo conocí antes que a Bob Dylan, en quien él mismo reconoce a una de sus principales influencias. Ya llevaba yo un recorrido bastante largo sobre la música y la lírica del ahora Premio Nobel de Literatura, pues recuerdo que desde el año 2000, cuando me desesperaba lo lentas que eran las descargas, y a veces con poco presupuesto para comprar los discos originales, cultivé la ahora entrañable costumbre de, por aquel entonces, hacer incursiones sabatinas al tianguis del Chopo o a Tepito en busca de los álbumes de Bob Dylan en su modalidad de CDs piratas. En esos tiempos hacían mis delicias canciones como Jokerman, Like a rolling stone, Tangled up in blue, When the night comes falling from the sky o Lay lady lay. Me di a la tarea de estudiar las letras y después aprendérmelas en la guitarra. La exigencia en el instrumento, así como la interpretación vocal, como en el grueso de la obra de Dylan, eran mínimas, así que en poco tiempo ya me encontraba paladeando al máximo ese nuevo mundo al que había accedido de lleno. Y no les cuento el placer que fue conseguirme mi holder y poco a poco ir armando mi set de armónicas Hohner.

    Por lo anterior, y un poco a sabiendas de que Joaquín Sabina abrevaba bastante en la obra de Dylan y en la imagen de Leonard Cohen, aparte de las poses que dentro de mi propia familia propiciaba, lo dejé reposar por mucho tiempo y fue solo cuando a finales de 2005 me adentré en la obra de Calamaro, émulo declarado de Dylan sin tapujos, que en su disco de homenaje me encontré con la deliciosa y sentida interpretación de Sabina citada al principio. Ese fue para mí el momento de darle una oportunidad. Experimenté el mismo proceso en cuanto a asimilarlo como parte de mi repertorio para aquellas tertulias juveniles, pero encontrando sin sorpresas las referencias y homenajes a Dylan. La dinámica social a su alrededor aún era la misma. Sus seguidores eran personas en etapa universitaria, o bien en sus 30 o 40, con cierto nivel de educación, posibilidades económicas y asiduidad a la lectura, aunque con reparos hacia la música en inglés. Muchos se identificaban con lo que por entonces se entendía por progresismo, aquí en México, donde a nivel federal jamás había gobernado la izquierda ni se había llegado a un grado de politización tal en el que fuese imperioso que todos asumiéramos una postura política, pues vivíamos bajo un conveniente régimen gatopardista donde criticar al gobierno en turno otorgaba cierta estatus.

    Sabina vivió en carne propia la persecución y en algún momento llegó a exiliarse en Inglaterra. Posterior a la muerte de Franco, y conforme las cosas se relajaban en España, poco a poco fue abriéndose paso en la escena del rock madrileño. Fiel testimonio de ello es el disco grabado en vivo Joaquín Sabina y Viceversa (1986), donde compartió escenario con gente de la talla de Javier Gurruchaga de la Orquesta Mondragón, Luis Eduardo Aute y Javier, Krahe. Se le identificaba como parte de una caterva de músicos que no tenía reparos en asumirse como “de izquierdas” dentro del contexto histórico que les tocó vivir en España durante la segunda mitad del siglo XX. Hacía declaraciones esporádicas en materia política que nunca fueron más allá de ser fijaciones declaraciones de intenciones expresadas en forma de verso y terminando con una carcajada. Incluso cuando compartió escenario con Serrat en las giras a dúo de 2007 y 2012, el tema político quedó totalmente fuera. Durante la puesta en escena, el tema más relevante era la aspiración de ambos a ser “un chulo (proxeneta) de musas”. Considero que esa expresión refleja esa visión utilitaria y falta de todo compromiso que sabina siempre ha tenido para con el arte. ¿Será que ha prevalecido en occidente una muy conveniente tradición europeizante de desarrollar el sentido de la estética en total alejamiento de la conciencia social y Sabina es un reflejo de ella?

    Lo más escandaloso que se supo de Joaquín Sabina últimamente fue su ruptura con las causas de izquierda, al menos en términos de lo que se esperaría de él en Latinoamérica, toda vez que, sobre todo desde los años 90, el jienense se ha encargado de construir una muy entrañable relación con personajes de México y Argentina. Chavela Vargas, Maradona y Charly García, por citar algunos, han sido grandes amistades de Sabina dentro y fuera de los escenarios. Todos ellos identificados con el pensamiento de izquierda. Pues bien, abonando a la narrativa de los medios hegemónicos, Joaquín Sabina en 2022, mientras promocionaba el documental Sintiéndolo mucho, declaró lo siguiente:

    «Esta deriva me rompe el corazón, justamente por haber sido tan de izquierdas. Pero ahora ya no lo soy tanto, porque tengo ojos, oídos y cabeza para ver las cosas que están pasando. Y es muy triste»

    Se refería a una supuesta decepción de la izquierda latinoamericana. La figura de Joaquín Sabina, a la hora de relacionarlo con posturas políticas, resultaba ya muy conveniente desde antes. Todo era un hablar muy por encima para mantener la imagen de contestatario, pero nunca mojándose de lleno. Eso lo evidenció también en 2012, cuando para la gira Dos pájaros contraatacan, consiguió a través de amigos judíos dar recital junto con Serrat en Tel Aviv, Israel. Ante las críticas se declaró “neutral” y soslayó el desigual conflicto que hasta hoy tiene a Palestina al borde de la aniquilación. Pero no solo fue eso, sino que, en 2014, volvió en solitario a dar presentaciones a Israel, dejando siempre claro que lo movía la amistad y no le importaba en lo más mínimo fijar una postura con respecto al genocidio.

    Por más “leido y escrebido” que pudiera ser, y por más que provenga de una realidad de exilio y persecución política, no deja de ser ciudadano de un país monárquico y saqueador. Y aunque sí hay españoles conscientes y solidarios, como los compañeros de La Base, casos como éste son contados. La realidad es que muchas personas se hicieron falsas ideas durante mucho tiempo sobre figuras como Sabina, cuya obra nunca se enfocó en la lucha social, sino más bien en una estética que casualmente fue abrazada como marca de prestigio por estratos altos y aspiracionistas.

    Salvo por la etapa en el café La Mandrágora, que queda registrada en el magnífico disco homónimo (1981) grabado in situ junto a Alberto Pérez y Javier Krahe, las muestras de conciencia política en su obra se reducen a pequeñas puyas dentro de una lírica francamente narcisista y por momentos obsesiva de que se noten las referencias literarias.

    No me imagino a Sabina recorriendo el arrabal en mangas de camisa y conviviendo con el pueblo como Manu Chao, quien colaboró con él en 1996 para la pieza No sopor…, no sopor…. Sus correrías nocturnas consistían en jugar al filántropo de aquellas a quienes, con supuesto cariño, nombra como “putas”, para luego derivar en tertulias de sonetos, canciones, guitarras y bebidas caras, y con personajes de las altas esferas sociales.

    Las revoluciones en las que sí cree, son aquellas prioritarias en los países que tienen las necesidades básicas satisfechas. Ya en su canción Como te digo una co te digo la o (1999), sobre la hambruna en Cuba decía: «Que tengan la culpa Clinton o Fidel (…), lo mismo me da». Así pues, tenemos a un Sabina ya desde entonces desinformado o que intencionalmente dejaba de reconocer el bloqueo que esa nación hermana padece por parte de EEUU. No le interesa la historia de vejación del continente americano, donde la perenne desigualdad causada por una corrupción heredada desde la conquista, hace que las prioridades de la sociedad y de los gobiernos de izquierda sean otras.

    Se vale leer a Sartre, Rulfo, Camus, Dylan, Cohen, García Márquez, Rimbaud, Eliot, etc. Podemos apreciar esas y otras manifestaciones artísticas, pero no dejar que nos hagan sentir más especiales que aquellos desposeídos que nunca tuvieron acceso a ello por falta de recursos.

    Ha habido muchos otros artistas más congruentes y sensibles. Pienso en el fallecido Óscar Chávez. Ciertamente, el personaje que compuso en Los Caifanes era una proyección de sus guionistas snobs sobre cómo concebían el arte, como un vehículo para obtener encuentros sexuales y alimentar el ego. Sin embargo, su legado como luchador social y recuperador de las tradiciones del México profundo hacen que en este momento yo lo considere por encima de Sabina. Prefería comerse un taquito de frijoles con campesinos que buscar jóvenes guapas para enamorarlas con sonetos y ocurrencias chuscas. No tuvo la misma proyección porque sus convicciones le cerraron las puertas de la industria. Sabina siempre las tuvo abiertas porque jamás pateó el tablero en aras de un verdadero compromiso social. Prefirió construir a ese personaje bohemio que nos contempla a todos desde su trono con aires de superioridad y cero compromisos con otra causa que no sea la de su hedonismo. Y abrir otro melón sería una comparación con el entrañable Serrat.

    Fue muy grato cantar sus canciones en mi época de estudiante, pero ya estamos grandecitos y es tiempo de definiciones.

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  • Tata Obrador

    Tata Obrador

    Hubo una vez un territorio oprimido, subyugado por un poder oscuro cuyo reinado se prolongó por mucho tiempo. Sin importar cuántas batallas se libraran, el régimen seguía siendo inamovible, pues dominaba sobre malignas criaturas que aterrorizaban y seducían a muchas mentes del vasto territorio. Un día se apareció una figura avejentada, cuya principal característica era el peregrinar a través de todo lugar donde él considerara que podía avivar la feneciente llama de la esperanza.

    Su plan no surtió efecto a la primera, ya que tuvo que pasar por traiciones e incluso batallas personales que lo hicieron estar al borde de la muerte. Aquel régimen de tiranía velada siempre conspiró contra él, pues resultaba de vital importancia impedir que su mensaje se difundiera entre los pueblos libres.

    Haciendo las alianzas adecuadas, infundió valor entre los líderes de pueblos oprimidos y logró una revolución en la que echó mano de un factor antes despreciado: aquellas criaturas consideradas irrelevantes en las altas esferas; aquellos quienes siempre conservaron los valores primigenios, así como el amor a la tierra y a las cosas que crecen. Este sabio de cabello blanco, subvirtió el orden establecido, y a aquellos antes menospreciados y de cuya existencia hasta se dudaba, los instruyó para ser el núcleo de una revolución muy efectiva que finalmente pudo derrocar al régimen de oscuridad y trajo una era de paz y un cambio de conciencia al bello y variopinto territorio, otrora menospreciado, pero que poco a poco se fue volviendo ejemplo de lucha y soberanía. Acaecidas las batallas, el peregrino, de andar ya fatigoso, para siempre amado por sabios y potentados, nunca dejó de profesar un gran amor y predilección por aquellos antes olvidados que siempre creyeron en él, y que aún tenían mucho por enseñar al resto de los pueblos libres. Después de la épica gesta, cumplida su misión, se dispone a partir sin retorno hacia tierras imperecederas.

    Puesto así, ¿no les resultan sorprendentes las similitudes entre la figura de Gandalf, personaje creado por J.R.R. Tolkien y Andrés Manuel López Obrador? Tal vez no es casualidad, pues autores como Claude Levi Strauss o Joseph Campbell, caracterizan al mito como una estructura de relato que resulta plausible porque puede haber pasado. Campbell se centra en la figura del héroe y el camino que éste sigue hasta llegar a su victoria. Así pues, desde la antropología y la psicología podemos de cierta manera justificar que la historia vivida por AMLO desde sus primeros pasos en el Instituto Indigenista en Tabasco en 1977 hasta este 1 de octubre de 2024, es en sí una gesta heroica de perseverancia y lucha constante para conseguir al menos un enorme triunfo que fue sentar las bases de la genuina transformación de México.

    Otro enorme triunfo que no me cansaré de resaltar es el haber logrado despegar a millones de mexicanos de la truculenta industria cultural que les decía qué pensar, qué creer, a qué temerle, con qué emocionarse o conmoverse, a quién odiar e incluso por quién votar, o de plano no votar. Fue la tormenta perfecta, ya que el gran auge de las redes sociales y la inserción del mensaje obradorista en las mismas, coincidió con lo que Jenaro Villamil llamó la rebelión de las audiencias; el fenómeno consistente en el reacomodo de la comunicación de masas que tiene a la industria televisiva en vías de extinción.

    El poder ver a AMLO sin los filtros y estigmas aportados por los monigotes televisivos por mandato de la oligarquía, no solo gracias a las redes sociales, sino a los recorridos incansables y constantes que el ahora presidente saliente realizó por literalmente todo el país; permitió que se le asimilara como una figura cercana, humana y amorosa, capaz incluso de repartir besos y abrazos en congruencia con sus lemas: «Los quiero desaforadamente» y «Amor con amor se paga». Atrás quedó aquella leyenda negra sobre el político autoritario, intransigente y berrinchudo, que es como aquella ínfima parte de la población identificada con la derecha aún lo considera.

    En la última conferencia mañanera con el formato habitual, es decir; preguntas y respuestas, el 27 de septiembre de 2024, Meme Yamel, otra de las figuras que se erigieron en adalides de la comunicación al margen de los medios corporativos, tuvo ya al final el privilegio de preguntarle qué enseñanza le dejaba su mandato, a lo que él respondió: «Que el pueblo de México es amoroso. Es el mejor pueblo del mundo». Así pues, cuestiones como el humanismo y hasta el amor se volvieron parte medular del discurso gubernamental. Esto resulta muy interesante, porque, durante el régimen neoliberal, en que lo más importante eran los activos, indicadores y dividendos; todo aquello medible, cuantificable y con lo cual se pudiera comerciar, el hablar de cuestiones emocionales y promover algo tan metafísico como el amor, hubiera sido visto como “falta de seriedad”. Sin embargo, he ahí una de las enseñanzas, mesiánicas, si se me permite el término, que quedan para el pueblo de México: un llamado a la fraternidad, al amor y al perdón, inserto en el discurso del jefe del ejecutivo cuyas políticas lograron sacar a más de 9 millones de personas de la pobreza.

    A partir de aquí se genera un culto distinto e imperecedero, ya que siempre se nos enseñó que los héroes de la patria eran figuras inalcanzables que solo eran accesibles a través de los libros, cuya versión de la historia generalmente iba en función de la filiación política del escritor en cuestión. Sin embargo, la figura de un nuevo ‘tata’ (palabra de origen náhuatl que significa ‘papá’) antes ya añadida popularmente al general Lázaro Cárdenas, es un apelativo que poco a poco se va popularizando, sobre todo entre los integrantes de pueblos originarios, que por fin fueron dignificados, escuchados y visibilizados. Sin embargo, designar a AMLO como tata Andrés Manuel o tata Obrador nos lleva de vuelta a la antropología, pues, en el fondo, la posmodernidad ha venido sumiendo a las poblaciones en una orfandad muy distinta a otras épocas, en que los líderes sociales cumplían una función paternal o de guía. Nosotros los hobbits mexicanos, los de la periferia, de raíces indígenas, amorosos de la tierra y guardianes de tradiciones antiguas, esperamos mucho tiempo por aquella figura del mentor anciano (como lo caracteriza Joseph Campbell en El héroe de las mil caras), y ahora la haremos trascender a través de la historia.

    «Aquí me dirijo a ti, Andrelo. Espero estar a la altura del estatus de periodista y luchador social que medianamente fui adquiriendo en este sexenio. Voy a seguir brindándome al pueblo de forma irrestricta, voy a seguir ayudando, aconsejando, curando y reparando el daño siempre que pueda. Seguiré inculcándole a mi hijo el amor por todo lo que nos rodea y que la esperanza y la bondad son virtudes que muy seguramente nos llevan a la felicidad. Te abrazo desde Neza con mucho cariño, querido amigo. Nada nos debes. Estamos en paz y ya recogiendo los bártulos para retomar el camino, seguir aprendiendo de nuestros errores y no cederle ni un centímetro a la derecha hipócrita.

    Gracias infinitas. Que viva tata Andrés Manuel López Obrador.»

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  • ¡Viva México! (Selectivo)

    ¡Viva México! (Selectivo)

    Que viva el México de las sonrisas de niños y niñas, con los ojos radiantes de quien aún cree en los Reyes Magos; ojos que nos infunden esperanza para seguir mirando hacia un mañana mejor. No merecen otra cosa sino crecer rodeados de amor y seguridad, que nunca les falte de comer, que siempre tengan tiempo para jugar hasta cansarse, que tengan siempre una escuela cerca de casa que los reciba gratuitamente y los forme hasta que sean adultos humanistas con un trabajo remunerado y encuentren la felicidad. Nadie es más sofisticado o inteligente por manifestar que odia a niños o adultos mayores.

    Que muera el México del odio, el racismo, el clasismo, el machismo, la homofobia, la apatía y también la hipocresía, que sigue presente incluso en las huestes de los nuevos conversos a la izquierda. No es del todo su culpa, pues vienen de muchos años de adoctrinamiento por el triunvirato que formaban iglesia, gobierno y medios de comunicación; y no a todo mundo le es fácil deslindarse de prejuicios fosilizados. Pero una cosa sí es cierta. Resulta antinatural vivir en el México del siglo XXI, el de la cuarta transformación, sin profesar amor y respeto no solo por todas las personas sin distingo alguno, sino también por todo lo vivo, todo lo que crece, todo lo que mantiene el equilibrio que se venía rompiendo desde hacía cinco siglos con la conquista. Todos tenemos un valor único. Ni tus gustos, aficiones, conocimientos o formación te hacen más especial que el resto.

    Que viva el México de quienes se forman y forman a los demás. Que quede claro, si el conocimiento es poder, éste siempre debe ser un poder compartido de manera irrestricta. Todos parejos en todo sentido y sin pretexto. Los círculos de estudio, las asambleas, las transmisiones de redes sociales, las casas de cultura, los centros comunitarios, el boca a boca; todo sirve para aprender y enseñar. Todos potencialmente somos maestros, y en el momento que el conocimiento llega a nosotros, estamos obligados a transmitirlo. Preservar solo en nosotros mismos el conocimiento sin transmitirlo a los demás solo para sentirnos superiores, es una postura reaccionaria. Prefiero pensar que el conocimiento es amor; demuéstralo.

    Que muera el México elitista del «pásele, licenciado». Deben ir quedando atrás los tiempos de las élites ilustradas que son adoradas por una chusma intencionalmente desinformada. Basta del culto a las profesiones, porque si impera la igualdad, lo correcto es que todos podamos estudiar lo que queramos y hasta donde queramos. Al rendir pleitesía al que sí pudo estudiar, seguimos normalizando la desigualdad. Y la pertenencia a una u otra institución no nos hace mejores personas, eso se demuestra con los actos y no con una credencial, ni portando emblemas, ni poniendo estos mismos como foto de perfil en redes sociales, ni con un papel enmarcado colgando en un muro. Regala libros, recomiéndalos, ayuda a los jóvenes a estudiar o a ingresar a una escuela pública. Propicia que todos lleguen tanto o más lejos que tú.

    Que viva el México fraterno en que cien manos se tienden ante ti para levantarte cuando caes, en que todos nos acercamos a empujar el auto que se quedó parado por una falla en medio de la calle, en que recogemos la mercancía del tamalero a quien se le volteó su carrito, en que levantamos la fruta caída de un puesto del tianguis en vez de embolsárnosla o patearla, en que ayudamos al hermano migrante que no vino aquí por gusto, como no lo hicieron nuestros paisanos en EEUU. Ese México en que las tragedias son más llevaderas cuando se desata la ayuda humanitaria en oleadas, por la vía económica, en especie o en voluntariado. El México en que la fiesta del pueblo la preparamos entre todos y al final todos recogemos nuestra basura. Y no por procurar nuestra legítima felicidad dejemos de mirar hacia afuera. Que viva Palestina libre.

    Que muera el México de la desinformación. Los núcleos urbanos ya no deben distinguirse por albergar a personas enconchadas en una vida cómoda en la que se tiene la percepción infundada de que uno parece más inteligente cuando critica al gobierno solo porque eso pensabas de quienes lo hacíamos en décadas pasadas, cuando vivíamos en el régimen neoliberal. Aunque cueste trabajo aceptarlo para algunos, al gobierno actual sí le importa el pueblo. Lo que toca es salir de esa burbuja de entretenimiento barato en que vivimos por inercia para informarnos por la vía de los múltiples esfuerzos independientes que existen actualmente y que hicieron que millones se politizaran a ritmo acelerado. No por nada, AMLO dice hasta la fecha: «benditas redes sociales». Que se queden en el basurero de la historia los voceros de la oligarquía con todo y su aspecto pulcro para la pantalla televisiva o su voz impostada que en la radio solo disfraza el odio y la ignorancia.

    Que viva el México orgulloso de su pasado y su presente. Ya es motivo de orgullo portar a Quetzalcóatl en fiestas patrias y a Mictlantecuhtli en día de muertos. Somos una nación multiétnica donde se hablan 68 lenguas originarias, que son lenguas, idiomas; no dialectos. Aprendamos al menos una para acceder a todo un mundo de cosmogonía poética y conexión con la naturaleza. Escuchemos pirecuas, huapango, canto cardenche, chilenas, banda sinaloense, mariachi, son jarocho, polka, trova yucateca, norteñas y hasta el hip hop callejero de nuestros jóvenes, a quienes debemos seguir formando para que aprecien todo lo demás. Explora a fondo tu pasado y el de tu comunidad. Siéntete muy orgulloso de todos los recuerdos que atesoras y vive intensamente junto a quienes amas para crear nuevos recuerdos que puedas atesorar, y así, cuando envejezcas, se conviertan en experiencias y sabiduría que podrás transmitir a quienes vienen detrás.

    Que muera el México malinchista que considera “naco” todo lo que representa la mexicanidad en términos populares. Nombrar las cosas en inglés u otras lenguas europeas no es ningún timbre de orgullo o prestigio. Si un producto es “americano” o alemán no tiene por qué ser mejor que uno mexicano; recuerda que simplemente son nuestros socios comerciales y la idea es competir en igualdad de condiciones. Hablar inglés no te hace más inteligente ni “preparado”. El idioma que hablamos y nuestra particular versión del mismo atienden exclusivamente a nuestra necesidad de comunicarnos. La lengua española nos tocó de rebote, y pues ni modo, ya es parte de nuestra identidad. Sin embargo, ir por la vida rindiéndole pleitesía a la “real academia” no te hace mejor persona que todos aquellos que no tuvieron las mismas oportunidades para instruirse y aun así viven digna y felizmente sin perseguir quimeras aspiracionales para agradar o impresionar a terceros.

    Que vivan tú, tu nombre, tu sonrisa, tu recuerdo y tu legado; y que vivan por siempre. Que tu alma nunca sucumba ante la oscuridad y que siempre que extiendas la mano, incluso en el momento más oscuro, ésta se toque con otra tan amorosa y fraterna como la tuya. Que viva la lucha que te trajo hasta aquí y la de los gigantes desde cuyos hombros miramos hacia el futuro.

    Mexicano por designio divino y privilegio cósmico, álzate orgulloso bajo este sol otoñal, con tu corazón latiendo y tus ojos brillando, para abrazar la nueva era que hemos forjado juntos. No sabes cuánto te amo, hermano revolucionario, hijo de Cuauhtémoc, que murió de pie como lo haremos nosotros.

    Y por supuesto, las veces que sean necesarias, hasta que se nos quiebre la voz de emoción:

    ¡VIVA MÉXICO, CABRONES!

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  • México en llamas

    México en llamas

    Durante este septiembre de 2024 estamos transitando por un periodo muy interesante e inédito. En los anteriores fines de sexenio, el presidente saliente tenía un lapso de hasta seis meses antes de dejar el poder el 1 de diciembre. Muchos factores hacen que todo sea distinto. Regularmente, la figura de quien estaba por dejar el poder se iba diluyendo mediáticamente. Cuando se había votado por la alternancia, es decir; un partido distinto al que había gobernado, el presidente en turno terminaba con una popularidad en números rojos y casi no se hablaba de él. Así fue con Enrique Peña Nieto, de quien muy poco se supo durante el tiempo entre el triunfo electoral de AMLO y su ascenso al poder el 1 de diciembre de 2018.

    En esta ocasión, el ascenso de Claudia Sheinbaum al poder, respaldado por una abrumadora cantidad de votos con respecto a la derecha en la elección pasada, genera enorme esperanza, pero no en detrimento o contraste con el obradorato, pues, al mismo tiempo y de manera espontánea, se van suscitando escenas inéditas que se pueden atestiguar a través de redes sociales. Se vuelve cada vez más intenso y palpable el sentimiento de melancolía que genera la partida de AMLO del poder. Hay personas que entre lágrimas no dejan de clamar la palabra gracias, mientras que otras tantas, sabiendo lo imposible de su petición, le gritan «¡no te vayas!». El propio AMLO no para de recorrer el país y recibir de primera mano estas y otras muestras de cariño popular que notoriamente le causan un nudo en la garganta.

    Y justamente en estos días, se vive la álgida discusión de la reforma judicial propuesta por el propio López Obrador, respaldada por Claudia Sheinbaum y exigida por los votantes del pasado junio. Aunque los ánimos de quienes se han involucrado de lleno están sumamente caldeados, en general se percibe tranquilidad por parte del grueso de la población que apoya a la cuarta transformación. Esto no se debe, como dicen los políticos y comunicadores de derecha, a que se trate de una masa ignorante que vota a ciegas y de manera inconsciente, lo cual, por cierto, sí es reflejado por su cada vez más reducida base popular; sino que, con plena confianza en la opción que eligieron en las urnas, el pueblo se dispone a llevar a cabo una vida feliz acorde con los tiempos que corren.

    Recientemente, el decadente bufón televisivo, ahora devenido en empresario de medios, Eugenio Derbez, publicó en redes sociales una especie de lamento y al mismo tiempo arenga audiovisual; un video en que instaba a las personas a dejar de ver La Casa de los Famosos, el infame reality de Televisa, para voltear a ver la polémica que envuelve a la reforma judicial, nombrada en su momento por el presidente como el Plan C. La incongruencia de Derbez lo descalifica en automático, aparte de considerar a los políticos de derecha como el bando de los buenos. Derbez llegó a ser el rey del rating en Televisa durante la época dorada de la televisión cumpliendo el papel de distractor y disuasor para que el pueblo no se politizara. Que no olvide Derbez cómo utilizó a personas con deficiencias mentales como Sammy Pérez (que en paz descanse) y Miguel Luis para ridiculizarlos y exponerlos al escarnio de esa sociedad desprovista de valores a la que ellos mismos cultivaban.

    Derbez habla de un México “dividido y en llamas”. Una vez más, aquella vomitiva caterva a la que llama Agustín Laje “derechita cobarde”, asoma la cabeza para reivindicar ese apelativo. Anteponen el nombre de nuestro país y lo usurpan de manera irresponsable, no se asumen como de derecha porque siguen apostándole a invisibilizar la distinción entre derecha e izquierda bajo la tramposa noción de las “instituciones democráticas” y el discurso “liberal”; todo aquello que durante años les resultó muy efectivo a subcriaturas como Denisse Dresser, Enrique Krauze, Aguilar Camín y otros tantos personajes encumbrados artificialmente por los medios y la academia para legitimar la farsa de régimen que teníamos en México para mantener la corrupción y la desigualdad, al tiempo que se mantenía al imperio contento con la conveniente falacia de la pluralidad y los contrapesos. ¿Y qué creen? Gracias a AMLO, subvertimos todo eso y los dejamos en la ignominia. Me alegro.

    Si hay aún asuntos por resolver, se deben mucho más a los arraigados flagelos causados por el régimen de saqueo, impunidad y desigualdad, que a cualquier posible ineficacia o falta de voluntad política del actual gobierno, que volcó sus esfuerzos hacia los estratos más bajos de la sociedad. Así pues, cuando AMLO dice que «el pueblo está feliz, feliz, feliz», es porque recorre el territorio donde no hay solo gente blanca y malencarada que se dice inconforme con este gobierno y que insulta visceralmente a cualquiera que lo apoye.

    La afirmación de AMLO, que, sin duda causa enorme ámpula y ha generado diversas réplicas que se regodean en la tragedia y en brotes de protesta para rebatirlo, muy seguramente se sustenta en que cabecita de algodón ha visto escenas que Derbez jamás verá:

    Una playa de Zihuatanejo donde un señor, dentro de los souvenirs que vende, ofrece el libro Gracias; un tianguis de Neza, Iztapalapa, Ecatepec o cualquier otro municipio, en que la gente pasea feliz, grupos de jóvenes liban micheladas y músicos callejeros deleitan a la concurrencia con interpretaciones envidiables; una fiesta patronal en las faldas del Iztaccíhuatl, donde todas las casas del pueblo hacen comida especial, con el mole y los tamalitos de frijol como principales protagonistas; el quiosco de un poblado en la huasteca potosina, donde, sin previo aviso, un violinista y dos cantantes, ninguno mayor de 16 años, comienzan a improvisar versos huapangueros, para luego ser parte de una enorme multitud que hace lo mismo y prolonga la fiesta por horas; leñadores de un bosque michoacano que ríen y cuentan chistes picantes con una botella de charanda mientras muere el sol en el horizonte; una familia que se toma una fotos y pide una canción a los músicos de la trajinera contigua en los canales de Xochimilco; dos hermanos migrantes que regresan en su impresionante troca a su pueblo de Oaxaca para abrazar a su madre, quien los recibe con una canasta de pitayas, un plato de cecina, salsa martajada y tortillas calientitas; surfistas en Baja California que dejan sus tablas en la arena para comer unos tacos de marlín alrededor de una fogata en el ocaso; chamulas que se calientan el corazón con una botella de pox con el canto de los saraguatos en la selva; mis sobrinos y yo peleando encarnizadamente por el balón para ganarlo, enfilarnos a la portería y meter un satisfactorio gol en una noche de viernes en medio de la jungla de asfalto; un niño y una niña que le piden a su mamá un penacho y un moño tricolor, respectivamente, así como buscapiés y banderas de México en un puesto que atiende una señora humilde, quien a su vez se ayuda con la pensión del bienestar para el adulto mayor; los juniors regiomontanos que, aunque sus padres empresarios no lo reconozcan, disfrutan con tranquilidad de su carnita asada y cerveza en exclusivo penthouse de Cumbres.

    No es el Aleph de Borges, Derbez y señores de la derecha. Es el México feliz, patriótico, fraterno y humano por el que luchamos. Salgan de sus zonas exclusivas, que más bien deberían llamarse zonas de exclusión, y contemplen la felicidad y el amor. Acepten su derrota. Se les cayó el castillo de naipes mediático. Desperdician su dinero al pintar el caos en sus espacios cuando la gente está visitando museos y parques en familia, compartiendo la mesa, estudiando y trabajando con menos preocupaciones que en los sexenios pasados. Ya lo dijo Ramiro Padilla: «Nosotros ganamos; nosotros ponemos la agenda y controlamos el discurso». Y cuando digo nosotros, me refiero al pueblo. Sigue siendo un honor estar con Obrador.

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  • ¿A qué le tiran cuando odian?

    ¿A qué le tiran cuando odian?

    «Chairos, apóstoles macuspanos. ¡Prófugos del ácido fólico!»

    Con este estrambótico y mezquinamente ofensivo pregón inicia sus disertaciones uno de tantos creadores de contenido pejefóbicos en la red TikTok, todas ellas rebosantes de más insultos y jocosas pifias expresivas que demuestran dos cosas: que debido a su vida cómoda jamás se había interesado en política, y que su argumento principal es un burdo y primitivo odio hacia fantasmagorías que su círculo cercano le ha ido creando para enardecerlo contra todo lo referente al movimiento encabezado por AMLO. Y desde el punto de vista lingüístico, cabe destacar el interesante uso que le dan al nombre del pueblo de donde es originario AMLO, ya que Macuspana es un sustantivo por ser el nombre de un lugar. Sin embargo, en un alarde de ingenio involuntario, convierte a la palabra en un adjetivo que para él tiene connotación negativa.

    De estas y otras subcriaturas se plagaron las redes sociales desde el periodo electoral. Esto no necesariamente responde a un genuino movimiento social masivo anti 4T que orgánicamente se manifieste en redes sociales, sino que, como ya ha sido comprobado en estudios realizados por grupos de investigación como Tlatelolco Lab o Infodemia. El posicionamiento de contenido en contra del gobierno se debe a una estrategia premeditada que consiste en promover y dar prioridad a todo aquello que pueda allanar el camino de la derecha de regreso al poder. Evidentemente no funcionó y así lo decretó el electorado en las urnas. Sin embargo, la inercia continúa, aunque con algunos matices que la diferencian del periodo electoral.

    Durante cinco años se construyó la narrativa, repetida por lo alto y por lo bajo, de que los programas sociales eran un instrumento de control de masas y garante de resultados electorales favorables al gobierno. Surgió incluso una categoría social que resultó ser simplemente una suerte de criatura mitológica que utilizaron como receptor de todo el racismo y clasismo que entraña su ideología: los “ninis del bienestar”. Según la narrativa de la derecha, y sobre todo de quienes realmente no tienen una ideología concreta, pero aspiran a parecer más ricos o más inteligentes insultando a la izquierda en redes sociales, existe un sector de la población en edad laboral, pero no integrado al aparato productivo, que, según ellos, percibe una subvención del gobierno con el fin de ser no solo un electorado cautivo, sino una especie de ejército capaz de operar elecciones en favor de los intereses de AMLO y el resto del movimiento.

    Sin embargo, y esto lo he tenido que explicar verbalmente a muchas personas que aún creen en esas criaturas mitológicas, que nadie que no sea adulto mayor, estudiante del sistema público, aprendiz en una empresa o madre soltera, empresario de pequeña escala que incentiva su negocio con las tandas del bienestar o los créditos a la palabra, ni cualquier otro beneficiario de los múltiples programas sociales; percibe sostenidamente un incentivo solo por existir. Les he dicho incluso, que, si me traen a una sola persona que realmente cobre una pensión o beca sin estudiar ni trabajar, sin tener una discapacidad y sin ser adulto mayor, renuncio para siempre al periodismo. Sin embargo, heme aquí en friega loca haciendo por la vida.

    Todo podría quedarse en las mentiras e insultos, pero pueden ir más lejos, pues los trolls de siempre y muchos nuevos que ahora proliferan en la red TikTok, muestran abiertamente sus deseos de que el país colapse y de que en general nos vaya mal para que así por fin se demuestre que ellos tenían razón, y que así sea mucho más fácil que el pueblo se desengañe y vuelva a votar por la derecha, a la que jamás llamarían derecha, por cierto. Este salto lógico, ostentado por personas que se ostentan como nuestros superiores intelectruales, así como por otros a quienes el conocimiento les produce sarna; es la principal motivación para empeñarse en que el peso se deprecie ante el dólar, que los videos de escaramuzas, balaceras e incluso incursiones con tanques en ciudades sean videos grabados en México, que el empleo caiga, que los paisanos dejen de mandar remesas o que incluso, por increíble que parezca, que la delegación mexicana en las olimpiadas de París 2024 pierda en todas las competiciones y no obtenga medalla alguna.

    Últimamente he escuchado con curiosidad y no pocos reparos al comuinicador hidrocálido José Luis Morales. Como muchos de los opositores a la 4T, se expresa desde la violencia verbal, el clasismo, el racismo y las acusaciones de corrupción como si estas tuvieran que ser por fuerza una característica inherente a la izquierda. De hecho, resulta interesante dilucidar cómo hay una serie de capas en este discurso, cuyo núcleo es el mero odio por la otredad, pero que queda invisible. Personas como Morales jamás verbalizarían su descontento con que estén en el poder quienes hacen a la población morena, humilde, sin estudios y con un acento del español no estandarizado, sentirse representada. Por encima de ese discurso se encuentran permanentes acusaciones de ineptitud, colusión con el narco, corrupción, indolencia ante los reclamos de víctimas, inoperancia ante desastres naturales y accidentes, así como falta de respeto a garantías individuales y derechos humanos. Cubren su odio irrefrenable con lo que parecen reclamos legítimos, pero que pocas veces están fundados. Y por cierto, recientemente Morales publicó un video en el que clamaba a los cuatro vientos que eran las peores olimpiadas de la historia para la delegación mexicana. Una contertulia de su programa le aclaró que no era así, que hubo ediciones de una sola medalla, pero él no hacía caso y cargaba contra Ana Guevara llamándola “pinche corrupta”.

    Me desconcierta la espiral de misantropía embarrada de nacionalismo e indignación en la que los opositores se metieron durante el periodo electoral y de la cual no han salido. En este sentido, creo que son más odiadores que opositores y sus motivos reales solo son verbalizados por algunos pocos que son tachados de radicales o cínicos. Otro tiktoker, cuyos videos desafortunadamente me aparecen con frecuencia en mis primeras incursiones dentro de esta red, se descuelga con peroratas como: «Chairos, estúpidos, imbéciles y traidores a la patria. Y si me quieren increpar en la calle, van a ver que puedo sostener lo que digo y que no va a ser fácil callarme, porque conmigo saldrían muy lastimados. Malditos ‘sápatras’ (sic)». Graba desde una oficina en el piso alto de un edificio y vestido con camisa formal, mostrando una taza del Tec de Monterrey. Su falta de argumentos y sus imprecisiones gramaticales nos hablan de una persona que ostenta “preparación” de forma sistemática, pero que no tiene apego alguno a las artes o la literatura, como dicta el neoliberalismo. Incluso deja entrever que practica alguna disciplina de combate o arte marcial y tiene ganas de lastimar físicamente a algún “chairo”, porque, en su cosmogonía, simplemente es lo correcto.

    Hay sin duda mucho por avanzar y mucho por eludir las agresiones de todo tipo que provienen de esa caterva enardecida de ciudadanos con un entendimiento sumamente corto de lo que realmente implica una transformación de la vida pública. El hecho innegable es que, aunque seguirán añorando el poder, al menos en lo inmediato se les vienen tiempos poco halagüeños. Sin embargo, la derecha nunca duerme. Todos los que integramos este movimiento debemos seguir firmes y haciendo las cosas cada vez mejor, cada quien desde su trinchera. El imperio y sus esbirros siempre encuentran la manera de regresar. Y aquí seguiremos nosotros, el pueblo politizado, con todo lo necesario para impedirlo. 

  • El bello arte de no llamar a las cosas por su nombre [Parte 2]

    El bello arte de no llamar a las cosas por su nombre [Parte 2]

    En la entrega pasada estudiamos los orígenes del PRI y el PAN, que, durante sus primeros años de existencia se distinguieron por operar con base en sus valores fundacionales, mientras que, durante el resto de su existencia se fueron poco a poco convirtiendo en lo que hoy son y tratando de abolir las definiciones de izquierda y derecha.

    Durante las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, el gobierno priista se alineó aún más a los designios estadounidenses. Muy conocido es el episodio en que la cúpula del partido mandó callar a mi general Cárdenas por su apoyo a la revolución cubana durante el incidente de Bahía de Cochinos en 1961. Y qué decir de las represiones, masacres y guerra sucia que se suscitaron durante los sexenios de Díaz Ordaz y Echeverría. Todo ello igualmente fue instruido por Washington. Sin embargo, y a pesar de todo eso, el PRI mantenía el discurso de que representaba a la auténtica izquierda, y que intentos como el PCM (Partido Comunista de México), no eran opciones genuinas para el electorado mexicano, pues, tal y como todo el bloque alineado con Estados Unidos sostenía, se trataba de oscuras fuerzas extranjeras que buscaban subvertir el orden social. Desde la guerra fría venimos arrastrando el estigma del comunismo y socialismo, aún recurrente en el discurso de ultraderecha para espantar a la población con el petate del muerto.

    En 1973, de la fusión entre Telesistema Mexicano y Televisión Independiente de México, surge Televisa, que en las décadas posteriores se afianzaría como el principal aliado del régimen. El ultraconservadurismo del PAN y la izquierda radical que a veces era rematada con los adjetivos de ‘marxista’ o ‘comunista’, cumplían con el papel de los perfectos enemigos que permitían al PRI paternalista de la segunda mitad del siglo XX posicionarse como una fuerza protectora de centro que salvaguardaba los valores de la revolución. Desde mediados de los 80 se había trazado el plan de implantar un régimen neoliberal en México por mandato de EEUU, de manera que era impensable dejar ganar a Cuauhtémoc Cárdenas, así que le fue propinado el fraude del 88 para poder continuar con el plan. Y dado que la televisión cumplía con creces su trabajo, nunca se dio nada parecido al estallido social que aquel despojo merecía.

    El neoliberalismo, aquella doctrina económico-política que tiende a reducir al Estado y dar manga ancha a los empresarios; vino acompañado de un discurso que resultó muy conveniente al PRI y al PAN en el contexto de la celebrada “alternancia” en el año 2000. Comenzó a posicionarse en medios la idea de que no existían izquierda ni derecha, pues intelectuales, así como el grueso del espectro radioeléctrico y editorial, se habían encargado de pintar al PRI como lo peor y al PAN como la cura de todos los males, por lo que su visión conservadora fue hábilmente cubierta bajo banderas como la “democracia” y un nacionalismo ramplón cultivado en las pantallas de Televisa durante décadas.

    La figura de AMLO era ya muy relevante, por lo que, una vez más, la maquinaria se puso en marcha, y como hubiera sido un contrasentido histórico y hasta un ridículo si se hubiera afirmado algo como «la izquierda es un peligro para México», se prefirió hacer a Andrés Manuel López Obrador poco menos que un quinto jinete del apocalipsis, por lo que la ingente campaña mediática en su contra y el fraude electoral llevaron a Felipe Calderón a refrendar ilegítimamente el poder del PAN, que, durante el gobierno de Fox conservó el talante ultraderechista, pero que, con Calderón, fue mutando cada vez más hacia un partido neoliberal en toda regla con los intereses puestos más en lo económico que en las prioridades de la agenda ultraderechista.

    Gris en cuanto a relevancia y rojo en cuanto a saldo fue el gobierno de Peña que llevó a AMLO al legítimo triunfo en 2018. De una manera muy pueril, la derecha siguió siendo sumamente cobarde al no transparentar sus verdaderas intenciones. Al no sincerarse, el gobierno de la ahora llamada Cuarta Transformación pudo tranquilamente refutar con hechos todo lo que se aseveraba. Se acusaron durante todo el sexenio malos resultados y el pueblo mexicano, que exponencialmente se fue politizando en cantidad y calidad, tenía cada vez más elementos para reconocer las mentiras vertidas sobre el gobierno y AMLO, quien se fue afianzando como líder social.

    Con miras a la campaña de 2024, al menos desde dos años antes, Claudio X González aglutinó a un grupúsculo de empresarios y políticos para tratar de recuperar el poder. Si el PRD y era izquierda, el PRI centro y el PAN derecha, al menos históricamente; esto ya no importó, como tampoco importaban las posturas políticas para los ciudadanos que decidieron apoyar a este esfuerzo anti obradorista. El chiste era quitar a Morena del poder, pero una vez más sin honestidad de por medio. «Trabajamos por México», era uno de los eslóganes más recurrentes del ahora decadente aparato neoliberal, que, de paso, tuvo el desatino de ungir a Xóchitl Gálvez como candidata. Y ya conocemos el resto de la historia.

    En diversas latitudes existen partidos que llevan su identidad en el nombre. No habría ningún problema si el naciente y anodino Frente Cívico Nacional (cuyo nombre no dice absolutamente nada a nadie) se llamara Partido Conservador. Si se creen “superiores” y con marcadas “influencias europeas”, como se llegó a decir en alguna de sus marchas, podrían copiar tranquilamente, si no el nombre, sí la valentía de llamar a las cosas por su nombre. Hay panistas como Teresa Castell o América Rangel, así como otros demasiado radicales para dicho partido, que tranquilamente dicen combatir a la izquierda. La verdad es que eso se agradece. Supongo que tienen miedo a ahuyentar al electorado que aún se mueve bajo esa lógica, pero si la izquierda no tiene empacho en asumirse como tal, lo menos que se podría esperar es que ellos se asumieran como lo que son sin esa patética fachada del nacionalismo marca Luis de Llano. No por nada, Agustín Laje los llamó “derechita cobarde”.

    He ahí una revisión del enorme atraso ideológico del que sufre el bloque conservador mexicano. Supongo que temen radicalizarse porque sienten que se quedarían solos, pero, y sin afán de regodearme, yo preguntaría: ¿podrían estar más solos de lo que reflejó el resultado de la elección pasada? En Claudia Sheinbaum, el bloque conservador encontrará a una hábil combatiente en el campo ideológico, dispuesta a trazar los puentes necesarios para el entendimiento, pero implacable ante la mentira y el juego sucio que durante el sexenio pasado trataron de utilizar sin éxito. Ojalá maduren y, como dicen ellos, «por el bien de México», abandonen la hipocresía. De otra forma, por más partidos y frentes que formen; nosotros, el pueblo politizado, siempre tendremos con qué combatirlos y neutralizarlos. La cuarta transformación continúa.

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