Categoría: Aldo San Pedro

  • Computación cuántica en palabras claras. Así va a transformar tu vida

    Computación cuántica en palabras claras. Así va a transformar tu vida

    Durante años, el término “computación cuántica” ha habitado los laboratorios, los congresos científicos y las series de ciencia ficción. Hoy, sin embargo, se ha abierto paso hacia la esfera pública con una promesa tan poderosa como inquietante: cambiará nuestras vidas, aunque no sepamos bien cómo ni cuándo. En esta columna no encontrarás fórmulas ni tecnicismos, sino una mirada clara a un fenómeno que ya impacta la salud, la economía, la seguridad digital y el diseño de políticas públicas. En un contexto internacional que se disputa la soberanía tecnológica, México tiene ante sí una decisión crucial: quedarse mirando o entrar a tiempo a una de las revoluciones más determinantes del siglo XXI.

    Si una computadora clásica es como una fila de interruptores encendidos o apagados, la cuántica se parece más a una red de luces que pueden estar encendidas, apagadas o ambas cosas al mismo tiempo. Eso permite explorar millones de combinaciones a la vez, en lugar de una por una. Es lo que se conoce como “superposición”, y cuando se combina con otras propiedades como el entrelazamiento y la interferencia, surge un nuevo paradigma: uno que no se trata solo de hacer las cosas más rápido, sino de hacer cosas que hoy, sencillamente, son imposibles.

    Desde la perspectiva ciudadana, los beneficios pueden parecer invisibles, pero serán profundos. En medicina, por ejemplo, se podrían simular moléculas para crear fármacos personalizados con menos efectos adversos. En ciudades congestionadas, ayudaría a planificar rutas escolares, redes de transporte y turnos hospitalarios con una eficiencia inédita. Y en nuestras casas, nos permitirá acceder a servicios digitales más inteligentes, seguros y adaptados a nuestras necesidades, sin instalar una computadora cuántica en el escritorio.

    El riesgo, por supuesto, también está presente. Hoy protegemos nuestras cuentas bancarias, historiales médicos y documentos oficiales con sistemas de seguridad digital basados en problemas matemáticos complejos. Pero si una computadora cuántica suficientemente potente cayera en malas manos, podría romper esos sistemas en cuestión de minutos. Es por eso que países como Estados Unidos ya han iniciado la migración hacia algoritmos de “criptografía post-cuántica”, una carrera silenciosa por blindar los datos antes de que sea demasiado tarde.

    Mientras tanto, otras naciones van más allá. China ha construido redes de comunicación cuántica a nivel nacional. Alemania y Canadá invierten en centros de simulación para sus industrias. Y Estados Unidos, además de su músculo empresarial, ha abierto el acceso a procesadores cuánticos en la nube y ha estandarizado normativas de ciberseguridad. El mensaje es claro: esta tecnología no se quedará en los laboratorios. Quien la domine, definirá las reglas del juego económico, militar y diplomático en las próximas décadas.

    En este momento de la historia, se estaría configurando un nuevo mapa de poder global, donde ya no bastaría con tener petróleo, oro o influencia militar: el control del conocimiento cuántico marcaría el rumbo de las decisiones estratégicas. Esta tecnología permitiría definir políticas de defensa, sistemas de comunicación inviolables y modelos económicos con capacidad predictiva sin precedentes. Por esa razón, países como China, Canadá y Alemania no habrían escatimado en inversiones públicas millonarias, alianzas académicas y centros de simulación de vanguardia. Desde nuestra óptica, si México decidiera mantenerse al margen de estas transformaciones, su soberanía digital quedaría subordinada a las decisiones de quienes sí se anticiparon al cambio. Por tanto, participar activamente en esta carrera no sería una cuestión de ambición científica, sino de supervivencia estratégica.

    En este panorama, la pregunta no es si la computación cuántica llegará a nuestras vidas, sino cómo llegará y quién decidirá su uso. La capacidad de simular con precisión nuevos materiales permitirá productos más sostenibles y baratos. Algoritmos cuánticos como el de Grover o el de Shor transformarán la inteligencia artificial, la logística, el aprendizaje automático y el análisis de datos. Incluso tareas cotidianas como detectar fraudes financieros o traducir conversaciones en tiempo real se verán profundamente modificadas.

    Pero no todo es futurismo. En 2024, la Universidad de Oxford demostró que una persona podía acceder a un procesador cuántico remoto sin comprometer su privacidad, gracias a la llamada “computación cuántica ciega”. El Instituto Nacional de Estándares y Tecnología (NIST), por su parte, ya lanzó CURBy, un generador cuántico de números aleatorios certificados. ¿Por qué importa? Porque detrás de un sorteo justo, una elección digital o un contrato seguro, hay números que no deben seguir patrones predecibles. Y solo la física cuántica puede garantizarlo de forma verificable.

    En términos de estrategia nacional, la situación de México es delicada. El país no cuenta aún con una política pública robusta en materia cuántica ni con un marco legal actualizado en criptografía de nueva generación. Mientras tanto, universidades, centros de investigación y jóvenes talentos desarrollan proyectos con presupuestos limitados, sin una hoja de ruta nacional. Las consecuencias de no actuar hoy serían la dependencia tecnológica, la vulnerabilidad digital y la pérdida de competitividad en sectores clave como salud, energía y defensa.

    Sin embargo, también hay señales de esperanza. En los últimos años, instituciones académicas mexicanas han colaborado con redes internacionales de investigación, y existen iniciativas locales de divulgación, formación y emprendimiento tecnológico que podrían multiplicarse si se les dotara de visión política, presupuesto sostenido y marcos regulatorios inteligentes. No se trata de inventar desde cero, sino de coordinar lo existente y construir sobre lo que ya hemos sembrado.

    La computación cuántica no es un lujo futurista. Es una necesidad presente. Como país, deberíamos garantizar que esta revolución tecnológica no sea decidida únicamente por quienes tienen el mayor presupuesto, sino también por quienes tienen el mayor compromiso social. Las decisiones que tomemos ahora definirán si tendremos voz en la gobernanza tecnológica global o si quedaremos relegados a ser consumidores pasivos de herramientas diseñadas por otros países, para resolver sus propios intereses.

    México no parte de cero: tiene talento, instituciones académicas reconocidas y vínculos internacionales. Pero si no se toma acción ahora, el país quedará fuera de las decisiones estratégicas que definirán el siglo XXI. Este es el momento para sembrar capacidades, formar liderazgos y asegurar que la revolución cuántica también hable español, tenga rostro latinoamericano y se rija por principios de inclusión, soberanía y justicia tecnológica.

  • Cuidar el entorno, prevenir la violencia: la educación ambiental como política comunitaria de paz

    Cuidar el entorno, prevenir la violencia: la educación ambiental como política comunitaria de paz

    En un contexto nacional marcado por crisis ambientales, violencia estructural y fragmentación del tejido social, repensar las estrategias de prevención del delito no solo desde el aparato judicial o policiaco, sino desde la base comunitaria y cultural, se vuelve una necesidad urgente. La educación ambiental, entendida como un proceso interdisciplinario, situado y transformador, puede consolidarse como una herramienta poderosa para reconstruir entornos seguros, fortalecer la identidad colectiva, visibilizar la injusticia y prevenir expresiones de violencia. Esa posibilidad se vuelve tangible en el caso de La Conciencia de El Pinacate A.C., una organización que desde 2017 ha articulado arte, ciencia, educación y comunidad en Puerto Peñasco, Sonora, con resultados visibles y replicables.

    Si se reconociera que la crisis ecológica y la violencia son dos caras del mismo problema estructural, se abriría paso a nuevas políticas de seguridad que inviten a mexicanas y mexicanos a participar activamente en el cuidado de su territorio. Cuando se comprende que la educación ambiental no solo transmite conocimientos, sino que también empodera a las personas para transformar su realidad —como sostienen Pierre Sauvé y Enrique Leff, quienes conciben esta pedagogía como una práctica emancipadora, generadora de pensamiento crítico y acción colectiva—, se evidencia que prevenir la violencia desde la raíz exige educar con conciencia territorial.

    Si se analizara con detenimiento el contexto de Puerto Peñasco, se observaría una región afectada por la sobreexplotación pesquera, la urbanización sin planeación y un turismo desbordado que ha fragmentado el tejido comunitario. Frente a ello, La Conciencia de El Pinacate A.C. ha generado acciones como murales colectivos, coloquios ambientales y talleres de creación artística, involucrando a pescadores, docentes, estudiantes, niñas, niños y personas adultas mayores en procesos de recuperación de espacios públicos y de resignificación simbólica del territorio.

    Si se asumiera la educación ambiental como política de paz, se podrían vincular sus principios con el enfoque CPTED (Crime Prevention Through Environmental Design, o prevención del delito mediante el diseño ambiental), el cual propone que un espacio bien diseñado puede disuadir la delincuencia al fomentar vigilancia natural, sentido de pertenencia y apropiación ciudadana. En ese marco, las acciones comunitarias dejan de ser eventos aislados para convertirse en estrategias integrales de prevención social, al transformar los lugares abandonados en espacios de convivencia, arte y memoria colectiva.

    Si se aplicaran metodologías participativas como la investigación-acción, se permitiría establecer un diálogo horizontal entre academia, instituciones y comunidad. Al formar facilitadoras y facilitadores ambientales desde los propios barrios, impulsar huertos escolares, recorridos ecoeducativos en zonas protegidas y actividades artísticas que conectan ciencia y cultura, la educación ambiental se volvería una experiencia liberadora que fortalece la agencia ciudadana, especialmente en las juventudes, a menudo excluidas de los procesos de decisión sobre su entorno.

    Si se comprendiera el arte como una herramienta de denuncia y de esperanza, se podrían transformar las percepciones de inseguridad mediante prácticas estéticas que enraízan valores comunitarios. Un ejemplo de ello es el mural realizado en la calle Galeana, donde flora, fauna, rostros locales y símbolos de resistencia fueron pintados en colectivo. Esta pieza, más que una obra decorativa, actúa como un archivo visual que recupera la memoria social y también como un mecanismo informal de vigilancia, al generar mayor presencia y apropiación del espacio.

    Si se promovieran espacios públicos para la proyección de cine comunitario —como en el caso del documental La Otra Parte, que aborda de forma crítica la expansión del narcotráfico—, se abrirían foros para discutir las causas estructurales de la violencia, romper con el relato de inevitabilidad del crimen y alentar procesos de reflexión colectiva. En esos encuentros, las y los jóvenes dialogan sobre los impactos ambientales del crimen organizado, sobre las ausencias en sus comunidades y sobre la urgencia de imaginar futuros donde el cuidado prevalezca sobre la explotación.

    Si se incluyeran ferias de ciencia, jornadas ambientales y exposiciones de arte en el calendario cívico, se convertirían calles antes percibidas como inseguras en aulas abiertas de intercambio intercultural. La evidencia recopilada en estos eventos demuestra que la llamada “vigilancia afectiva”, basada en la presencia activa de la comunidad, tiene un impacto positivo comparable al de los dispositivos tecnológicos o coercitivos, pero con el valor añadido de fortalecer el tejido social.

    Si los gobiernos locales, alineados con los principios de la Cuarta Transformación —austeridad republicana, justicia social y participación ciudadana—, decidieran institucionalizar estas prácticas, podrían consolidarse programas públicos de prevención del delito con perspectiva ambiental. Para ello, sería necesario establecer fondos específicos que apoyen a organizaciones territoriales, promover la recuperación de espacios públicos y formar consejos comunitarios de cultura de paz, con representación real de quienes habitan y conocen el territorio.

    Si el sistema educativo integrara de forma transversal los contenidos de justicia ambiental, cultura de paz y prevención del delito, se formarían generaciones con mayor sentido de arraigo, empatía y corresponsabilidad. Las y los docentes actuarían como mediadores comunitarios, promoviendo proyectos escolares conectados con las problemáticas locales. Así, los impactos no se limitarían a los aprendizajes escolares, sino que se medirían también en términos de percepción de seguridad, apropiación del espacio y capacidad organizativa de las comunidades.

    Construir paz desde el entorno no es una utopía, es una tarea política, educativa y ecológica que ya está en marcha, con resultados visibles; el desafío ahora es replicarla, protegerla y reconocerla como parte de una política pública democrática y corresponsable, que escuche a la comunidad, cuide el territorio y prevenga la violencia desde su raíz.