Vemos el ir y venir de nuestra presidenta de México hacia las zonas más golpeadas por las inundaciones en los estados de Hidalgo, Veracruz y Puebla. Su presencia no solo representa un acto de gobierno, sino también un gesto humano que brinda fuerza y esperanza a miles de familias que hoy lo han perdido todo. Son regiones difíciles de acceder, incluso por vía aérea, donde la tragedia se mezcla con la resiliencia de un pueblo acostumbrado a levantarse.
El trabajo del gobierno federal se ha enfocado en atender con rapidez los daños materiales y humanos que dejaron las lluvias torrenciales. Sin embargo, más allá de los recursos o los helicópteros de apoyo, lo que más necesita la gente en este momento es sentir que no está sola, que su dolor es escuchado y su sufrimiento comprendido.
Por otro lado, la gobernadora de Veracruz, Rocío Nahle, se ha mantenido al frente del esfuerzo estatal, caminando entre el lodo y las comunidades afectadas, gestionando ayuda a ritmo acelerado para que los víveres, medicinas y refugios lleguen donde más se necesitan. Su presencia constante ha sido notoria, y su compromiso, visible. En tiempos donde las palabras sobran, la acción se vuelve el único lenguaje válido.
Vale también reconocer la solidaridad de los gobernadores vecinos, como Samuel García, de Nuevo León, y Américo Villarreal, de Tamaulipas, quienes han extendido la mano para apoyar a Veracruz en esta emergencia. En un país que tantas veces se ve dividido por intereses políticos o partidistas, estos gestos de cooperación muestran el verdadero rostro del servicio público: el de la empatía y la unión ante la adversidad. Un aplauso para su generosidad y su disposición en momentos tan difíciles.
Aun así, el panorama sigue siendo complejo. La desesperación y la necesidad hacen que muchas familias sientan que lo han perdido todo. Hay quienes claman por ayuda, quienes buscan a sus seres queridos y quienes simplemente esperan volver a empezar. Por eso, es fundamental que estos recorridos y promesas de apoyo no dejen fuera a nadie, absolutamente a nadie. La justicia social también se mide en la capacidad de no olvidar a los que menos voz tienen.
En medio del desastre, no faltarán quienes intenten aprovechar políticamente la situación. Algunos querrán comparar lo que sucede con los gobiernos de Fidel Herrera, Calderón o cualquier otro pasado, buscando dividir o ganar reflectores. Pero hay que recordarlo con firmeza: no son tiempos ni formas. La política no se hace entre el lodo ni sobre el dolor de la gente. Aquí no se trata de colores ni de campañas; se trata de humanidad, de ayudar y punto.
Hoy, más que nunca, México necesita unidad. Y aunque la tormenta haya arrasado con casas, caminos y cosechas, no podrá destruir la fuerza de un pueblo que siempre vuelve a levantarse.

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