Etiqueta: Germán Castro

  • ¿Más niños? ¡Mascotas!

    ¿Más niños? ¡Mascotas!

    No sé por tus rumbos, pero por donde yo circulo cotidianamente cada vez veo menos chamacos. O, mejor dicho: cada vez veo menos niños y niñas, y cada vez veo más gente grande, quiero más bien decir, ya entradita en años… Es más, por donde yo me muevo —y me transporto generalmente a pie, en bicicleta y en transporte público—, cada vez uno puede toparse con menos infantes y cada vez con más perros. Puedo asegurar incluso que, durante la última semana que puse atención en ello y llevé un registro mental de mis observaciones, transportados en carriolas pude ver más perros que bebés humanos. Ni qué decir de la comparación de cánidos con correa versus niños de la mano: los cuadrúpedos son mayoría. Algo está sucediendo.

    Abundan los que juran y perjuran que los números no mienten, lo cual es una afirmación imposible de contradecir: los números no mienten… pero tampoco dicen la verdad. Ni mienten ni dicen la verdad porque los números no hablan, no emiten juicios. Quienes podemos construir juicios acordes con la realidad o tomar el pelo usando números somos nosotros, las personas. Estoy de acuerdo con la sentencia del poeta y novelista escocés Andrew Lang (1844-1912) en el sentido de que la mayoría de la gente usa las estadísticas como un borracho usa una farola o un poste de luz; más para apoyarse y no caerse que para iluminar su camino. Intentemos usar bien algunos números, a ver si nos aportan cierta luz sobre el sitio en el que estamos parados.

    Las estadísticas más recientes que disponemos acerca del número de nacimientos registrados en nuestro país corresponden al año pasado. A lo largo de todo 2023, en todo México se contabilizaron 1’820,888 nacimientos registrados. ¿Pocos, muchos? Bueno, depende con qué comparamos la cifra. Podemos decir que la cantidad de seres humanos recién incorporados al mundo en territorio mexicano durante los 365 días del año pasado es superior a la población total de países enteros, como Trinidad y Tobago, Estonia, Chipre o Surinam. O para no echar la vista muy lejos: resulta que el número de bebés registrados el año pasado en el país supera a la población total de varios estados de la República, como Colima, Campeche y Baja California Sur, en los cuales, en cada uno, radica menos de un millón de personas, o Nayarit (1.3 millones de habitantes), Tlaxcala (1.4 millones), Aguascalientes (1.5 millones) y Zacatecas (1.6 millones). También podemos decir, como para darnos una idea, que, en promedio, hubo 4,986 nacimientos diarios en México durante el año 2023, esto es, 208 nacimientos por hora durante todo el año, 3.5 nacimientos por minuto. Cuenta 17 segundos: 1, 2, 3, 4… 15, 16, 17 y ahí está el llanto de un recién nacido. De inmediato, comienza de nuevo, sin detenerte, cuenta 17 segundos: 1, 2, 3, 4… 15, 16, 17 y el llanto de un recién nacido. Y así, sin pausa, durante todo 2023. Pero de nuevo, ¿debemos considerar ese monto de chamacas y chamacos mucho o poco?

    Pues resulta que, con ese número de nacimientos registrados, 1’820,888, la tasa de nacimientos registrados en 2023 por cada mil mujeres en edad fértil (15 a 49 años) fue de 52.2, lo cual se traduce en una disminución de 2.3 puntos porcentuales respecto al año previo. Visto en números absolutos, observamos que en 2022 se registraron 1’891,388 nacimientos en México, o sea, 70,500 niños menos. Quizá esta cifra no parezca demasiado alta, pero demos un paso atrás para tomar un poco más de perspectiva… ¿Cuántos nacimientos crees que se registraron en México justo hace diez años, en 2014? ¿Más o menos? Obviamente, entonces nuestra población era menor. Bueno, en 2014 se registraron en México 2’463,420 nacimientos, es decir, 642,532 más que el año pasado. Ya no se ve tan menor el monto, ¿verdad?

    En 2015, de acuerdo con la Encuesta Intercensal realizada por el INEGI, la población total de México ascendía a 119.9 millones de personas. El mismo año, según los registros vitales publicados por el propio Instituto, se registraron 2’353,596 nacimientos. En 2023, según cifras de la Encuesta de la Dinámica Demográfica también del INEGI, en el país radicábamos un total de 129.5 millones de habitantes. Así que si comparamos 2015 contra 2023, resulta que en menos de diez años, con casi diez millones de personas más, en México ocurrieron poco más de medio millón (532,708) nacimientos menos. Claro, la diferencia en las respectivas tasas de nacimientos registrados es significativa: 70.1 contra 52.2 por cada mil mujeres en edad fértil. Sin duda, cada vez se apersonan menos nuevos seres humanos en México.

    Por supuesto, el cambio de la dinámica demográfica no se da parejo a lo largo y ancho del territorio nacional: mientras que la tasa de nacimientos registrados en Chiapas fue de 100.1, en la Ciudad de México, entidad en la que yo resido y veo a tan pocos niños y niñas, es de apenas 34.1, esto es 18 puntos por debajo del promedio nacional. La tendencia es clara: en 2023, únicamente en seis estados del país se observan tasas de nacimientos registrados por arriba de 60 por cada mil mujeres en edad fértil: Chiapas, Guerrero, Oaxaca, Nayarit, Durango y Michoacán. En el extremo opuesto, en ocho entidades encontramos tasas inferiores a 45 puntos: CDMX, Yucatán, Hidalgo, Estado de México, Quintana Roo, Querétaro, Baja California Sur y Colima. Y, ojo, en este último grupo se encuentran las dos entidades más pobladas de la República, Estado de México y CDMX, en donde vivimos 1 de cada 5 habitantes del país (20.7%).

    Hace apenas un mes Statista publicó un artículo firmado por Anna Fleck: How Common Is It To Own a Dog? (¿Qué tan común es tener un perro?). Es sorprendente: resulta que, según una encuesta realizada entre julio de 2023 y junio de 2024, mientras que menos de tres de cada diez hogares en Suecia reportaron tener un perro en casa, la respuesta en México fue de siete de cada diez. Y sí, nuestro país aparece en primer lugar, seguido por Brasil (62%), Inglaterra (55%) y Estados Unidos (51%).

    En México hoy se escucha,

    con gran contento y fervor,

    qué perro es el gran amor,

    pues en casa ya no hay lucha.

    Más que niños, la gran chicha

    son ladridos que resuenan,

    y en vez de pañales, llenan

    los platos de croquetas mil.

    ¡Qué alegría, sí, qué perfil!

    ¡Perros no lloran ni penan!

    • @gcastroibarra

  • Panismo doloso

    Panismo doloso

    Nobody owns life, but anyone who
    can pick up a frying pan owns death.

    William S. Burroughs

    Durante el período que va de enero a octubre de 2024, el estado de Guanajuato, gobernado —es un decir— por el panismo desde 1991, es el estado de la República Mexicana en el cual más víctimas por homicidio doloso se registraron: 2,597 seres humanos fueron asesinados, 8.5 asesinatos promedio diario durante ese lapso. Y, ¡ojo!, Guanajuato supera por mucho, con una diferencia de 28 puntos porcentuales, a Baja California, el estado que le sigue en la tabla.

    El total de víctimas por homicidio doloso registradas en el estado de Guanajuato de enero a octubre representa el 10.3% del total nacional. Dicho en otras palabras, de cada diez personas que mataron dolosamente a lo largo de los diez primeros meses de 2024, a una le quitaron la vida en Guanajuato.

    Mientras que Guanajuato ocupa el primer lugar entre las 32 entidades federativas que integran México en cuanto a la cantidad de víctimas de homicidio doloso, se ubica en el sexto lugar en cuanto a monto poblacional, con 6.3 millones de habitantes (ENADID 2023), muy distante de los primeros lugares. Comparemos, por ejemplo, con la Ciudad de México, en donde residimos 9.3 millones de personas, monto que ubica a la entidad en segundo lugar de la tabla sólo atrás del Estado de México (con 17.5 millones de habitantes). Resulta que, por lo que respecta al sitio en cuanto a víctimas de asesinato, la CDMX se encuentra a media tabla, en la posición 14, con 762 muertes por homicidio. Aquí en la capital de nuestro país, en donde vivimos el 7.2% de toda la población nacional, ocurrió el 3% de los homicidios dolosos de este año hasta octubre, en tanto que, en Guanajuato, en donde radica el 4.9% de la población, sucedieron 7.2% de los homicidios.

    En el extremo opuesto de la tabla se halla Yucatán: allá, del 1° de enero al 31 de octubre de 2024, es decir, durante 305 días, o también, durante 7,320 horas, se registraron 36 asesinatos en total: uno cada 8.4 días, esto es, menos de un asesinato a la semana. En cambio, en Guanajuato, asesinaron en promedio a un ser humano no cada semana, no cada dos o tres días, sino cada dos horas con 49 minutos.

    En las diez entidades federativas del país en donde menos homicidios hubo que lamentar durante el período referido —Hidalgo (240), Querétaro (174), Nayarit (126), Tlaxcala (114), Aguascalientes (112), Coahuila (86), Campeche (78), Baja California Sur (64), Durango (58) y Yucatán (36)— en promedio no se reportó un homicidio doloso por día. Y, ni modo, hay que repetirlo: en Guanajuato en promedio mataron a una persona cada dos horas con 49 minutos.

    Si sumamos a todos los hombres y mujeres que mataron durante los diez primeros meses de 2024 en San Luis Potosí, Tamaulipas, Hidalgo, Querétaro, Nayarit, Tlaxcala, Aguascalientes, Coahuila, Campeche, Baja California Sur, Durango y Yucatán, resulta que son menos víctimas que las que se registraron en Guanajuato.

    A diferencia de lo que quizá mucha gente cree desde el prejuicio, en el estado de Sinaloa se registraron 663 homicidios dolosos de enero a octubre de este año, lo cual quiere decir que por cada asesinato sucedido en territorio sinaloense, sucedieron casi cuatro en Guanajuato (3.9). En Chiapas, en donde las cosas desafortunadamente no han estado tranquilas, durante el mismo período perdieron la vida por homicidio 756 prójimos, así que en Guanajuato murieron por la misma causa 3.4 por cada homicidio en Chiapas.

    La entidad federativa con más habitantes del país, el Estado de México, fue escenario de 1,936 homicidios dolosos, entre enero y octubre de 2024, 25% menos que en Guanajuato, con todo y que tiene una población casi tres veces mayor (2.7). Considerando la población que tenía el Estado de México a mediados del año pasado, 17’510,972 habitantes, podríamos estimar que, por cada persona asesinada, 9,043 no fueron víctima de homicidio; en cambio, en Guanajuato, por cada persona asesinada, sólo 2,425 salió ilesa. O expresado de manera tradicional, la tasa de homicidios por cada 100 mil habitantes en Guanajuato durante el período aludido fue de 41.2, mientras que para el Estado de México fue de 11, para la CDMX de 8.2 y para Yucatán de 1.5.

    Dicen que las comparaciones son odiosas, a mí me parece que en muchos casos es más bien odioso no tomar en cuenta las enormes diferencias. De enero a octubre de este año que está por terminar, la mitad de los homicidios dolosos se registraron en sólo siete de las 32 entidades federativas: Guanajuato, Baja California, Estado de México, Chihuahua, Jalisco, Guerrero y Nuevo León. De esos siete, tres son gobernados por Morena. De los cuatro que no son gobernados por Morena, dos, la mitad son gobernados por Acción Nacional y los otros dos por Movimiento Ciudadano. Movimiento Ciudadano hoy tiene, en total, dos gubernaturas, precisamente Jalisco y Nuevo León, el 6.5% de las entidades federativas, y en ellas ocurrió el 11.5% de los asesinatos. El PAN, por su parte, gobierna cuatro de las 32 entidades federativas del país, y en dos de ellas, Guanajuato y Chihuahua, se reportaron 4,293 homicidios dolosos, el 17% del total nacional. Esos son los datos.

    • @gcastroibarra
  • Resiliencia: el agente y la gente

    Resiliencia: el agente y la gente

    Dedicado con aprecio y cariño
    A mis compañeros
    Laura García, Susana Reyes y Pedro Rivera.

    Hace apenas unas semanas, aquí en la Ciudad de México, se reunió un grupo importante de expertos en materia de producción y uso de información geográfica —importante digo tanto en cantidad como en las sapiencias y las cualidades de sus integrantes—. Llegaron procedentes de todo el orbe, convocados por cierta asociación de países; para decirlo pronto, me refiero a la organización más importante de naciones que hay en el planeta —para mayor referencia, aludo a la organización multinacional a la que tristemente…, tristemente porque lo hizo con toda razón, el presidente Andrés Manuel López Obrador llegó a comparar con un florero—. En el encuentro estuvieron presentes funcionarios, técnicos y tomadores de decisiones procedentes de las oficinas e instituciones públicas de muchos gobiernos, justo las encargadas de recabar, difundir y promover el uso inteligente de datos relativos a la dimensión espacial de sus respectivos estados nacionales. No me queda la menor duda de que son todas ellas y todos ellos, gente con las mejores intenciones y buena voluntad. La reunión internacional abordó el problemón que afecta ya a toda la biósfera de la Tierra, incluidos, los más de 8.1 mil millones de seres humanos que hoy somos: el cambio climático. Los dos desafíos globales que se pusieron en el centro de las diversas intervenciones fueron la sustentabilidad y la resiliencia…, la dichosa resiliencia. Quizá yo esté equivocado, pero detesto esa palabreja, y la detesto porque estoy seguro de que los hombres y mujeres tenemos en el lenguaje, en las palabras, el instrumento más importante para hacer mundo y, no sólo, uno de los instrumentos más poderosos para cambiar la realidad. Por eso, estoy convencido de que, así como hay palabras que concitan acuerdos, concordia y en general el bienestar —respeto, amistad, solidaridad, prudencia, en fin—, hay otras que son perversas. 

    Resiliencia es una palabra consentida de la ideología neoliberal y globalista. Un buen ciudadano del mundo tiene que ser resiliente y echarle ganas. Pero qué significa exactamente… Aunque ya había aparecido en algunas publicaciones desde principios del siglo XX y tuvo un pequeño repunte a mediados de la década de los treinta, el vocablo se incorporó formalmente al español hace poco —apareció por primera vez en un diccionario de la RAE apenas hace diez años—, y si uno analiza su gráfica correspondiente en Google Ngram podrá constatar que está de moda y en franco ascenso desde principios del presente milenio. Resiliencia proviene del inglés resilience, el cual a su vez procede del latín resiliens, “saltar hacia atrás, rebotar”, “replegarse”. Tal cual: echarse pa’tras. En inglés, el diccionario de Cambridge la define así —traduzco—: “capacidad de ser nuevamente feliz, exitoso, etcétera después de que algo difícil o malo ha ocurrido.” Ojo con ese adverbio: nuevamente. En nuestro idioma, el diccionario de la RAE otorga dos acepciones a resiliencia

    1. f. Capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o un estado o situación adversos.
    2. f. Capacidad de un material, mecanismo o sistema para recuperar su estado inicial cuando ha cesado la perturbación a la que había estado sometido.

    Ambos significados deben tomarse en consideración para comprender la ideología que subyace a la dichosa resiliencia, pero evidentemente de la que estamos hablando es de la primera acepción. En efecto, somos, nosotros, hombres y mujeres, usted y yo y nuestra prole y nuestros padres y abuelos, seres vivos. ¿Seres vivos que estamos frente a un agente perturbador? Aquí está parte esencial del problema con el concepto de resiliencia: el agente perturbador, que según se frasea en la definición anterior es una entidad distinta al referido ser vivo, diríase que es, en el contexto al que aludí en el comienzo de este texto, el cambio climático. Entonces, si uno lee que hay que ser resiliente frente al cambio climático, debemos entender dos cosas: uno, que hay que adaptarnos a él, y dos, que el tal cambio climático es un “agente perturbador”…, o sea, que no somos nosotros los que tenemos que dejar de estar desestabilizando el planeta, que es un “agente perturbador”, el malvado cambio climático, que no somos nosotros los responsables sino las víctimas. ¿Y qué hacer frente a los embates del agente perturbador? Pues según dicta la definición, adaptarnos. ¿Y qué significa adaptarse? Dicho de un ser vivo, significa acomodarse a las condiciones de su entorno. Y más precisamente, dicho de una persona, significa acomodarse, avenirse a diversas circunstancias, condiciones. Tejones porque no hay liebres, pues.

    ¿Ven? Resiliencia no es una palabra que comunique ni la necesidad de hacerse responsables de lo que pasa ni la necesidad de cambiar conductas —las conductas que nos tenían tan felices, exitosos, etcétera, supongo—, sino que expresa como respuesta a la perturbación el adaptarse, el replegarse… Y replegarse, claro, significa, echarse para atrás, darse por vencidos. Pues ya ni modo, hay que adaptarse porque el señor Elon Musk va a seguir jugando a conquistar el sistema solar con sus cohetitos megacontaminantes; hay que adaptarse porque el capitalismo es una condición inamovible y eterna e intocable y no hay de otra; hay que adaptarse porque tenemos que seguir quemando combustibles fósiles hasta que nos los acabemos todos o nos acabemos todos… Seamos resilientes y no resistentes, mucho menos agentes de cambio.

    Una nota final: por supuesto, las personas que hace unos días sufrieron en Valencia y otras ciudades y poblaciones aledañas de España la devastación por las graves inundaciones causadas por una Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA) —un fenómeno vinculado al cambio climático, particularmente al sobrecalentamiento acelerado del Mediterráneo—, requieren medidas de resiliencia inmediata, para lo cual se requieren un montón de recursos. Cierto, necesitamos ser resilientes frente a los efectos del cambio climático, pero no ante el cambio climático mismo. El agente perturbador tiene nombre, se llama homo sapiens y urge hacerlo entrar en razón.

    • @gcastroibarra

  • Obviedades y refrescamientos de memoria

    Obviedades y refrescamientos de memoria

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    Quizá la evaluación definitiva del gobierno de un presidente de la República sea el proceso electoral por medio del cual se define a quien lo sucederá. Teniendo esto en mente, digo que solemos olvidar que no sólo Enrique Peña Nieto, presidente emanado del PRI, perdió la elección presidencial que siguió a su mandato —es un decir—: en estricto sentido lo mismo había pasado invariablemente desde Ernesto Zedillo. Zedillo, también priísta, perdió las elecciones que siguieron a su período de gobierno: por lo menos a nivel formal, perdió el PRI y ganó el PAN con Fox Quezada. En su momento, se entendió aquello como una alternancia democrática. Después de Fox ocupó la Presidencia Calderón, también surgido de las filas del PAN, pero gracias a un fraude electoral, así que, en estricto sentido, en 2006 Vicente Fox también perdió para su partido el proceso electoral posterior a su gestión —también es un decir—. Enseguida, luego del desastroso sexenio de Calderón Hinojosa, el PAN perdió el Poder Ejecutivo Federal y ocurrió lo que parecía imposible, que un candidato del PRI regresara a Palacio Nacional. En 2018, AMLO arrasó en las elecciones, en buena medida porque logró evidenciar que el candidato del PAN y del PRI —quien había despachado, por cierto, como secretario de Hacienda tanto de Calderón como de Peña—, en realidad eran lo mismo: el PRIAN. Así que en 2024 se rompió una constante que venía sucediendo en México a lo largo de todo el siglo XXI: al término del primer gobierno de la 4T, el presidente saliente, Andrés Manuel López Obrador, pudo entregar la banda presidencial a la candidata del mismo partido que lo llevó al poder, la doctora Sheinbaum.

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    Con Miguel de la Madrid Hurtado comenzaron los gobiernos neoliberales, y lo que siguió durante los siguientes cinco sexenios fue pan con lo mismo: ya fueran del PRI o del PAN, se acumularon seis gobiernos neoliberales. Eso cambió radicalmente en 2018. Contra 30 años de neoliberalismo rapaz, llevamos seis años de humanismo mexicano, una proporción de 5 a 1.

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    Luis Echeverría, quien era el secretario de Gobernación del presidente Gustavo Díaz Ordaz, fue beneficiado por el dedazo. Desde que asumió la candidatura del tricolor comenzó a distanciarse de su exjefe poblano. Dizque Echeverría disputó la Presidencia contra el panista Efraín González Morfín —hijo, por cierto, del primer candidato panista a la Presidencia, Efraín González Luna, quien había perdido contra Adolfo Ruíz Cortines en 1952—.  El siguiente dedazo recayó en José Guillermo Abel López Portillo y Pacheco, quien se desempeñaba como secretario de Hacienda de Luis Echeverría. En aquella ocasión, nadie se prestó al espectáculo y a las elecciones solamente se presentó un candidato, él, el candidato del PRI. Instalado en Los Pinos, las diferencias con Echeverría se acentuaron: metió en la cárcel a varios excompañeros suyos del gabinete anterior y sacó al expresidente del país, primero lo mandó a Estados Unidos y luego a Australia. Seis años después, López Portillo escogería para que lo sucediera a su secretario de Programación y Presupuesto, Miguel de la Madrid. El colimense, desde la campaña, se distanció de su histriónico benefactor. En su toma de posesión resumió el panorama nacional: “Vivimos una situación de emergencia…  La situación es intolerable”. Desde el poder público se incentivó la narrativa de que el culpable de todo había sido El Perro, Jolopo… Aquello de la “renovación moral de la sociedad” no era más que una condena a la inmoralidad del gobierno de López Portillo, del cual De la Madrid había sido integrante fundamental. Continuaría una excepción a la regla: en realidad no se apreció una ruptura entre Miguel de la Madrid y el siguiente presidente priísta, Salinas de Gortari, tal vez porque lo que se percibía y se decía era real: que desde mucho antes de ascender a la Presidencia el economista ya se había adueñado del gobierno. En 1994, el rompimiento entre Salinas y su accidental sucesor tuvo visos que llegaron a la tragicomedia, con todo y una huelga de hambre de 36 horas. El siguiente episodio correspondió a la que supuestamente fue la primera alternancia democrática en México: Fox echó víboras y tepocatas contra el PRI durante la campaña, pero después no hubo rompimiento alguno. Calderón criticaría un poco más a Fox que Fox a Zedillo. Llegaría el 2012 y otra vez presenciamos una supuesta alternancia: regresó el PRI con Peña y el señor, igual, no tuvo que distanciarse de Calderón, ni siquiera tuvo que atacar a la candidata del PAN. En 2018, Andrés Manuel se convirtió en el primer presidente de izquierda electo democráticamente en México, después no de una campaña electoral sino de años y años de resistencia y lucha, y sobre todo de un colosal trabajo de concientización encaminado a hacer ver a la ciudadanía que los tricolores son muy azules y los azules muy tricoles, neoliberales. Hoy es una obviedad, pero recordamos que cuando se comenzó a hablar del PRIAN desde ambos partidos y sobre todo desde sus gobiernos se negaba que eso existiera.

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    Es obvio, pero al parecer más vale repetirlo: entre la actual presidenta de la República y el anterior primer mandatario no hay rompimiento alguno; antes bien, existe continuidad, la continuidad del humanismo mexicano. Desde al menos medio siglo el país no había transitado por un cambio de gobierno tan afortunado. Podemos estar contentos.

    • @gcastroibarra
  • La aporía de los burros y los olotes

    La aporía de los burros y los olotes

    He dicho aquí que una de las grandes bondades del primer gobierno federal de la Cuarta Transformación es que cambió radicalmente la noción generalizada que se tenía en México acerca de la población. ¿De qué población? De toda, de toda la población, hombres y mujeres, incluidos usted y yo, desde los más ancianos hasta los recién llegados al mundo… Antes de 2018, cundía la idea de que la gente era un problema, de que nosotros éramos un problema o, en el mejor de los casos, “un reto”. La población consumía recursos, agotaba los recursos. Andrés Manuel López Obrador combatió esa manera de entendernos, por fortuna.

    Si tiene usted menos de 50 años y ha vivido en México, buena parte de su existencia le dijeron que el crecimiento poblacional es una calamidad. La mayoría fuimos educados bajo esa premisa. Piénselo. Solamente en tres estados de la República la edad mediana sigue siendo de menos de 30 años —Chiapas (28), Aguascalientes (29) y Guerrero (29)—, mientras que sólo en dos supera los 35 —Veracruz (35) y CDMX (39)—, de tal suerte que en la gran mayoría se ubica entre los 30 y los 34 años. Así, la edad mediana nacional es de 32 años (INEGI, ENADID 2023). La población de México se ha avejentado: en 2000 la edad mediana era de 23 años, y hace poco más de 50 años, en 1970, de apenas 17. Con todo, en nuestro país la gran mayoría de las personas tiene mucho menos de 50 años. Por eso, nada más considerando su edad, podemos afirmar que más de la mitad de la población de este bello país vivió la parte más amplia de su existencia en un mundo en el que el sentido común hegemónico dictaba que entre menos burros más olotes, que “la familia pequeña vive mejor”, que ya somos demasiados, que si hay más gente habrá menos recursos y más pobreza, que “ya no cabemos”, en fin… Es más, si usted es aún más joven y anda, digamos, por debajo de los 40, además de tener la certeza de que la gente es una carga para el país, es muy probable que usted viva entrampado en las telarañas de la ideología neoliberal y lo hayan convencido de que el principal recurso de una persona, de una familia o de un país es el dinero. Hasta hace muy poco, para la mayoría de los connacionales lo mejor que podría pasarnos es que fuéramos menos gente. Tal era la manera de entendernos que desde el gobierno e incluso desde la academia se promovía desde mediados de los años setenta del siglo XX.

    Entre menos burros más olotes. Los gobiernos neoliberales mantuvieron la política de control demográfico, sin impulsar mayores acciones, e incluso descuidando la salud reproductiva. Sin embargo, discursivamente López Obrador se encargó de dar un golpe de timón… Uno más. Para el humanismo mexicano, la población dejó de entenderse como un problema para asumirse como lo que siempre ha sido: nuestro principal recurso.

    La aporía de los burros y los olotes fue combatida desde el primer gobierno de la 4T. El dicho “entre menos burros más olotes” es una aporía —un enunciado que expresa o que contiene una inviabilidad de orden racional— sencillamente porque nosotros, la gente, no somos los burros que comemos los olotes: somos los hombres y mujeres que sembramos y cosechamos el maíz. Y aunque es una obviedad hay que decirlo: sin agricultores, por más dinero que se invierta, no habría ni olotes para los burros ni elotes para los humanos.

    Si nos mantenemos en el ámbito alegórico, no faltarán quienes digan que además de agricultores se requiere tierra para sembrar. La cuestión del territorio, claro.

    ¿Somos muchos para el tamaño de país que es México?

    El tamaño de nuestro país tiene, ciertamente, muchas dimensiones, no sólo la espacial. De entrada, deberíamos pensar en la diversidad geográfica, los recursos y su abundancia. Por ejemplo, Groenlandia, una isla —la más extensa del planeta— que forma parte del Reino de Dinamarca, tiene una superficie de 2.1 millones de km2, es decir, poco más de los 2 millones de km2 que tiene México, sin embargo 84% de esa inmensidad está cubierta por hielo. Nuestras condiciones son muy distintas: México es megadiverso. 

    Pero quedémonos sólo con la más inmediata dimensión de la amplitud del país. En 1921 habitaban el país 14 millones de personas —hoy día, tan sólo en el Estado de México viven alrededor de 18 millones—, lo cual se traduce en que al término de la Revolución el país presentaba una población relativa de apenas 7 habitantes por km2. En agosto del año pasado éramos 129.5 millones, así que la densidad poblacional se ubicó en 66 habitantes por km2. Sí, ha aumentado mucho nuestra densidad poblacional, pero en este renglón nuestra situación es incomparable respecto a naciones como India, en donde habitan 1,130 habs./km2, o Bangladesh, con 3,020 habs./km2, por no mencionar a Singapur, en donde habitan 8,250 personas por km2. Y, claro, México está también muy lejos de la relación población/territorio que presentan Australia, Canadá y Rusia, con 3, 4 y 8 habs./km2.

    ¿Y cómo es que nos distribuimos espacialmente?

    La mayor parte en este país vive en su franja central. Del Pacífico al Atlántico, en el cinturón que forman las 12 entidades federativas centrales habitamos más de la mitad de la población total de México: Jalisco, Colima, Michoacán, Guanajuato, Querétaro, Estado de México, Ciudad de México, Hidalgo, Morelos, Tlaxcala, Puebla y Veracruz. En total, 71.3 millones, es decir 55 de cada cien habitantes. Esta franja territorial tiene una superficie de 344.8 mil km2, de tal modo que en promedio la densidad en ella es muy superior a la nacional (66): 207 habs./km2.

    Ahora, ¿cuánta gente vive en el norte del México? Asumamos que “el norte del país” lo conforman los estados más septentrionales, los que hacen frontera con Estados Unidos. Seis de las 32 entidades federativas hacen frontera con EU: Baja California, Sonora, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. En ellas viven 23.6 millones de personas, 18.2% de la población total del país —ojo: tan sólo los dos estados que circundan la CDMX, Morelos y el Estado de México, tienen una población conjunta superior, de 19.5 millones de habitantes—. Y en este grupo se hallan los estados más grandes de la República, así que no sorprende que en conjunto integren nada menos que 37% del total del territorio nacional (722.8 km2). Consecuente, la población relativa promedio en las entidades fronterizas del norte es muy baja: 33 habs./km2, justo la mitad respecto a la nacional. 

    ¿Y en el sur? Bien sabemos que la región que llamamos “el sureste” no es tan austral como suele creerse. Por ejemplo, Cancún, Quintana Roo, está más al norte que la CDMX. Con todo, si damos por buena la tradición que entiende a la península de Yucatán como parte del sur del país, diremos que en los estados sureños —Guerrero, Oaxaca, Chiapas, Tabasco, Campeche, Quintana Roo y Yucatán— viven 21.4 millones de personas —5.4 millones menos que los que vivimos en el Estado de México y la Ciudad de México—. La superficie que abarcan estos siete estados es de 397.1 mil km2. Así las cosas, resulta pues que la densidad poblacional en esta región es menor que la del promedio nacional: 54 habs./ km2.

    Considerando sólo una variable más, la disponibilidad de agua, hay conclusiones que saltan a la vista para cualquiera, ¿no?

    En suma, de los cuatro elementos que suelen mentarse como los básicos y generales de un Estado Nación, gobierno, población, territorio y leyes, me parece que en México los tenemos todos. Y la verdad, no creo que ocho burros estorben mucho para asegurar el último.

    • @gcastroibarra
  • Había una vez un país quebrado

    Había una vez un país quebrado

    Díaz Ordaz, Echeverría, JLP, De la Madrid, Salinas, Zedillo, Fox, FeCal, EPN… Todos ellos, me consta, en su momento consiguieron que mucho antes de que concluyera su respectivo período de gobierno, en muchos casos años atrás, el país estuviera plenamente de acuerdo al menos en algo: lo mejor para todos era que el presidente en turno se largara. Hoy, en cambio, la gran mayoría llevamos meses experimentando agradecimiento y una fuerte nostalgia anticipada. El próximo martes Andrés Manuel dejará Palacio Nacional.

    No sería preciso si digo que hace seis años… Hay que decir que hace poco menos de seis años —sí, porque no debemos olvidar que el que hoy está en sus días finales será un sexenio mocho… Un sexenio mocho en el que se hizo mucho… Pero no, ¡cómo mocho!, eso se escucha espantoso, mejor mochado, un sexenio mochado, ligeramente cercenado: un sexenio de cinco años y diez meses—… Bueno, decía…, hace casi seis años, el 1° de diciembre de 2018, durante su memorable discurso de toma de protesta como presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, Andrés Manuel López Obrador advirtió algo que algunos, sobre todo entre quienes seguían y siguen repitiendo como cacatúas que todos los políticos son iguales, creyeron que no iba a pasar de pura retórica: 

    … hoy no sólo inicia un nuevo gobierno, hoy comienza un cambio de régimen político”. Y especificó: “A partir de ahora se llevará a cabo una transformación pacífica y ordenada, pero al mismo tiempo profunda y radical

    Hoy, en 2024, ¿quién en su sano juicio podría negar que, efectivamente, aquel sábado 1° de diciembre de 2018 dio inicio formal un cambio de gran calado de la vida pública de México? Ni siquiera los más furibundos detractores de AMLO y la 4T pueden negar el cambio, imposible porque es de eso precisamente de lo que tanto se quejan. Es decir, la profunda y radical transformación podrá no haberles gustado a algunos, muy pocos, por cierto, pero nadie puede negar que hoy México es otro. Y, repito, la mayoría estamos contentos con el cambio. En la última encuesta realizada por Enkoll, y publicada hace unos días por El país y la W Radio, dos medios de los cuales no podríamos decir que sean simpatizantes de AMLO, preguntaron “¿Qué tan de acuerdo o en desacuerdo está con la Cuarta Transformación, considerando las acciones de gobierno del presidente López Obrador en los últimos seis años?” Respuesta: 77%, es decir, prácticamente 8 de cada 10, contestaron estar de acuerdo o muy de acuerdo.

    La mayoría de la ciudadanía quería en 2018 que se diera un golpe de timón y tomáramos la ruta de la regeneración nacional. La mayoría de la ciudadanía sabe en la actualidad que Andrés Manuel cumplió y que, ciertamente, encaminó a México por donde dijo que iba a hacerlo. La mayoría de la ciudadanía decidió continuar por esa senda y profundizar la transformación, ponerle un segundo piso, y así lo expresó el 2 de junio pasado. Si AMLO arrasó con 30 millones de votos, la elección de Claudia confirmó con 36 millones de sufragios que la ciudadanía de este país apoya, apoyamos y formamos parte de la Cuarta Transformación de la Vida Pública de México. Y esa es la calificación más importante del sexenio.

    En aquel discurso, con un Peña Nieto anulado a un lado, AMLO reiteró lo que llevaba mucho tiempo señalando incansable desde la oposición: el cambio verdadero era necesario no sólo por “el fracaso del modelo económico neoliberal aplicado en los últimos 36 años, sino también por el predominio en este período de la más inmunda corrupción pública y privada”. Y remató:

    …  como lo hemos repetido durante muchos años, nada ha dañado más a México que la deshonestidad de los gobernantes y de la pequeña minoría que ha lucrado con el influyentismo.

    ¿Y recuerdan el descaro con el cual uno de los dos candidatos del PRIAN en 2018 decía que a AMLO, si ganaba, no le iba a alcanzar el dinero para hacer todo lo que prometía hacer porque no se podría sacar todo lo necesario del combate a la corrupción? “El combate a la corrupción y la austeridad nos permitirá liberar suficientes fondos, más de lo que imaginamos, mucho más, para impulsar el desarrollo de México”, sostuvo en diciembre de 2018 el primer mandatario a quien realmente me parece adecuado llamar así, el primer mandatario. Y se salió con la suya. Por la misma encuesta de Enkoll sabemos que, comparando el día de hoy con el inicio del gobierno de López Obrador, el 71% de la ciudadanía opina que la situación del país en cuanto a infraestructura ha mejorado. 71% Y aquí, en infraestructura, tenemos que pensar en Dos Bocas, en el AIFA, en el Tren Transoceánico, en el aeropuerto de Tulum, en la Refinería de Deer Park, en el rescate a la CFE, en las presas, las carreteras y los caminos artesanales, en el Parque Ecológico de Texcoco, en la ampliación de Chapultepec, en el Tren Maya… Por la misma encuesta sabemos que, comparando el día de hoy con el inicio del sexenio, 83% de la ciudadanía opina que la situación del país en cuanto a apoyos sociales ha mejorado. Y con todo y la peor crisis económica global sufrida en un siglo a causa de la pandemia. 

    Pero regreso al 1° de diciembre de 2018… Unas horas después, en el Zócalo de la Ciudad de México, de frente a la gente, el primer presidente de la 4T enlistó los compromisos que estaba asumiendo. En un momento dado, dejó de leer y dijo: “Ténganme paciencia y confianza porque nos están entregando un país en quiebra”.

    No sé si Peña Nieto escucharía aquel discurso. Lo dudo. Quizá para entonces ya iba rumbo a Madrid. De lo que estoy seguro es de que, si lo oyó, al mexiquense no le dio ni tantita pena, mucho menos vergüenza. Le debió de haber entrado por una y salido sin dejar ninguna mella por la otra. Pero el diagnóstico no puede minimizarse: Andrés Manuel recibió un país quebrado. Y lo sacó a flote. Sacamos todos a flote al país. La encuesta de enkoll reporta que hoy por hoy únicamente el 3% de la población considera que el principal problema del país es la pobreza, sólo el 3% dijo que el principal problema son los bajos salarios… Es más, solamente 8 de cada 100 dijeron que el principal problema de México es el crecimiento económico.

    Andrés Manuel López Obrador cumplió. Hizo un gran trabajo. El pueblo lo sabe, el pueblo al que pertenecemos todos, los pobres, la clase media y los más acaudalados. La encuesta publicada por El país reporta que la calificación promedio con la que AMLO se va es nada menos que 8.2 sobre 10. Claro, las personas que simpatizamos con el movimiento lo calificamos mejor, con 9.1…, pero los ciudadanos que declararon tener afinidad con el PAN lo calificaron con 8.2. Así que cuál país polarizado. 

    A diferencia del México que recibió en 2018, un México quebrado, estresado e incierto, hoy vivimos en una nación de la que podemos sentirnos orgullosos y en la cual la esperanza es perfectamente razonable.

    Vamos a extrañarte, Andrés Manuel. Gracias por todo.

    • @gcastroibarra
  • El error de septiembre

    El error de septiembre

    “Tenemos que hablar de Vicente”. Hace poco más de dos años así titulé mi columna. De entrada, ofrecía disculpas por el fastidio que podía causar, pero entonces realmente pensaba que teníamos que hablar de Vicente Fox Quezada.

    Sabía bien que el señor, desde hace mucho tiempo, harta. Sabía y sé que abundan quienes con sensatez argumentan que lo mejor que podemos hacer con el expresidente prianista es no hacerle el menor caso, sabía y sé que hay quienes desde hace años sostienen que reaccionar a las fantochadas de Fox es sólo hacerle el caldo gordo. O mejor, y dicho de forma muy nuestra, sabía y sé que sobran razones para tirarlo de a loco. Así que no negaba que ignorarlo resulta casi siempre la estrategia más sana. Ojo…: casi siempre, pero no siempre.

    En aquella ocasión juzgué conveniente atender las tarugadas de Fox porque el señor había espetado una barbaridad particularmente reveladora. Impertinente, había tuiteado: 

    PIDO VEHEMENTEMENTE A LOS DE ARRIBA, SE ORGANICEN Y NOS CONDUZCAN A LA VICTORIA!! 2024

    Cuando el ex empleado de Coca-Cola pidió “A LOS DE ARRIBA” que en 2024 “CONDUJERAN A LA VICTORIA” mostró groseramente su verdadero rostro. Verdad de Perogrullo: los de arriba no son los de abajo. Y uno no tiene que haber leído la novela de Azuela para saber a quiénes nos referimos en México cuando hablamos de Los de abajo: desafortunadamente son la enorme mayoría de mexicanos y mexicanas, de tal suerte que tampoco se requiere ningún sustento estadístico para saber que los de arriba son la minoría. Fox quedaba expuesto y convenía explicitarlo: a quien se supone que tendría que pasar a la historia como el primer presidente del México post revolucionario electo democráticamente —en “plena normalidad democrática”, según el eufemismo acuñado por su antecesor, Ernesto Zedillo—, en realidad le importa un comino la opinión de la ciudadanía. El tuit de marras fue en realidad una confesión.

    Pues hace dos años, cuando escribí aquella columna, no me imaginaba que llegaría el día en que también tuviéramos que hablar de Ernesto.

    Porque tenemos que aceptar que la grosera insolencia de Zedillo Ponce de León fue sorpresiva. Digo, el expresidente llevaba lo que va del siglo lejos de México y en cauto silencio… Prácticamente un cuarto de siglo en las sombras, alejado del ágora nacional. Pero, como constatamos hace unos días, decidió romper lo que él mismo llamó una regla autoimpuesta, la de abstenerse de comentar públicamente los acontecimientos políticos del país. Y lo hizo muy muy mal: a destiempo, pronunciando un pésimo discurso, agraviando a varios millones de personas y sin el menor tino de cálculo político.

    Todo mal, desde el prólogo del evento…, porque al doctor Zedillo le pareció una buena idea reaparecer en México anunciando su próxima alocución… ¡en inglés!

    Zedillo fue el encargado de abrir la Sesión Inaugural de la Conferencia Anual de la International Bar Association, celebrada este año en la Ciudad de México. Pues lo primero que hizo el expresidente fue tratar de victimizarse, difamar al presidente López Obrador y aventurar una profecía: “Estoy consciente de que la reacción del presidente será, como siempre ante quien disiente, critica o piensa distinto a él, la calumnia, el insulto y la amenaza.” Como era de esperarse, el macroeconomista erró en su augurio: días después, AMLO ni lo calumnió ni lo insultó ni lo amenazó… Eso sí, se burló de él.

    Ernesto Zedillo llegó pronto a la parte más importante de su mensaje. Apenas en el tercer párrafo de su largo discurso sentenció: “Nuestro Congreso Federal acaba de aprobar —y ha sido ratificado por una mayoría de Legislaturas estatales—, un conjunto de reformas constitucionales que destruirán el Poder Judicial y, con ello, enterrarán la democracia mexicana y lo que quede de su frágil Estado de derecho”. Y aquí podríamos dejar todo, porque, en pocas palabras, de lo que vino a quejarse es de que el Legislativo, integrado democráticamente y conforme a nuestras leyes, haya hecho su trabajo. Según su opinión, la opinión de un economista —licenciatura en el IPN y doctorado en Yale—, pero también la opinión de los priístas y los panistas, es decir, la opinión unánime del PRIAN, la reforma judicial propuesta por el Ejecutivo y aprobada por la mayoría calificada de las dos cámaras federales y luego por la mayoría de los congresos locales, significa “la demolición” —para usar la expresión de Piña— del Poder Judicial y el fin de nuestra democracia. El Apocalipsis según San PRIAN. O aun con menos palabras: Zedillo afirma que la actuación conforme a derecho de la mayoría democrática va a destruir el Estado de Derecho y la democracia. La misma cantaleta que el conservadurismo ha repetido machaconamente durante las últimas semanas. He ahí y hasta ahí el meollo del mensaje de Zedillo.

    Seguiría una luenga perorata en la que Zedillo se dedicó a hablar mal del sistema político mexicano antes de 1994, es decir, antes de que él llegara a Los Pinos, para luego narrar las decisiones y acciones que él tomó para encaminarnos por la venturosa senda de la democracia, mediante las reformas constitucionales que él y su partido, el PRI, entonces mayoritario, impulsaron con auxilio del PAN. ¿Y de dónde provino todo? De él, por supuesto: “Esa reforma surgió de mi convicción de que la dificultad de México para satisfacer las demandas incumplidas de nuestro pueblo de progreso económico, social y político se enraizaba fundamentalmente en nuestro fracaso histórico de construir una verdadera democracia.” O sea que según Zedillo no fue la doctora Dresser quien nos quitó las cadenas, sino las reformas que surgieron de su convicción personal y con las que se consiguió la “ruptura con el pasado semi-autoritario”. 

    Continuaría el exmandatario detallando las bondades de sus reformas, lo civilizado de su propio proceder, incluso se animó a decir que la elección que lo había llevado a la Presidencia “había sido legal, pero no justa”, por lo cual había decidido reformar el sistema electoral. Curioso, tan buen actuar le trajo por consecuencia al PRI y a Zedillo perder las elecciones en el 2000…, pero, “México se convirtió en una verdadera democracia”. Claro, del 2006 no dijo nada.

    Zedillo tiene todo el derecho de creer esto y quizá también que endeudándonos con el Fobaproa salvó al país. También tiene el derecho de criticar la reforma al Poder Judicial y de pregonar que “todos los principios esenciales del Estado de derecho podrán ser pisoteados”. El hombre puede pensar y decir que “los nuevos antipatrias quieren transformar nuestra democracia en otra tiranía”…, imponiendo la democracia. El problema es que su alocución llega a toro pasado. La propuesta de reforma al Poder Judicial se presentó hace más de medio año. Después, durante las campañas electorales previas a los comicios de junio, se explicitó que el propósito era impulsar esa reforma ganando para ello la mayoría calificada… ¿Nunca escuchó hablar del Plan C? Me pregunto, además, ¿y por qué no se dio una vuelta por México el doctor Zedillo para advertirnos a tiempo de tanta perversión y demolición y tiranía? ¿Por qué viene a hacerlo a unos días de que AMLO deje la Presidencia? Él sabrá, pero cualquiera que sea la respuesta no le quita lo inoportuno e impertinente a su reaparición en la arena pública mexicana.

    Por mi parte, no me cabe en la cabeza la idea de que no es democrático que la ciudadanía elija democráticamente a sus jueces y magistrados. Entiendo, eso sí, que muchos defiendan esa idea, Zedillo, Marko Cortés, Alito, el PRIAN, Claudio X. González, Norma Piña, Pedro Ferriz, Alazraki, en fin… El caso es que hoy la reforma judicial ya entró en vigor y es inimpugnable. Y como dijo alguien el 1 de julio de 1997: “Ese es el principio de la democracia, que aceptemos todos que una vez que se da la valoración, eso es lo que cuenta y que podamos vivir con ese resultado”. Ese alguien era entonces presidente de la República y se llamaba Ernesto Zedillo.

    Tampoco entiendo muy bien que alguien tan inteligente como debe de serlo un doctor en ciencias económicas graduado en Yale pueda decir, como lo hizo en entrevista con Gómez Leyva, que “no hay que faltarle el respeto a la gente” y que votamos engañados. En efecto, Zedillo piensa que la mayoría de la ciudadanía mexicana es… ingenua, para no decirlo muy feo. 

    También para no decirlo muy feo, pienso que fue muy ingenuo por parte de Zedillo agraviarnos. El resultado está a la vista.

    • @gcastroibarra
  • Ni norman ni piñan a nadie

    Ni norman ni piñan a nadie

    Con tan hermosa y larga cauda que va quedando conforme el sexenio se acerca a su fin; con tantas buenas nuevas, tanta inauguración, tanta entrega de obra, tanto compromiso que el señor presidente va cumpliendo… Con tan pocos días que quedan, que nos quedan, para que Andrés Manuel López Obrador se vaya merecidísimamente a descansar a Palenque, con tanto buen porvenir que se atisba con la llegada de la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo, pues uno quisiera hablarles de otras cosas y sobre todo con otro tono… Pero ahí tienen ustedes que apenas el domingo 8 de septiembre de 2024, ya bien entrada la tarde, cuando la Reforma al Poder Judicial se discutía en el Senado de la República y estaba a punto, a sólo unos minutos, de ser aprobada por las comisiones unidas de Puntos Constitucionales y Estudios Legislativos, y eso, como seguramente ustedes saben, después de haber sido aprobada en la Cámara de Diputados, a la ministra Norma Piña —en el nombre lleva la penitencia, nuestra penitencia— se  le ocurrió poner “sobre la mesa propuestas concretas”. Yo no sé ustedes, pero yo no comparto su noción de oportunidad y pertinencia. La señora, por decir lo menos, lo obvio, es inoportuna e impertinente. 

    Aunque después de verla y escucharla hablar a uno le cueste trabajo creerlo, resulta necesario recordar que la abogada Norma Lucía Piña Hernández ocupa el cargo de Ministra Presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, de modo tal que la señora encabeza el Poder Judicial de este país. Es indiscutible que su posición la hace relevante, así que me veo precisado a comentar la intervención dominguera de la doctorante Piña. Eso sí, prometo brevedad…

    La impertinente e inoportuna aparición de la ministra en el ágora nacional no fue directa sino mediatizada. No habló ante personas de carne y hueso, sino frente a cámaras. En su videomensaje, Piña aparece acompañada de tres de sus diez compañeros ministros, es decir, la gran mayoría no la respaldaron con su presencia… O dicho de otra manera: en tan desusada intervención, vimos, contándola a ella misma, a sólo el 36% de los ministros de la Suprema, una minoría. Con Piña vimos a Juan Luis González Alcántara Carrancá, a Jorge Mario Pardo Rebolledo y a Luis María Aguilar Morales. Además, también sentados y viendo a cámaras, de la Judicatura Federal estuvieron tres consejeros, de lo que se desprende que otros tres consejeros de la Judicatura no acompañaron a Piña.

    Piña Hernández dice que sale ahora a presentar sus “propuestas concretas”, cito, “a partir del compromiso que asumí ante la ciudadanía y las autoridades nacionales”. Ojo: ante, no con. No asumió un compromiso con la ciudadanía y esas poco definidas “autoridades nacionales”. Afirma que lo hizo ante ellas. Y ante, recordemos, es una preposición que significa frente a, en presencia de, en comparación… Entonces me pregunto, ¿ustedes se enteraron de qué compromiso asumió la señora Piña? ¿Qué compromiso y con qué autoridades nacionales? Porque a la vista de todo lo sucedido, no parece que haya sido con las autoridades nacionales que son y representan los Poderes Ejecutivo y Legislativo. Aquí sí ante: ante nosotros no vemos un compromiso de la ministra con las autoridades nacionales surgidas de los procesos democráticos.

    El domingo fue igual: mientras la ministra Norma Piña aseguraba en su video que “debemos escucharnos entre poderes”, las señoras y señores senadores de la República, ellos sí elegidos mediante el voto, discutían la Reforma al Poder Judicial…, así que resulta difícil creer que ella los estuviera escuchando. Por ejemplo, ¿habrá escuchado la ministra los posicionamientos de los senadores del PRI, ese instituto político lidereado por su amigo y aliado Alito Moreno? ¿Se habrá enterado de la defensa que hizo el senador Marko Cortés del PAN de sus acuerdos con el PRI para elegir entre ambas dirigencias a notarios públicos y ministros en Coahuila a cambio de candidaturas? 

    Con todo, la ministra sostiene que hace un llamado “respetuoso pero firme” a los legisladores y a las autoridades de los sistemas de seguridad y justicia. ¿Un llamado a qué? Textualmente dijo: “hago un llamado a que podemos cambiar las cosas”. Lamentablemente, Dudo que la ambigüedad se deba únicamente a deficiencias en la redacción del comunicado.

    En la parte cardinal de su arenga, textualmente dijo la ministra: “La demolición del Poder Judicial no es la vía como se pretende”. Hasta ahí. No corto nada. “La demolición del Poder Judicial no es la vía como se pretende”. ¡Qué galimatías! ¿No es la vía a qué? ¿Cuál vía? ¿Quién pretende? ¿Demolición, cuál demolición? ¿O afirma que con la Reforma presentada por el Ejecutivo se pretende la demolición del Poder Judicial? ¿O que, como se pretende hacerlo, no es la vía para demoler el Poder Judicial? Ni siquiera creo que estemos frente una anfibología; sencillamente el aserto está muy mal redactado.

    Enseguida, la Presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, no sé bien si dándose cuenta que lo hace, acepta que la reforma al Poder Judicial no sólo es necesaria y urgente, sino también profunda, drástica. De nuevo, textualmente, la señora dice: “Si tenemos el valor y la voluntad real, hoy mismo podríamos dar pasos firmes para hacer los cambios profundos y necesarios para construir la paz, la justicia y la reparación que México tanto necesita”.  De acuerdo aquí sí con la doctorante Piña: es necesario hacer cambios profundos para construir un sistema eficiente de justicia, porque el que tenemos no sirve. Eso sí, uno debe preguntarse por qué no hicieron antes esos cambios desde el mismo Poder Judicial, ¿les faltaría “valor y voluntad real”? En fin, ya no importa, porque la soberanía popular afortunadamente expresó que la gran mayoría tiene hoy el valor y la voluntad real de realizar cambios profundos. Eso es el Plan C.

    El video de la ministra Piña dura cinco minutos. Y en conjunto, con todo respeto también, con el mismo que ella califica de “narrativa fácil” las críticas que se hacen a jueces y ministros, digo que es impresionante la enorme vacuidad que llena a la señora Norma Piña. Cada que sale a declarar para tratar de detener el trabajo del Poder Legislativo muestra que no tiene ningún argumento, ni siquiera argucias. Sólo profiere lugares comunes que poco o nada tienen que ver con la discusión; en realidad toda su postura se reduce a no me quiten de aquí y no me quiten los privilegios de los que gozo.

    En fin, todo indica que, por decirlo bonito, aún no han logrado darse cuenta de lo que está ocurriendo. La senadora Citlali Hernández lo expresó el domingo mismo mucho mejor: “no entienden el momento histórico que estamos viviendo”. Y desde esa falta de comprensión, pues ni norman ni piñan a nadie.

    • @gcastroibarra
  • Pequeño diccionario de figuras retóricas II

    Pequeño diccionario de figuras retóricas II

    anáfora.

    RETÓR. Figura de lenguaje que consiste en repetir idénticas palabras al comienzo de versos sucesivos.

    v. g.:

    Jueces y ministros se aferran a su hueso
    Jueces y ministros se aferran a su casa
    ¿La casa de los famosos?
    La casa de los mafiosos
    La casa de los rabiosos
    La casa de los tenebrosos
    La casa de los tramposos
    La casa de los golosos
    La casa de los furiosos
    La casa de los alevosos

    anagrama.

    GRAM. Palabra que resulta de transponer las letras de otra.

    v. g.: Alito Moreno / Malitó o Nero; Marko Cortés / Mr. Sor Cakote

    anfibología.

    RETÓR. Figura de lenguaje que consiste en utilizar giros o expresiones a los que puede darse más de una interpretación. Ambigüedad. Doble sentido.

    v. g.: No norma, ¡piña! / A las raquíticas atípicas de la mesa.

    asteísmo.

    RETÓR. Figura de pensamiento que consiste en una alabanza con apariencia de censura o vituperio; es una suerte de ironía al revés.

    v. g.: La arrogancia de sentirse libres

    auxesis.

    RETÓR. Tropo, emparentado con la hipérbole, que consiste en enaltecer una cosa trivial o ridícula.

    v. g.:

    Al juez que perdió el juicio
    Juez loco de toga ciega,
    cabeza sin tribunal,
    sentencia del bien al mal,
    la balanza te reniega.

    Tu justicia, vil bodega,
    de locura y de arrechucho,
    carnaval de cal y mucho,
    giras normas con patada,
    y al derecho das la espalda,
    con martillo y sin serrucho.

    cacofonía.

    Desagradable repetición de sonidos producida por la inadecuada combinación de las palabras. Cuando la repetición de sonidos persigue un fin expresivo constituye la figura de lenguaje llamada aliteración.

    v. g.: La desatinada flecha de la hueca derecha chueca / Ni picha ni cacha la cucaracha facha, ¡qué gacha!, su mancha ensancha.

    cacosínteton.

    GRAM. Figura de construcción, también llamada cacosintetos, que consiste en dislocar las palabras o en separar miembros de los períodos de manera caprichosa, haciéndoles perder claridad y sentid

    v. g.: Vamos ya en el Plan C, sí. Que el Plan A, y el Plan B, dijeron que malos eran. Y ahora, muy gallas, las gallinas se hacen pato, no saben de qué les estamos hablando.

    calambur.

    RETÓR. Figura de lenguaje que consiste en agrupar las sílabas de una o más palabras de manera que tengan un nuevo significado.

    v. g. Tú y yo, ¡los dos del sur! Del sur dos zurdos / ¡Vaya semanita!, mejor váyase, manita! / El opinócrata Enrique Cimiento escribe a su Eldo querido. / Más que ser vil, es servil.  

    carientismo.

    RETÓR. Figura de pensamiento que consiste en disimular la ironía o la burla mediante expresiones ingeniosas.

    v. g.: Los megamillonarios son tan modestos y mesurados que cada vez son menos

    catáfora.

    RETÓR. Figura de pensamiento que consiste en colocar el término principal (normalmente el sujeto) al final del enunciado, de modo tal que el sentido sólo se completa cuando se llega a él.

    v. g.: Ahí seguía sin querer soltar el hueso, el supuesto guardián de la ley, el que se creía más estudiado y listo que nadie, y mira cómo acabó: un juez sin juicio. / Ya sacaron de cuadro a la que hablaba y hablaba saturando las pantallas: la cesada la docta doble D.

    cazabobos.

    Es lo que su nombre sugiere y se llama así a las palabras engañosas. Éstas son las que por su forma inducen, a quien no conoce su significado, a interpretarlas de manera errónea.

    v. g.: Fernández Noroña aplica uno frecuentemente cuando llama paniaguados a los panistas, lo cual no es llamar aguados a los susodichos. Paniaguado, da: 1. Persona que servía en una casa y recibía del dueño de ella habitación, alimento y salario. 2. despect. Persona allegada a otra y favorecida por ella.

    cazafatón.

    RETÓR. Figura de lenguaje, variedad del calambur, que consiste en agrupar sílabas de palabras contiguas de manera tal que formen una palabra o expresión soez o de sentido escatológico.

    v. g.: Las togas y los tejos: con la toga ella se armó. Y si nadie con el tejo dio, ella sí: yo con el tejo di.

    circunlocución.

    RETÓR. Figura de pensamiento, también llamada perífrasis, que consiste en expresar mediante un rodeo de palabras algo que puede decirse de manera sencilla.

    v. g.: Digamos que los deslavados togados están excoriando por encimita con las menudas partes de sus cuerpos, duras y de naturaleza córnea, esas que nacen y crece en las extremidades de los dedos, las gónadas masculinas del conocido mamífero carnívoro félido asiático de rayada investidura.

    cliché.

    Idea o expresión de utilización frecuente, estereotipada, que, desgastada por el uso, pierde relieve, fuerza, contenido; forma de expresión predilecta del conservadurismo mexicano contemporáneo. 

    v. g.: Se lanzó en contra de… desde el púlpito de Palacio / Nos vamos a convertir en Venezuela / Al pobre no hay que regalarle pescado… etc. / López polariza.

    concatenación.

    RETÓR. Figura de lenguaje, también llamada epanástrofe, que consiste en una conduplicación repetida.

    v. g.: En México hoy, el ladrón llama pillos a quienes lo atraparon; el transgresor reclama legalidad a la soberanía popular; el favorecido, imparcialidad al sistema; el agresor, indulgencia al agredido; los victimarios, justicia sus víctimas.

    • @gcastroibarra
  • Pequeño diccionario de figuras retóricas I

    Pequeño diccionario de figuras retóricas I

    Mi buen amigo y colego Sergio Macías publicó ayer aquí un falso diccionario. El atinado ejercicio léxico me deparó sabroso solaz y una (espero que buena) idea; agradezco el primero y someto a su parecer la segunda: esta primera entrega de un pequeño diccionario de figuras retóricas.

    acumulación

    RETÓR. Figura de pensamiento que consiste en una sucesión de términos, que pueden estar unidos mediante conjunciones, o no.

    v.g.: ¡Conservas, qué lata! Tecnócrata y sociópata, mala pata, garrapata, oligarca papanata y cleptócrata dizque aristócrata. 

    adagio

    RETÓR. Sentencia breve y aguda que expresa un conocimiento o consejo, por lo general de carácter popular. Es una figura de pensamiento, también llamada refrán.

    v.g.: Con el pueblo todo, sin el pueblo nada. / Por el bien de todos, primero los pobres. / No puede haber gobierno rico con pueblo pobre.

    adínaton

    RETÓR. Tropo preferido del conservadurismo, emparentado con la hipérbole, que consiste en presentar como posible un hecho imposible. 

    v.g.: Nos vamos a convertir en Venezuela. / Retrocedimos a los años 70.

    aliteración

    RETÓR. Figura de lenguaje –fónica– que consiste en la repetición de un sonido o un grupo de sonidos –en especial consonánticos– en palabras próximas, en busca de un fin expresivo.

    v. g.: Me canso ganso. / El que se aflige se afloja.

    alusión

    RETÓR. Figura de pensamiento que consiste en referirse a una persona o cosa sin mencionarla.

    v. g.: YSQ

    ambigüedad

    RETÓR. Figura de lenguaje que consiste en utilizar giros o expresiones que pueden interpretarse de diferentes maneras y generar duda o confusión. Anfibología.

    v.g.: Los conservadores son tóxicos.

    EL PAN SE ECHÓ A PERDER.

    Nota: no confundir la figura retórica de la ambigüedad con estupideces palmarias; una anfibología, para hacerlo, tiene que ser propositiva. v.g. La elección democrática de los jueces pone en riesgo la democracia. La idea de que un proceso democrático (la elección de jueces) pueda poner en riesgo la democracia misma es inherentemente contradictoria y genera una tensión lógica.

    anacenosis

    RETÓR. Figura de pensamiento que consiste en una consulta efectuada por el orador a los jueces, cuando confía en la justicia de la causa. 

    Nota: recurso empleado frecuentemente por el presidente AMLO y la presidenta electa Claudia. v. g.: ¿Están de acuerdo con que el pueblo elija a los jueces? (curiosamente, en este ejemplo, los jueces no son los jueces, sino la gente).

    antanaclasis o antanáclasis

    RETÓR. Figura de lenguaje que se produce cuando, en un diálogo, se repite una palabra con sentido diverso al que antes se le dio.

    v.g.: — La derecha no siempre es la diestra. — Pues la izquierda nunca es siniestra.

    antífrasis

    RETÓR. Figura de pensamiento que consiste en designar personas o cosas con nombres que significan lo contrario de lo que se quiere decir; es una ironía.

    v.g.: La historia tiene sendos lugares reservados para el inteligentísimo señorito Cortés, para el honesto señor Moreno y el digno C. Zambrano.

    antilogía.

    RETÓR. Contradicción entre dos textos o expresiones. 

    v. g.: La candidata ciudadana del PRIAN.

    antimetábola

    RETÓR. Figura de lenguaje que consiste en trocar, en forma de quiasmo, palabras previamente usadas, para que varíe la significación del enunciado.

    v. g.: No es insignificante que Creel juzgue insignificante a la bancada del PAN.

    antipófora

    RETÓR. Figura de pensamiento que tiende a preocupar la imaginación del adversario por medio de preguntas y respuestas sucesivas que el orador mismo expone. Se trata de uno de los recursos favoritos, por no decir machacones, de la prensa sicaria y sus expertos que no se cansan de hacer preguntas que nadie se pregunta.

    v.g.: ¿Es posible que una nueva epidemia detenga el crecimiento económico, congele el aparato productivo y por ello se dispare la pobreza y nos cargue el diablo a todos? Sin duda, un grupo de expertos asegura que el gobierno no ha hecho nada para evitar el colapso de nuestra economía en caso de ocurrir una hecatombe epidemiológica.

    antítesis

    RETÓR. Figura de pensamiento lógica –antiguamente, antíteto–, que consiste en reunir palabras o conceptos de significación contraria, para que se destaquen por el contraste. Ver oxímoron, paradoja.

    v. g.: Mexicanos contra la corrupción y Claudio X. González 

    antonomasia

    RETÓR. Tropo que consiste en emplear el apelativo en lugar del nombre propio de una persona, o a la inversa, el nombre propio por el apelativo.

    v. g.: El Trastorna publicó otro infundio (por El Reforma) / El señor Inmundo Rabia a Palacio o algo así, el sabiondo comentócrata que dijo que la verdad ya es irrelevante, publicó un bodrio editorial esta semana titulado El Nerón de Macuspana.

    apodiosis

    RETÓR. Figura de pensamiento que consiste en rechazar un argumento sin dar razones, con el pretexto de que es absurdo.

    v. g.: Antes de que inventara el cuento loco del algoritmo, Ferriz y sus contertulios atípicos usaron la apodiosis consuetudinariamente para negar los resultados de los comicios del 2 de junio: No puede ser, no tiene sentido, ni en sueños, es absurdo/imposible/desquiciante ese resultado.

    aposiopesis

    RETÓR. Reticencia. Figura de pensamiento que consiste en interrumpir el discurso con un silencio, pero dando a entender lo que se calla. Uno de los recursos que mejor ha sabido emplear el presidente López Obrador durante sus mañanera: Mejor ahí la dejamos…, dice, cuando ya la dejó ir…

    apotegma

    RETÓR. Dicho breve y sentencioso que enseña alguna norma de conducta; máxima. Se llama así, en especial, cuando es de la autoría de un hombre ilustre. Es una figura de pensamiento.

    v. g.: El triunfo del conservadurismo es moralmente imposible.

    armonía imitativa

    RETÓR. Figura de lenguaje que consiste en cierta conveniencia del tono o modo de decir con la índole del pensamiento que expresa.

    v. g.: Ahora sí te rayastes.

    • @gcastroibarra