El hidrógeno verde se perfila como una de las grandes apuestas para enfrentar el cambio climático y transformar la forma en que producimos y usamos la energía. A diferencia de otros tipos de hidrógeno, este se obtiene separando el agua en hidrógeno y oxígeno mediante un proceso llamado electrólisis, alimentado con energía renovable, como la solar o la eólica. El resultado es un combustible limpio que no genera emisiones contaminantes.
En México, hablar de hidrógeno verde no es una utopía tecnológica, sino una oportunidad real. Nuestro país cuenta con condiciones naturales privilegiadas: el norte, con su intenso sol, y el Istmo de Tehuantepec, con sus vientos constantes, ofrecen un potencial extraordinario para producir hidrógeno verde de manera competitiva. Además, la cercanía con Estados Unidos —uno de los mercados que más está invirtiendo en esta tecnología— coloca a México en una posición estratégica para convertirse en un actor clave de la transición energética en América del Norte.
Sin embargo, el potencial por sí solo no basta. Para que el hidrógeno verde sea una realidad, se necesita una visión de Estado y una política pública sólida que trascienda los cambios de gobierno. Hoy, el país aún no cuenta con una estrategia nacional específica. Existen iniciativas aisladas, principalmente desde el sector privado o en algunos estados, pero carecemos de una ruta clara que marque objetivos, metas y mecanismos de implementación.
Implementar el hidrógeno verde requiere tres pasos esenciales: planificación estratégica, incentivos e innovación tecnológica.
El primer paso sería crear una Estrategia Nacional del Hidrógeno Verde, con metas a corto, mediano y largo plazo. Esta debería integrar a las dependencias de energía, medio ambiente, industria y educación, además de contemplar la participación de las comunidades locales. Es fundamental que los proyectos generen beneficios sociales tangibles —empleos, formación técnica e inversión local— y no se limiten a un enfoque meramente industrial.
El segundo paso es diseñar incentivos y mecanismos financieros que hagan viable la inversión. México podría establecer fondos verdes, otorgar beneficios fiscales a las empresas que desarrollen proyectos de hidrógeno, e incluso fomentar la cooperación internacional para atraer capital extranjero. En otras regiones del mundo, como Europa o Asia, estos apoyos han sido clave para impulsar la adopción de esta tecnología.
El tercer paso es fortalecer la investigación y el desarrollo tecnológico nacional. Universidades y centros de investigación mexicanos pueden participar en el diseño de electrolizadores, sistemas de almacenamiento y en la integración del hidrógeno en redes eléctricas o de transporte. Fomentar esta colaboración entre academia, industria y gobierno permitiría generar conocimiento propio y reducir la dependencia tecnológica del exterior.
La incorporación del hidrógeno verde en la política energética mexicana no debe verse como un añadido, sino como parte central de la transformación del sector. La Secretaría de Energía y la Comisión Reguladora de Energía podrían establecer estándares de seguridad, normas de producción y lineamientos ambientales para garantizar un desarrollo sustentable.

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