La derrota del Movimiento al Socialismo en las elecciones de 2025 marca el cierre de un ciclo político que transformó Bolivia. El triunfo de Rodrigo Paz abre una nueva etapa, mientras la izquierda enfrenta su crisis más profunda.
La Paz.— Bolivia despertó el lunes con un panorama político completamente distinto. Por primera vez desde 2006, el Movimiento al Socialismo (MAS) ya no ocupará la presidencia. Con el 54 % de los votos, Rodrigo Paz se impuso en las elecciones presidenciales frente al exmandatario Jorge “Tuto” Quiroga, en una jornada que simboliza el fin de una de las hegemonías más duraderas de América Latina.
El resultado confirma lo que muchos anticipaban: el ciclo político iniciado por Evo Morales llega a su conclusión. Lo que comenzó como un movimiento popular de reivindicación indígena y justicia social terminó fragmentado por la pugna interna entre Morales y el presidente saliente, Luis Arce. Esa división debilitó al partido y lo dejó sin un liderazgo capaz de sostener el apoyo popular que alguna vez fue casi absoluto.
Durante casi veinte años, el MAS se erigió como símbolo del cambio y la inclusión. Nacionalizó los recursos naturales, redujo la pobreza y colocó a los pueblos originarios en el centro del discurso nacional. Sin embargo, el modelo económico basado en la renta gasífera comenzó a mostrar señales de agotamiento. La caída de los ingresos, la falta de divisas y el aumento del déficit fiscal deterioraron la estabilidad que había caracterizado al país en la primera década del siglo.
El desencanto social se profundizó cuando las bases históricas —campesinos, obreros e indígenas— sintieron que el partido se había alejado de sus raíces. Las disputas entre las facciones “evista” y “arcista” terminaron por romper la unidad que había sido clave en los años de gloria. “La gente no votó contra la izquierda, votó contra la soberbia”, comentó un analista local tras conocerse los resultados.
El nuevo presidente, Rodrigo Paz, heredará un país dividido y con una economía debilitada. Su discurso moderado y su promesa de estabilidad lo convirtieron en una figura de consenso, especialmente entre los sectores urbanos que demandan eficiencia y menos confrontación. Sin embargo, su reto será gobernar sin una mayoría sólida en el Congreso y responder a una sociedad que exige resultados inmediatos.
La derrota del MAS no borra el legado de su gestión, pero obliga a la izquierda a una profunda autocrítica. Bolivia sigue siendo un país con fuertes desigualdades, donde los logros sociales de la última década aún marcan la vida de millones de ciudadanos. No obstante, el proyecto político que alguna vez simbolizó esperanza se vio atrapado en su propio éxito y terminó desconectado de la realidad que ayudó a transformar.
El fin del dominio del MAS no implica necesariamente el fin de la izquierda boliviana, pero sí el inicio de su reconstrucción. Bolivia cierra un ciclo histórico y se adentra en una nueva etapa donde el desafío será equilibrar la estabilidad económica con la justicia social. La historia del país vuelve a escribirse, esta vez sin el liderazgo que durante años pareció inamovible.

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