El pasado viernes 1 de agosto de 2025, la jueza de distrito Mariana Vieyra Valdés ordenó la liberación de Israel Vallarta, preso desde 2005 acusado de secuestro junto con la francesa Florence Cassez, quien también era inocente y se le había liberado desde 2013 tras una campaña intensa y con intermediación del gobierno francés.
En 2005, las audiencias televisivas presenciaron todo el montaje presentado por Carlos Loret de Mola y orquestado por el gobierno de Felipe Calderón, en el que se detenía a una “peligrosa banda de secuestradores”, “Los Zodiaco”. Cuando la periodista, antes corresponsal de CNI Canal 40 y para ese momento colaboradora de Aristegui, Yuli García, entre otras voces, denunciaron que se trataba de una puesta en escena, Loret salió ante las pantallas de Televisa paras disculparse y deslindarse. Eso, en cualquier otro lugar del planeta, hubiera sido suficiente para que su carrera se acabara, pero no en ese México aletargado en el que nos tocó crecer.
A pesar de que Andrés Manuel López Obrador, e incluso Cuauhtémoc Cárdenas antes que él, habían despertado incipientemente la consciencia popular, la realidad era que, fuera de periodos electorales, las mentes del grueso de la población mexicana eran dominadas por los contenidos televisivos de Televisa y TV Azteca. Los temas de conversación a nivel colectivo seguían siendo las distintas temporadas del reality show Big Brother, y más en su versión VIP, donde el atractivo era ver interactuando de distintas formas entre sí a los mismos idiotas vacíos que usualmente se desempeñaban actuando, cantando o conduciendo programas basura. Los jóvenes en las calles repetían ya las frases de Cristian Martinoli, habitual relator de los partidos del Cruz Azul y de la selección mexicana. El «¡Ah, no, bueno!» ya estaba muy arraigado para entonces, pero fue justo en 2005 cuando nació el «¿De qué te vas a disfrazar?».
Periódicamente aparecían los célebres videoescándalos, que consistían en convenientes filmaciones de actos de corrupción entre políticos y empresarios, grabados con cámaras de seguridad que casualmente tenían un emplazamiento inmejorable. Como hubiera sido demasiado descaro el microfonear a los involucrados, se sacrificaba el audio, de manera que era presentado con baja calidad en los espacios noticiosos con apoyo de subtítulos. A día de hoy solo podemos reírnos, pero también lamentarnos. Se trataba igualmente de burdos montajes que cumplían la función de interesar esporádicamente a las audiencias en los temas políticos, solo para afianzar el mantra de “todos son iguales”.
Aunque se habla de los años 80 y 90 como las décadas de mayor dominio de la televisión sobre la psique colectiva mexicana, la realidad es que la primera década de los 2000 fue el punto más alto. No debemos olvidar que Vicente Fox la inauguró colocándose en el poder después de una campaña televisiva sumamente intensa en la que el PRI fue el gran sacrificado, ya que se le pintó como el villano y el problema a resolver, mientras que Fox, ignorante, pero taimado y convenientemente arropado por la élite empresarial, fue promovido por todos lados como el salvador de México. Sus spots, que vistos en retrospectiva resultan vacíos, se basaban en un México nuevo y lleno de esperanza. Tan intensa y efectiva fue la campaña, que el grueso del electorado no recordó que siempre había rechazado al PAN por ser un partido mocho, intolerante y de derecha conservadora.
El gobierno de Fox fue una tremenda decepción, y es bien sabido que en la idea era lavar ese error en las urnas, pero no fue posible debido a la insultante campaña de desprestigio que desataron las televisoras en contra de AMLO por mandato de Fox, así como el truculento manejo de los votos por parte del entonces IFE. Ya nadie duda que se trató de un fraude. Y también es muy sabido que la llamada “guerra contra el narco” la desató Calderón para legitimarse y también para dejarle vía libre al cartel de Sinaloa. Ese sí que era un narcogobierno.
Sin embargo, hicimos junto con AMLO el milagro: la revolución de las conciencias. Los medios corporativos ya no definen la intención de voto en el grueso de la población. El clasismo y el racismo, denunciados por AMLO a manera de clamor en el grito de independencia y repudiados por Claudia Sheinbaum en múltiples ocasiones, ya no son algo “divertido”, como se había llegado a normalizar en los contenidos de entretenimiento audiovisual. Los monigotes televisivos lectores de noticias ya no son referentes ni proyectan credibilidad; han perdido el juego porque están enojados y mintiendo. Muchos de ellos han perdido sus espacios de prime time por falta de audiencia o de apoyo de patrocinadores, y aunque acusan censura, nadie les cree.
Loret es un caso paradigmático del nuevo modelo de comunicación reaccionaria. Sin cabida en los medios corporativos por falta de credibilidad, se crea un medio a su medida con dinero de empresarios y políticos anti obradoristas para difundir mentiras y congregar a los “intelectuales” que con más fuerza odian al régimen actual. Tienen su espacio y hasta cumplen una cuota en el abanico de ofertas audiovisuales en las redes, pero en el fondo saben que lo hacen más por una cuestión ideológica y una apuesta política incierta, que por “compromiso con la verdad”, que durante mucho tiempo fue su bandera.
Ya no somos el México de Loret. Estamos politizados, somo humanistas, nos informamos en diversas fuentes y sabemos descartar las más truculentas. Se viven los tiempos que solo se vislumbraban en las pesadillas de comunicadores, políticos de derecha y ejecutivos de televisión. Hay mucho por hacer, sin duda, pero al menos nos emancipamos del yugo de Televisa y sus cabezas parlantes. Uno de los últimos damnificados ha recibido justicia y sale a respirar aires nuevos. Eso es de celebrarse.
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