Ira, rabia, rencor, frustración, envidia e incluso cierta nostalgia se mezclan hasta encarnarse en un periodista —o una periodista— que, haciendo uso de un micrófono, una pantalla o una pluma editorial, no tiene otro objetivo más que descarrilar el proceso de transformación que vive el país. Esa carne, ese cuerpo programado por los más desprestigiados comunicadores del viejo sistema, posee unas cuantas lenguas de las que emanan voces violentas que anhelan regresar al pasado del periodismo con incidencia política: aquel de la manipulación masiva y, en algunos casos, de la extorsión como modelo de negocio.
Si bien quedaron atrás los efectos de la tiranía comunicacional, lo cierto es que, en su resistencia a fenecer, los medios más desprestigiados —y sus antiguos dueños— no han tenido más remedio que recurrir a nuevas y costosas campañas de odio contra el anterior y el actual gobierno mexicano, disfrazándolas de reportajes o de periodismo de investigación. ¿Quiénes están detrás? ¿Quiénes son las voces? Poco valdría la pena señalar a Televisa, TV Azteca, Reforma, Latinus, Código Magenta entre otros; como poco valdría la pena mencionar a sus voceros, pues se encuentran plenamente identificados por la audiencia.
Lo que sí vale la pena señalar es la manera en que este periodismo no es en lo absoluto fiel a los principios de las ciencias de la comunicación. En nada, absolutamente en nada, transmite los fenómenos comunicativos con eficacia ni con ética. Se reduce, más bien, a la mentira, la calumnia y la descalificación de un proyecto, con el interés de retornar al modelo que les significó los más escandalosos y millonarios privilegios.
Muestras fehacientes de estas campañas publicitarias violentas y mentirosas —sin precedente alguno en nuestro país—, que incluso hacen ver aquella campaña de 2006 “AMLO: un peligro para México” como un juego de niños, son las recientes publicaciones de Código Magenta acerca de la supuesta corrupción en el gobierno de la Cuarta Transformación. Publicaciones como “La Pandylla de PEMEX” dejan en evidencia el uso reiterado de un locus communis como discurso político-mediático carente de fuentes verificables. Los ejemplos sobran: afirmaciones sin evidencia clara, lenguaje acusatorio, falta de transparencia metodológica, alusión a “audios” sin revelarlos, uso de apodos y metáforas, y una narrativa sensacionalista de carácter político orientada a influir en la percepción pública, lejos de un reportaje que informe con rigurosidad y sustento empírico.
“Corrupción estructural del gobierno”, “PEMEX como símbolo de saqueo nacional”, “el héroe que revela la verdad oculta”, “el enemigo interno”, “el Andy”, “el Gallo”… todos ellos lugares comunes, todos loci communes empleados una y otra vez para sustituir, con vulgaridad, la investigación periodística por un efecto de verdad moralizante sin razonamiento crítico alguno, contrario a los principios del periodismo como herramienta para informar a la sociedad y construir un debate público informado.
No pretendo en estas líneas señalar si existe o no corrupción; este fenómeno social persiste a pesar de los esfuerzos por combatirlo, y su largo brazo ha alcanzado incluso a quienes considerábamos probos. Sin embargo, no se puede negar —y eso está comprobado— que el gobierno de Claudia Sheinbaum combate el fenómeno de manera frontal, sea quien sea el implicado.
- Luis Tovar
Secretario General de la Fundación para la Defensa del Medio Ambiente.

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