Entre generaciones: valores, crianza y el reto cultural de educar hoy

Con el paso de los años, muchas de las bases culturales que dieron forma a generaciones anteriores se han ido transformando. La educación en casa, los modales, las buenas costumbres y el respeto conceptos que antes parecían inamovibles hoy se enfrentan a una realidad distinta, marcada por cambios sociales profundos y acelerados.

Quienes crecieron a mediados del siglo pasado recuerdan un entorno donde el respeto a los padres era absoluto. La autoridad familiar no se discutía y el comportamiento estaba estrechamente ligado a normas claras.

No se trataba únicamente de obedecer, sino de entender que existía una jerarquía y una responsabilidad compartida dentro del hogar. Hoy, en muchos casos, esa estructura se ha diluido, y con ello la figura de autoridad se vuelve difusa, generando confusión tanto en padres como en hijos.

Los cambios no solo se reflejan en la forma de vestir o en la música que se escucha, sino en la manera de hablar, relacionarse y enfrentar la vida. La juventud actual crece en un contexto completamente distinto: hiperconectado, acelerado y con una constante exposición a estímulos que influyen directamente en su conducta y percepción del mundo.

En México, a pesar de estas transformaciones, aún persiste una característica cultural relevante: la cercanía familiar. Como se ha mencionado en diversas ocasiones desde el ámbito público incluidas reflexiones de la presidenta Claudia Sheinbaum y del expresidente Andrés Manuel López Obrador los abuelos siguen teniendo un papel importante en la crianza de los niños. No es una regla general, pero sí una constante cultural que marca diferencia. Los abuelos, en muchos hogares, se convierten en transmisores de valores, límites y consejos que complementan la formación de los menores.

El contraste con Estados Unidos es evidente desde una perspectiva social. La independencia temprana de los niños responde, en gran medida, a dinámicas laborales y familiares distintas. Padres y madres que trabajan largas jornadas, familias monoparentales y contextos de disfunción obligan a muchos menores a pasar gran parte del día solos. Llegan de la escuela, se trasladan por su cuenta, entran a casa y se atienden como pueden hasta que algún adulto regresa por la noche, generalmente agotado.

Este modelo genera una brecha importante en la supervisión y acompañamiento. No siempre hay tiempo ni energía para involucrarse a fondo en la vida cotidiana de los hijos: saber con quién conviven, qué consumen en redes sociales, qué tipo de música escuchan o qué valores están interiorizando. A cambio, se prioriza el cumplimiento de responsabilidades económicas, con la idea de que cubrir lo material compensa la ausencia emocional.

En México, aunque no se está exento de estos problemas, muchos niños que reciben atención y educación en casa aún conservan ciertas buenas costumbres. Esto ocurre incluso frente a un entorno complejo donde la narcocultura, la apología del crimen en la música, la sexualización temprana y la falta de filtros en los contenidos digitales influyen cada vez más en las nuevas generaciones. No son fenómenos nuevos, pero hoy tienen mayor alcance y penetración.

Para quienes somos padres, el escenario actual representa un desafío constante. Educar ya no es solo enseñar normas básicas, sino competir contra un sistema cultural que normaliza la inmediatez, la falta de límites y la relativización de valores. Aun así, la responsabilidad permanece: estar presentes, marcar límites, escuchar y guiar.

Las generaciones cambian, la sociedad evoluciona y las costumbres se transforman. El verdadero reto no es detener ese cambio, sino acompañarlo sin perder lo esencial. Formar hijos con criterio, respeto y sentido humano en medio de esta transición cultural es una tarea compleja, pero necesaria. Y en ese esfuerzo cotidiano, compartido por miles de familias, se define buena parte del futuro social que estamos construyendo.

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