Sobresalió como sobresale aquello que se excede en sus proporciones, el que Alito atacara a Noroña en el Senado. Sobresalió porque Alito, amo y señor de una naturaleza porril y autoritaria, fue víctima de un Noroña que lo provocó para perder los estribos. Imaginen la provocación que significa para alguien como Alito que no le den la palabra. Si de por sí, tener que pedirla resulta indignante, que no se la den es mucho peor y no hay forma de resolver tan indignante indignación que no sea a golpes.
Desde luego que algunos encontrarán indefendible el actuar de Alito “te veo a la salida” Moreno. Para ellos, exigir, educadamente el derecho a la palabra gritando “¡Te parto tu madre, cabr*n! ¡Te rompo tu madre! ¡Eres un put*, cabr*n! Te estoy pidiendo la palabra, hijo de la ching*da”, es inadmisible. Piensan que en la discusión pública se debería argumentar y proponer, piensan que los gritos e insultos no aportan nada al debate político.
Olvidan que los madrazos son la extensión de la politiquería por otros medios, que los argumentos que presentó Alito al golpear a Noroña son los más claros que Alito y el PRI han presentado en años. El sacrificio de Alito al atacar a Noroña, elevando el nivel de la discusión pública a la altura que la discusión pública merece ser elevada, opaca el hecho de que la verdadera víctima es Alito, dictatorialmente relegado, en las urnas, al nivel de la nada.
Entrados en gastos
Normalizar la discusión civilizada en la vida política nacional, es normalizar que la ciudadanía renuncie al uso de la violencia para resolver sus conflictos, es normalizar la generación de soluciones que incorporen diversas perspectivas en la toma de decisiones, es normalizar, ¡horror de los horrorosos horrores!, la posibilidad de alcanzar acuerdos ¡Afortunadamente, contamos con Alito para impedirlo!
- Carlos Bortoni es escritor. Su última novela es Historia mínima del desempleo.

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